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Llade

Entrevista

10 Jun 2019

Martín Llade, periodista

“La música ha de ser, ante todo, belleza”

Esther Peñas. Fotos: Jorge Villa / Madrid

Martín Llade (San Sebastián, 1976) tiene una conversación fluida y entusiasta, alta como su presencia, con matices de un mosaico policromado. Poesía, cine, ensayo, política… y música clásica. Sobre todo. A ella se dedica. Inaugura el día con su programa Sinfonía de la mañana, que dirige en Radio Clásica de Radio Nacional de España y que en 2016 obtuvo el Premio Ondas. A la batuta, este vasco autor de dos libros de ficción (Oboe y La orgía eterna), que coordinó la revista de música clásica Melómano y que participó como guionista del corto Primera persona, estrenado en la 49 edición del Festival Internacional de Cine de San Sebastián, así como del filme Arteros.

¿A qué suena la sinfonía de esta mañana?

La de hoy a los antiguos romanos y a lo que nos han aportado; su legado está más reflejado en el arte y en la sociedad que en la música. Por desgracia, los romanos no supieron consignar la música en un sistema que nos llegara, es una de las pocas carencias que se les puede achacar, la anotación musical que utilizamos es de la Edad Media, así que se ha perdido todo el repertorio, no sabemos cómo sonaba su música. La sinfonía de esta mañana es una música romana, pero soñada mucho tiempo después.

La música, ¿es capaz de remontar cualquier situación anímica que habite el desastre?

Totalmente. La música es lo que pervive en el tiempo. Cuando estamos escuchando la Quinta Sinfonía, por ejemplo, estamos dentro de la mente del compositor y nos adentramos en los resortes de su mente, nos hace olvidarnos de nosotros y nos permite pensar en una secuencia lógica de sonidos que no son sino emociones ordenadas, pero que parece que nacen de la pura improvisación del sentimiento. ¿Cómo se pueden ordenar los sentimientos? Eso es lo que hace el arte, y la música más que ningún otro. Con la música estamos siguiendo el esquema que cada autor ha determinado para pulsar en nosotros sensaciones determinadas; la música tiene el don de la perdurabilidad más que cualquier otro arte: una estatua puede estar dañada por el tiempo, pero la música suena como sonó hace doscientos años, o cuando estuviese compuesta.

Su despertar melómano tiene que ver con el cine y en concreto con Calígula de Tinto Brass…

Sí, es curioso, no es un director que me guste pero esa película tiene una banda sonora maravillosa, Romeo y Julieta y Cenicienta, de Prokofiev, y el Espartaco de Khachaturian. Había escuchado cosas de Mozart, de Brahms, de Chopin, pero no había llegado a esos niveles de éxtasis. Investigar sobre esa banda sonora me llevó de una composición a otra y ya no paré hasta el día de hoy. Esa película fue un tesoro. A veces descubrimos cosas que nos marcan para toda la vida, que nos catapultan a un universo amplio con muchísimas posibilidades. ¿Lo hubiéramos descubierto de otro modo si no hubiéramos dado con ese objeto? Probablemente, nuestro espíritu y animo están predeterminados a que algo nos induzca a la búsqueda del conocimiento y del placer que procura el arte.

¿La música clásica sigue estando dirigida, como diría Juan Ramón, a una inmensa minoría?

Es, al menos, una minoría que no disminuye con los años. Dentro de mucho tiempo quizás nadie conozca a Lady Gagá, por ejemplo, pero Beethoven seguirá siendo considerado como hoy en día. Por otro lado, pienso en la cantidad de gente que reúne qué sé yo, U2 en un estadio. ¿Cincuenta mil personas? Bien,  vamos a sumar todas las personas que han escuchado a Mozart ese mismo día en todo el mundo. Igual nos sorprendemos. Depende de lo que uno entienda por minorías.

¿Dónde reside la belleza de las composiciones clásicas?

Dónde reside la belleza… en el hecho de que somos capaces de adecuarlas a nuestro imaginario personal, en que sintonizan y perfilan nuestra manera de ver el mundo, en que nos refinan. Más de una vez, durante la formación de nuestra personalidad, en la adolescencia y juventud, en un momento determinado de tristeza, de desengaño amoroso o de alegría, seguro que de fondo sonaba una musiquilla que inconscientemente no nos dábamos cuenta de que estábamos tarareando para proyectar nuestra alegría; esas músicas son una forma que tenemos de poner nombre a las cosas que no lo tienen. Proust define conceptos sobre los que el lector había meditado pero sin plasmarlos en palabras. Y la música te plasma en sonidos esas sensaciones que hormiguean dispersas dentro de ti. Ahí reside su belleza.

Todo arte es circular en tanto que nada invalida lo anterior, pero ¿hay composiciones modernas que se puedan comparar en belleza a las de Beethoven o Bach?

Dentro de la música clásica actual hay muchos compositores, pero da la sensación de que desde los años 60 hay un cierto sector del ámbito compositivo empeñado en querer ser vanguardista, persisten en una serie de concepciones de la música como si fuera meras fórmulas matemáticas, que puede colmar el intelecto de los creadores pero difícilmente el de un público especializado. Hace cien años Stravinsky era vanguardia, hoy está perfectamente asimilado por el público, pero no creo que suceda esto con muchos de los que hoy se empeñan en seguir siendo vanguardia. Todos quieren ser vanguardistas y eso es una manera de conservadurismo recalcitrante, hay que explorar nuevas vías, sin olvidar que la música ha de ser, ante todo, belleza. Y hay que buscar un concepto de belleza nuevo, no hay que anclarse en las fórmulas de siempre. Observo que si ve a los niños pequeños e incluso a los bebés y no los condicionas y dejas que escojan, algo innato tiende en nosotros a considerar que existe una fórmula científica de belleza.

¿Científica?

Sí, la fórmula de la anticipación, que aquellas sensaciones que estimulan cuando se comienza a escuchar una melodía te permiten predecir qué sendero va a tomar aquello que escuchas. Piensa en la deriva de la sinfonía 40 de Mozart. Hay una relación lógica, simétrica, no sólo hasta el Clasicismo, incluso con el Romanticismo y la música tonal. Lo que sea buscar fórmulas impredecibles puede derivar en desconcierto. Me llama la atención que la mayor parte de las músicas que insisten en ser vanguardistas y rompedoras a un lego le parece corresponder a la banda sonora de una película de terror, todo sensaciones turbias, desasosegantes. Rara vez se puede plasmar la alegría en esos términos, por tanto, la música que puede gustar en la actualidad es la de los autores que han superado el miedo a las críticas y han decidido crear belleza siguiendo el concepto tradicional y legendario de belleza, porque hay una belleza capaz de trascender las culturas. 

De los músicos actuales, ¿cuáles estarían en esa senda de belleza?

Creo que los compositores contemporáneos que pueden gustar son Arvo Pärt, que bebe de la polifonía y la música ortodoxa, también de la antigüedad; Philip Glass, que se basa en el minimalismo, que es un concepto de los mantras de la India, y en Erik Satie, el primer minimalista; ahora no se compone como en la época de Beethoven, ni falta que hace, pero hay creadores que deberían de dejar de hacer música para los músicos, que es un concepto elitista que solo sirve para que ciertos músicos se den palmaditas. La música contemporánea ha caído en manos de gentes empeñadas en demostrar que pueden ser tan revolucionarios como Schönberg y no, no lo son. E insisto, la música ha de ser bella. 

¿La música clásica es a la música lo que la poesía a la literatura?

Es que es un concepto muy ambiguo, la música clásica son muchas cosas, son mil años de historia de la música donde entran la música sacra, el repertorio profano del XVI, la ópera, la música camerística, la del ballet… la música clásica es el concepto más elevado posible desde el punto de vista técnico y del desarrollo de la música como disciplina. Hay cosas hoy en día muy interesantes, por supuesto, pienso en Sándor Ligeti, que compuso la banda sonora de 2001, Odisea en el espacio, en concreto en el Réquiem, eso es algo nuevo, distinto, bello. Como la poesía, puede expresar lo que no puede la prosa.

Dígame un par de composiciones que habría que escuchar antes de dejar este mundo.

Las bodas de Fígaro, de Mozart, La pasión según san Mateo, de Bach y La sinfonía 7 de Beethoven.

A mí me gusta muchísimo la Pasión según san Marcos, de Gólijov…

No la he escuchado, pero he oído algunas cosas suyas, alguna ópera, algunas composiciones para orquesta. Es interesante. Desde luego, no es música feísta. 

El filósofo inglés Burke distinguía entre la belleza y lo sublime, ese terror al que aludía antes, ambas son sensaciones intensas.

Sí, pero lo sublime nada tiene que ver con la belleza; la ópera de vanguardia es un contrasentido, porque la ópera es un arte burgués para contentar a un público bastante primario en cuanto a gustos musicales, que quería sota, caballo y rey, pero se puede hacer una sota, caballo y rey muy bien hecho.

¿Siempre supo que la radio sería su territorio profesional?

No, no lo tenía nada claro, quería ser escritor, todavía quiero serlo, pero empecé a hacer prácticas en un taller de radio, en el primer curso de la universidad, en Rentería, y preparé un programa de música clásica.

¿Cuánto de azar y cuánto de voluntad tiene la vida?

Me dijeron en una ocasión que la realidad no existe, que la construyes tú. Ha de haber esa voluntad, pero el azar juega, a tu favor o en contra. Pienso en todos los boletos de tanta gente para dedicarse y triunfar en su profesión pero que no ha podido desarrollarse. 

Fuera de la música clásica, ¿qué le gusta escuchar?

The Beatles, sobre los que tengo unos quince libros, es sorprendente que un grupo llegase a hacer lo que hicieron ellos, experimentos sublimes, sobre todo a partir de Sgt. Pepper's Lonely Hearts Club Band. Me gusta la música latinoamericana, los tangos, los boleros mejicanos, la música cubana de los 50 y 60, Buena Vista Social Club, valoro a los grandes del pop y rock, como Simon y Garfunkel, Bob Marley, Beach Boys... Pero son mil años de música clásica por descubrir, y ese terreno me llena más que ningún otro.

¿Hay mucho tarado entre los compositores?

No se puede ser una persona ‘normal’ cuando llegas a estos niveles de genialidad. Pienso en Falla y sus manías de limpieza, lavándose las manos hasta provocarse tendinitis, buscando con lupa si había moscas en casa porque si no no podía trabajar, cambiándose cada siete años de lugar de residencia…

Un neurótico… como Satie…

Sí, Satie quizás sea el más maniático de todos, nadie entró en su casa, permanecía cerrada como una tumba egipcia. Pero para crear ese tipo de universos hay que estar al margen del mundo. 

¿Es supersticioso? Antes de comenzar la entrevista ha mencionado a un cantante por sus iniciales, J. P…

No lo era, pero cada vez que mencionaba a este señor la gente me pedía que me callase, que era gafe, y que utilizase sus iniciales. Forma parte de una tríada maldita de mi infancia, J.P., Perales y Julio Iglesias. También Luis Mariano.

Hombre, Luis Mariano está en otro nivel, me parece…

Desde luego.

En toda biblioteca hay un ejemplar advenedizo, intruso, ajeno. ¿Algo hortera que le guste?

Paco Martínez Soria.

Protagonizó alguna película cuyo guión era de Lázaro Carreter…

¡Sí! La ciudad no es para mí. Me sé algunos diálogos enteros, los españoles somos muy de sainete. Hortera… Hombres G, la Orquesta Mondragón…

¡La Orquesta Mondragón no es hortera, con esas letras de Luis Alberto de Cuenca!

Es verdad… no sé. Ah, veía muchas telenovelas latinoamericanas.

¿Qué tiene la música clásica de sagrado?

Lo que haya su eco en nuestro interior, en nuestros pensamientos más íntimos, nos permite reflexionar sobre aquellas cosas que no podemos contarle a nadie; y para quienes son personas de fe, la música clásica les permite comunicarse con la divinidad. El poeta Cioran decía que Dios parece maravilloso gracias a la música de Bach.

¿Hubo grandes mujeres compositoras en la historia?

Ha de haberlas, pero no han dejado que lleguen hasta nosotros, no se han grabado, o se han grabado mal, o sus composiciones no se pueden conseguir. Tenemos algunos nombres, Fanny Mendelssohn, que componía utilizando el nombre de su hermano, y cuyas composiciones superaban las de él. También Melanie Bonis, que compuso alrededor de cuatrocientas obras. Las mujeres que han compuesto han escrito aquello que podían, formatos reducidos, piezas para teclado, cantatas, etc. Podrían haber estado a la altura de los grandes compositores masculinos, pero no tuvieron oportunidad de demostrarlo. Lo que está claro, sin ánimo de feminismo barato ni panfletario, es que la música clásica sigue estando dominada por los hombres, amén de lo que se programa en el repertorio.

Fuera de la entrevista hemos hablado mucho de poesía. ¿Qué la emparenta con la música clásica?

La poesía es el arte del esencialismo llevado a la palabra, lo puede expresar todo con muy poco, es extraer la sustancia más íntima del verbo, la potencia expresiva de cada lengua, su musicalidad inherente llevada a su quinta esencia. La poesía de verdad es pura música.

(Entrevista publicada en 'cermi.es' 349)