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Cartel promocional del libro

Entrevista

30 Abr 2020

Salvador López y Jordi Mir, profesores y editores del libro

“La hondura política y el compromiso social de Simon Weil son tan radicales como su misticismo”

Esther Peñas / Madrid

El filósofo de inspiración comunista Francisco Fernández Buey resultó, junto al periodista y escritor José Jiménez Lozano, uno de los lectores más atentos y estimulantes de la obra de la francesa Simon Weil, siendo el suyo un pensamiento entregado a los desarrapados del mundo. Ajena a lo profano (en su sentido etimológico, estar fuera de lo sagrado), Weil se sentía tan incómoda delante de la curia como frente a las altas instancias intelectuales del partido. De familia pudiente, abandonó sus clases para trabajar en una fábrica, acudió a la Guerra Civil Española (siendo antimilitarista, no pacifista) y tuvo su epifanía en la localidad francesa de Solesmes. Su pensamiento es uno de los más radicales del pasado siglo.

Salvador López Arnal y Jordi Mir García han realizado una compilación del análisis de Fernández Buey en Sobre Simone Weil. El compromiso con los desdichados (El Viejo Topo).

¿Tenía más de anarquista, de obrera o de religiosa, Weil?

Nos parece que al leer a Simone Weil y conocer su vida no podemos hacer una distinción entre estas características de su ser. No prima una sobre las demás. Van juntas. Hay textos o momentos vitales que se pueden asociar de claramente a una de ellas, pero eso no significa que las demás no estén presentes también. En cualquier caso, más que obrera, Simone Weil fue una pensadora que tuvo un interés permanente, y no sólo intelectual, por el mundo obrero, por el mundo de los más desfavorecidos, una filósofa que, en determinados momentos, abandonando el instituto donde impartía clases, trabajó como obrera, una decisión muy inusual en el mundo intelectual. Entonces y ahora. El profesor Fernández Buey destaca este punto en varios pasajes del libro que comentamos.

¿Cómo era la ética del sacrificio que propugnaba –y encarnaba- Weil?

Fernández Buey presenta la ética vivida por Simone Weil, y también la de Antonio Gramsci, como una ética del sacrificio. Ambos renuncian a situaciones que podrían suponer un privilegio para, de acuerdo con sus ideas, valores y principios, enfrentarse con aquello que consideran inaceptable, intolerable, contrario a la vida propia y a la del conjunto de la sociedad. Actuar de esta manera, tomar estas decisiones, les conlleva vivir con mayor sufrimiento que si hubieran renunciado a la coherencia con su manera de pensar y a la responsabilidad con la desdicha y opresión existente. 

El que fuera profesor en la Facultad de Humanidades de la UPF señala, por ejemplo, que Gramsci, en la cárcel, a pesar de la enfermedad, del aislamiento y de la soledad, se negó reiteradamente a firmar una petición de gracia al régimen mussoliniano. Su argumento: no quería disfrutar de una situación privilegiada en comparación con otros trabajadores encarcelados por el fascismo por los mismos motivos que él. No quiso convertirse, son palabras de Gramsci, en un pingo almidonado. De la misma forma, Simone Weil quiso vivir como entonces vivían los trabajadores de fábrica. Quiso compartir sus vivencias y sus sufrimientos. Iban en serio.

Más allá de que ambos consideraban peligroso el cientificismo y el espíritu tecnocrático, ¿qué une el pensamiento de Gramsci y Weil?

En uno de los textos del libro. Francisco Fernández Buey empieza diciendo que está por hacer un estudio comparativo de los escritos ético-políticos de Antonio Gramsci y de Simone Weil… Hay cosas ya hechas. Tal vez Fernández Buey hubiera vuelto sobre dos de las personas que más le interesaron de la historia política e intelectual del siglo XX. Fernández Buey destaca diferentes elementos comunes a ambos que también pueden verse en él: preocupación por la opresión, la libertad y la emancipación, por las condiciones laborales y el nuevo mundo industrial, el altísimo concepto de la ética, altruismo, saber que el hacer es la mejor manera de decir. No eran personas que se dedicaran a la política “profesional”, hacían política desde formas alternativas, estaban en contra de la mentira y piensan que decir la verdad es revolucionario, y viven la tragedia personal que implica una gran responsabilidad sociopolítica unida a su convicción ética. 

Por lo demás, ni Simone Weil ni Gramsci fueron pensadores anticientíficos. Simone Weil, su hermano André fue uno de los grandes matemáticos del siglo XX, tenía una sólida formación científica. Gramsci, en el Cuaderno undécimo por ejemplo, demuestra una fina sensibilidad filosófica para asuntos epistemológicos. Encarcelado, quiso estar informado de un célebre Congreso de Historia de la Ciencia celebrado en Londres a principios de los años 30 del siglo pasado. Piero Sraffa, un gran amigo y un gran científico, fue una de sus principales fuentes de información en estas temáticas.

Que Jiménez Lozano la calificase como una “mística de viernes santo especulativo”, ¿supone que esa aureola de misticismo que la rodea puede despistarnos de la hondura política de sus escritos y del compromiso humano que mantuvo la francesa?

Existe el riesgo de que nos quedemos con alguna de las facetas de Simone Weil sin atender a la relación que estas tienen con las demás. Ha ocurrido y seguramente seguirá ocurriendo… aunque sería un grave error. Fernández Buey demuestra en todos los artículos, comentarios y anotaciones que hemos recogido en su libro la hondura política y el fuerte y consistente compromiso social de la autora de Diario de España. Nadie debería confundirse en este punto por mucho que esté interesado, o quiera destacar, la indudable vertiente mística de la filósofa francesa.

Pese a que es una gran conocedora de la obra de Marx, salvo su método materialista, no parece entusiasmarla mucho, ¿no es así?

Desde la distancia temporal y a veces conceptual, dialoga con algunas de las ideas de Marx. Comparte con él la preocupación por la opresión existente y por la búsqueda de la emancipación. Nos parece que son especialmente interesantes las páginas que le dedica en Reflexiones sobre las causas de la libertad y de la opresión social. Weil conocía bien la obra de Marx editada en los años en que ella vivió (no pudo leer los Manuscritos de 1844, por ejemplo, que probablemente le hubieran interesado mucho). Algunos de los conceptos marxianos son también centrales para ella. Lucha de clases, por ejemplo. Es su conocimiento de la obra de Marx el que, como comenta Fernández Buey, le permite realizar una de las críticas más agudas que nunca se han hecho a la concepción marxiana.

¿Cómo conjuga Weil las primeras del verbo, el yo con el nosotros?

Tal vez podríamos decir que es un yo que siempre tiene presente el nosotros, se preocupa por el nosotros, e incluso lo llega a anteponer al yo. Basta pensar en su biografía y en su trágico final. También Fernández Buey pone énfasis en este punto. 

Su relación con los dirigentes católicos fue tan difícil y complicada como la que mantuvo con sindicalistas y marxistas. ¿Realmente era tan heterodoxa?

Como destaca Fernández Buey no es una política “profesional”. Como otras personas de quien podríamos decir lo mismo, Gramsci, o el mismo Fernández Buey, no dejan de hacer política “profesional” o “institucional” o “dirigente” por no querer hacer este tipo de política. El problema es qué política se hace desde estos lugares por parte de quien está en ellos. Una política que no pone como prioridad decir la verdad, atender a la coherencia entre el hacer y el decir, la explotación y la desdicha existente… 
 
Para Weil, ¿dónde radica la infelicidad humana?

Sobre este punto, en nuestra opinión interesan especialmente sus textos y reflexiones sobre las necesidades humanas. El ser humano necesita que sean satisfechas. Son de diferentes características. Incluyen las condiciones materiales de vida pero también la verdad, que considera la más sagrada de todas, la libertad de expresión, la igualdad, la propiedad personal y colectiva, la obediencia consentida… Toda necesidad humana, nos dice Weil, genera la obligación de ser satisfecha. Son sagradas, no pueden ser desatendidas. Existe mucha infelicidad por las necesidades humanas y la falta de compromiso para satisfacerlas.

“La condición de los trabajadores es aquella en la cual el hambre de finalidad, que constituye el ser mismo de todo hombre, no puede ser satisfecha sino por Dios”. Para Weil, los obreros ¿eran los auténticos receptores del mensaje de Cristo?

En este fragmento Weil hacer referencia a una característica de la clase trabajadora que la hace más próxima, a su entender, a Dios, pero no necesariamente son los “auténticos receptores”. Tal vez deberíamos hablar de los desdichados del mundo.

¿Sólo la atención permite penetrar en la verdad?

Weil da mucha importancia a la atención. Habla de ella, especialmente, en sus textos más orientados a la religión, como los que se pueden leer en A la espera de Dios. Pero la atención es una preocupación que va mucho más allá de lo religioso. Nos dirá: “La atención consiste en suspender el pensamiento, en dejarlo disponible, vacío y penetrable al objeto, manteniendo próximo al pensamiento, pero en un nivel inferior y sin contacto con él, los diversos conocimientos adquiridos que deban ser utilizados. (…) Y sobre todo la mente debe estar vacía, a la espera, sin buscar nada, pero dispuesta a recibir en su verdad desnuda el objeto que va a penetrar en ella.” 

El propósito de Weil de que los representantes del pueblo no piensen por él sino que sean parte de él parece haberse convertido en una utopía… ¿Había más confianza en el órgano judicial que el ejecutivo?

Weil puede ser considerada una pensadora utópica por lo alejado que están sus propuestas de la realidad hoy existente, pero como bien planteó Francisco Fernández Buey en su gran obra Utopía e ilusiones naturales: “Llamar «utópicos» por sistema a todos los perdedores de la historia es negar media historia. Y es precisamente esa media historia la que el amigo del pueblo tiene que recuperar para que el pueblo mismo llegue a saber que los derechos que hoy tiene, un día considerados utópicos por los que mandaban entonces, se los debe principalmente a estos perdedores (momentáneos) de la historia.”

Fernández distingue un sentido peyorativo en la definición de utopía que se utiliza para desprestigiar, ridiculizar… Weil pensó mucho en cómo sería otra sociedad. Puede ser utópica en un sentido positivo, pero nunca negativo. Weil desconfía mucho de los partidos políticos, tiene grandes y profundas reflexiones en textos muy breves escritos durante la II Guerra Mundial, en Londres, tras salir de la Francia ocupada, pensando en el mundo posterior a ello. Hoy pueden ayudarnos a pensar el mundo después de la crisis del Covid-19. Por lo demás, como señala Fernández Buey, Weil considera indeseable que la soberanía recaiga en la nación. La nación, propiamente, no existe. Por tanto, no podría ser soberana.

Por otra parte, la nación delega en el Parlamento o la Asamblea… lo que hace que la soberanía acabe constituyéndose en un atributo de la profesión del parlamentario. La soberanía, para Weil, debe recaer en la justicia. Cuando se acepta la delegación de la soberanía en el Parlamento no hay propiamente separación de poderes, señala Fernández Buey, todo el poder pertenece de hecho a la Asamblea. De este modo, tampoco hay poder judicial: los magistrados quedan entonces reducidos a la función de meros aparatos registradores. Para que lo haya, señala el que fuera nuestro amigo y maestro, “para que pueda hablarse en serio de un aparato judicial, los magistrados tendrían que recibir una educación espiritual y habría que admitir, además, que el juicio equitativo, inspirado en la declaración fundamental, es la forma normal del juicio”. 

Weil es partidaria de la tradición libertaria de unir trabajo manual e intelectual y se opone a un concepto meramente instrumental de la educación, práctica común en las organizaciones marxistas de la época. ¿Es suficiente ambas pautas para la liberación de la clase obrera? 

No parece suficiente. Weil no lo consideró así, tampoco Gramsci o Fernández Buey. No es suficiente, pero puede formar parte de los proyectos para el proceso de emancipación y lucha por la libertad. Por lo demás, la superación de la división clasista del trabajo manual e intelectual no es característica singular de la tradición libertaria sino de casi todas las corrientes emancipatorias, y también en aquellos años hay corrientes marxistas que no apuestan por una concepción instrumental, en términos políticas, de la educación obrera y popular. Recordemos, por ejemplo, la admiración que sintió Weil por la obra -y la vida- de Rosa Luxemburg.

La noción de luchas de clases, la afirmación de la centralidad del trabajo y la idea de que la emancipación de los trabajadores correrá de su cuenta, pertenece tanto a la tradición libertaria como a la comunista marxista. ¿Estaba igual de cómoda Weil en ambas corrientes?

Fernández Buey se podía encontrar igual de cómodo en ambas tradiciones, la libertaria y la marxista, aunque, sin duda, fue centralmente un filósofo de inspiración marxista. Escribió sobre eso y sobre la necesidad de encuentro de ambas. También se podía encontrar igual de incómodo ante malas prácticas de ambas tradiciones. Me parece que lo mismo le ocurría a Weil, y su experiencia en la guerra de España en el frente de Aragón le hizo distanciarse críticamente de algunas prácticas de una tradición, la libertaria española que representaba la CNT, a la que estuvo muy vinculada.

En cualquier caso, como señala y destaca Fernández Buey, la gran mayoría de los escritos de Weil sobre cuestiones políticas y socio-históricas se mueven en el marco de la tradición libertaria y anarquista, tal como esta tradición fue practicada por una parte del sindicalismo revolucionario francés de los años treinta del pasado siglo. El pensamiento de la filósofa francesa se puede caracterizar como libertario justamente en la medida “en que ha puesto en primer plano la crítica del poder, de todo poder”. Para Weil, cualquier poder, independientemente del partido, colectivo o institución que lo ejerza, es siempre y sustancialmente conservador y, por tanto, desde su punto de vista, se opone y se opondrá a las reivindicaciones del pueblo.

Fernández Buey, nos recuerda que esta es una idea que Weil ha ido repitiendo desde 1927 en numerosas ocasiones, que se encuentra reiterada no sólo en los escritos reunidos en un libro titulado Escritos históricos y políticos sino también en lo que escribió tiempo después, ya en los años de la segunda guerra mundial y señaladamente en los escritos de Londres. Se puede afirmar, por tanto, que la orientación libertaria, críticamente pensada y vivida, ha sido una constante en ella y en su obra.

¿Qué aportó para su pensamiento luchar desde dentro del sistema –abandonar sus clases para entrar en una fábrica?

Su breve vida está llena de coherencias entre el decir y el hacer. Llena de momentos en los que encarna sus ideas en acciones vitales para conocer y transformar. La proletarización es uno de ellos, también su participación en la Guerra de España, su voluntad de participar en la II Guerra Mundial… Seguramente, su pensamiento se enriqueció mucho de esas experiencias. Es una pensadora que vive desde el pensamiento y piensa desde la vida. No habla ni vive de oídas. Va en serio, como diría Manuel Sacristán.

Sacristán, maestro y amigo de Fernández Buey, también fue lector y divulgador de Simone Weil. Reseñó cinco de sus obras que publicó en Laye (Gabriel Ferrater también comentó para la revista barcelonesa uno de sus libros, La condición obrera) y escribió un artículo sobre la filósofa francesa para una Enciclopedia que no llegó a editarse, dirigida por su amigo de juventud, Esteban Pinilla de las Heras.

¿Hay alguna figura actual que pudiese compararse a Weil?

Son muchas las singularidades de Weil. Fernández Buey ya ha apuntado la comparación con Gramsci los dos pensadores del siglo XX que probablemente más le conmovieron. Hay otras figuras con elementos comparables y que fueron de mucho interés para él. Podemos pensar, por ejemplo, en su maestro y amigo Manuel Sacristán, lector y divulgador también de Weil, como decíamos, en Pier Paolo Pasolini, Rosa Luxemburg, Rainer Werner Fassbinder… ¿Figuras actuales? Pensemos en la excepcionalidad de su vida, de entrada, por vivir la I Guerra Mundial, la Revolución Rusa, la Guerra de España… Todo esto con solo 34 años de vida. No es fácil identificar figuras semejantes por ahora. En nuestra opinión, desde otra perspectiva, algunos nudos de la vida y compromiso de Ernesto Guevara, también editado y estudiado por Fernández Buey, pueden recordarnos a Simone Weil. 

¿Qué tiene la teología de la liberación del pensamiento de Weil?

Es posible que pese a la cercanía entre la teología de la liberación y el pensamiento y la acción de Weil se hayan relacionado poco. El teólogo Juan José Tamayo, vinculado a la teología de la liberación, recomendaba una mayor atención a la vida y obra de la pensadora francesa, paradigma, a su juicio, de “intelectual compasiva”, que, perteneciendo a una familia acomodada, “se encarnó” entre los excluidos para experimentar en su propia carne la opresión de la clase trabajadora. Por lo demás, más allá de las referencias directas a la obra de Weil, muchas de las acciones, del compromiso, del estar-en-el-mundo de teólogos, de sacerdotes de base, miembros y partidarios de esa corriente político-teológica, recuerdan el Ser con otros, la mirada sobre y la proximidad con los desfavorecidos de la Tierra de esta gran pensadora.