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Cubierta del libro

Entrevista

12 Abr 2021

Emilio Pérez-Manzuco, traductor

«La belleza designa la propiedad de un objeto que no se deja atrapar en la literalidad del concepto»

Esther Peñas / Madrid

Si hay un nombre nimbado con la corriente del realismo especulativo es el filósofo norteamericano Graham Harman (Iowa, 1968), uno de los mayores analistas de la metafísica de los objetos, que lo condujo a inaugurar una nueva disciplina o modelo estético: la Ontología Orientada a los Objetos. Arte y objetos (Enclave de Libros) recoge esa concepción de lo estético como parte de belleza. Hablamos con su traductor, Emilio Pérez-Manzunco.

Para ubicarnos, corríjame si no atino, la OOO es un discurrir filosófico que sostiene que los objetos existen con independencia de nuestra percepción. ¿Cuáles son los grandes hallazgos teóricos bajo este postulado?

Creo que iríamos más sobre seguro si habláramos de las vías que se han abierto a la reflexión. Si hay hallazgos o logros netos o si estos son de mayor o menor envergadura es cuestión que permanece abierta —si bien no faltarán los que se apremien a decretar la muerte del movimiento especulativo, por una suerte determinismo que en filosofía, como en la música pop, como en la moda, impone la aniquilación automática después de los primeros veinte años de existencia. 

Efectivamente, la OOO [Ontología Orientada a los Objetos], marca prácticamente personal del trabajo de Graham Harman, es una vertiente dentro del movimiento más amplio y complejo que se ha dado a conocer como Realismo Especulativo. El origen y características fundamentales de este movimiento están suficientemente consensuados y son fácilmente rastreables en la Red. Dejémosle pues al lector interesado la iniciativa del autodidactismo.

¿Le abrimos la gazuza con alguno de los méritos del movimiento?

 Uno de ellos es poner bajo el foco y compendiar en argumentos muy ambiciosos a la tradición filosófica europea desde Kant o, incluso, desde Descartes. Es decir, la Modernidad entera, y con ella la Posmodernidad, son colocadas bajo una óptica nueva, con potencia suficiente para poner en entredicho asunciones fundamentales que permanecían incuestionadas. Una de estas asunciones recibe el nombre de «constructivismo», la idea de que la realidad siempre es resultado de un proceso de construcción llevado acabo por instancias previas que marcan una prioridad antropocéntrica, ya sea el lenguaje, la ciencia, el poder, etc. Esto, por si solo y sin entrar en mayores profundidades, ha contribuido a superar viejas rutinas filosóficas, como por ejemplo la división continental/analítico, y a fomentar una renovada sensibilidad hacia temas variopintos como ecología, realidad virtual y videojuegos, neurociencia, etc. 

Son varios los méritos específicos de la OOO que pueden ser señalados. Prolífico, sistemático y persuasivo, Harman ha logrado elaborar el modelo más sólido dentro del contexto especulativo. Ha entablado diálogo con autores vivos y no vivos, sin miedo a la polémica, a la vez que exento de dogmatismo. Quizás el hallazgo más destacable sea precisamente el replanteamiento de la estética como philosophia prima, que alcanza su expresión más madura en el libro que nos ocupa, Arte y objetos. 

¿Por qué esa inquina de la OOO hacia los formalistas, crítica que no deja de contener siquiera el aroma de cierta admiración?

No sé si existe tal cosa como una escuela formalista y, de existir, no parece que supusiera un problema de Harman. Hay, eso sí, un debate en torno al formalismo en la crítica de arte estadounidense desde los años sesenta, que gira en torno a las polémicas que tienen en su centro a la figura de Arthur C. Danto y no tanto a autores relacionados con la OOO. Por otro lado, Greenberg y Fried, beneficiarios absolutos de la admiración de Harman, figuran en Arte y objetos como formalistas. Por eso no creo que «inquina» sea la palabra exacta para describir la actitud del autor. De hecho, este sitúa claramente a la OOO del lado formalista. Eso sí, de un formalismo previamente reformulado según sus propios intereses. Un formalismo que remite a la estética de Kant y su articulación de la autonomía del juicio del gusto respecto de cualquier otra consideración espuria, lo que, en la estética de la OOO, se traduce en la autonomía de la obra de arte de su contexto de gestación, de sus consecuencias políticas, ideológicas, incluso comerciales. Por tanto, antes que aversión al formalismo, lo que encontramos en Harman es una adopción selectiva y adaptada de determinados postulados kantianos.

Graham Harman advierte del peligro de perder el sentido de la belleza pero ¿cómo detectarla hoy en día, con tanto sucedáneo y tanto ruido, cómo reconocer esa «apertura de una fisura entre el objeto real y sus cualidades sensibles», como denomina la OOO a la belleza?

Precisamente, creo que la definición de belleza que proporciona Harman, como dinámica interna entre el objeto y sus cualidades, la aleja la nostalgia idealizante de la Belleza, con b mayúscula, como un bálsamo redentor frente a la inautenticidad. «Belleza» designa la propiedad de un objeto que no se deja atrapar en la literalidad del concepto, ni en la articulación del discurso, ni, por supuesto, en la extenuante verbosidad de la crítica.

Hay un texto breve, sencillo y fundamental de Harman que bien serviría de introducción a Arte y objetos y al problema de la belleza en general. Se trata de un artículo de 2012 titulado «La tercera mesa», en el que propone que en lugar de intentar conducir a la filosofía a la condición de ciencia rigurosa, como aspiraba el viejo Husserl, debemos considerar la posibilidad de la «filosofía como arte vigoroso». Hacer esto, dice Harman, implica recuperar la venerable figura de Eros que animó a la filosofía en su origen griego. Se trataría de sustituir el imperativo fenomenológico expresado en el «zurück zu den Sachen selbst!», el retorno a las cosas mismas, por una actitud de apertura a la libre emergencia de las propiedades del objeto. Es ahí donde se juega el juego de la belleza. Y dado que cuando Harman habla de objeto no se limita al objeto artístico, no hay razón alguna para pensar que la experiencia estética deba ser confinada en las salas de museos o galerías. De hecho, ese es, creo, el sentido de identificar estética y ontología. Si, como se dice, la OOO representa una democracia de los objetos, se sigue una democratización también de la belleza.

¿Qué relación se establece entre belleza (que incita a la contemplación) y lo sublime (que agita la mente), ¿complementarios, dos momentos diferentes de lo mismo, conceptos antagónicos?

En Kant, son diferentes cualitativamente. Un aspecto de su distinción bello/sublime, el que discute Harman con más elocuencia, tiene que ver con la magnitud: para Kant la experiencia de lo bello cabe, digámoslo así, en la capacidad del sujeto de representarse el objeto. La de lo sublime excede completamente esa capacidad. La vasta desmesura del universo, por ejemplo, escapa a nuestra capacidad de representación, al tiempo que genera no ya placer, como el objeto bello, sino fascinación. Una fascinación no exenta de angustia, podríamos añadir. Por su parte, como buen objetualista, Harman no parece dispuesto a aceptar realidades que trasciendan los límites de lo que puede ser pensado como objeto, lo que pretenda trascender hasta lo infinito, lo inconmensurable, etc. Siguiendo a Timothy Morton, propone sustituir la idea de infinito por una multiplicidad de hiperobjetos, aquellos casi inimaginablemente grandes pero finitos, con lo que termina asegurándose que no hay una diferencia cualitativa entre la experiencia de lo bello y lo sublime. De hecho, será la fascinación, que Kant reservaba exclusivamente a la irrupción de lo sublime en lo desmedido, la característica fundamental de toda experiencia experiencia de belleza. La fascinación es el correlato que produce en la experiencia la retirada del objeto respecto de sus cualidades sensibles. Puesto que esto se cumple para todo objeto, independientemente de su magnitud, la OOO abolirá la diferencia entre bello y sublime. 

La OOO niega, como Kant, que todo tenga que ver con todo, esa estructura rizomática tan de Deleuze, ¿por qué?

No tengo claro hasta qué punto la objeción presentada por Harman al holismo metodológico afecta al relato deleuziano del rizoma. Supongo que hay una aparente divergencia metafísica: Harman defiende una ontología de objetos discretos autónomos, Deleuze una ontología de flujo continuo, en la que el papel del objeto queda relegado a una efímera y arbitraria discontinuidad, condenada a reintegrarse en esa suerte de magma originario del que surge. No conozco ningún texto de Harman dedicado a Deleuze, cosa extraña en él, tan dado a ajustar cuentas con los ilustres. No soy un experto en Deleuze, sin embargo, intuyo algunas concomitancias. Por ejemplo, ambos privilegian sin ambages a la ontología frente a la epistemología, en un sentido que implica autonomía de la realidad respecto de instancias constituyentes externas de las que hablábamos antes.