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Cubierta del libro

Libros

21 Mar 2021

Pepitas de calabaza publica una nueva traducción del texto de la surrealista alemana

La primavera sombría de Zürn

Esther Peñas / Madrid

Ciertas zonas del bosque; el aliento de un alacrán; el latido de la melancolía; el terreno confuso entre el deseo y la desidia. Todo ello pertenece al reino de lo sombrío. Pero no la primavera. Pero no. Sólo una, exacta, dolorosa. Tanto que va tejiendo una cadeneta del lado de la muerte hasta tensarla. Sólo una. La que escribiera Unica Zürn en 1969. ¿Qué se dice de un libro así, tan atormentado, tan deseante, tan voluptuoso, tan trágico? Que «es un canto audaz y trágico a la hoguera inextinguible en el corazón de la vida que es la infancia», escribe la poeta Lurdes Martínez en el fantástico prólogo de esta nueva traducción de Primavera sombría (Pepitas de calabaza).
 

Lo de Zürn es mucho más que locura: su esquizofrenia es un interruptor tañido por el límite, por el hallazgo del confín, por haberlo traspasado. No es sino el síntoma de una incomprensión ecuménica y un aullido roto surgido allí, donde uno habría de crecer preservado de los monstruos. 

Lo de Zürn es su adhesión al surrealismo, no ser testigo de cargo de su compañero Hans Bellmer, el «artista degenerado» expulsado de la Alemania nazi que reconoce en Unica a la «muñeca descuartizada por la pulsión amatoria en la que lleva trabajando» años. Al conocerse hay un ajuste de taras que se complementan. Un fósforo acercándose a un frasco abierto de nitroglicerina. Qué bello es el fulgor. La llama. Qué abrasadora. La hoguera. Ambos se consumen. De deseo, de perversidad, de amor. Hay voluntad de entrega. De él, que ejecuta. De ella, que así se quiere. No se entendería la obra del uno sin la otra. Cámbiese de orden los géneros. 

Lo de Zürn son unos dibujos obsesionados con anagramas lisérgicos, alucinados, y una escritura pesadillesca en la que ir trazando la escala boscosa de una belleza maldita, de una melodía dodecafónica que seduce y arrastra. Si ella «experimenta la atracción que ejercen los ausentes misteriosos», el lector traduce por instinto «el idioma ficticio de los lamentos» porque «la vida sin la desgracia le resulta insoportable». 

Lo de Zürn es acercarse lo suficiente a ese hombre de «rostro sombrío» como para respirar en él, ese hombre que «por las noches, en esa habitación negra con antorchas centelleantes, la espera para matarla». Lo de Zürn, «con un afecto intenso y único» es «consagrarse a adorarlo profunda y secretamente».

¿Cómo sostenerse siendo el punto medio entre el precipicio devorador de una interioridad y una exterioridad hostil? Aquí se escribe Primavera sombría. Descubrir el cuerpo, el goce exuberante (se me disculpe el pleonasmo), la soledad, el deseo, la familia como espacio electrificado… a los diez, doce años, lo que sucede se abrocha a nuestra manera de estar en el mundo y la condiciona, definitivamente. Primavera sombría es un agudo filo que nos atraviesa, como el estilete que penetrase en el cuerpo de la emperatriz, desangrándonos. La voz de la infancia se hace ronca. Muestra la turba que causa en una niña tocar la realidad, besarla.

«Explícita e insolente, la adulta Zürn desgrana el muestrario impúdico de representaciones del goce de la niña Unica, colección malsana de cuerdas que laceran la carne», explica Martínez en el pórtico de este libro que hace «de la inacción una ley», consonando una profecía vestida de pregunta: ¿Quién es capaz de soportar la carga del amor sin morir en el intento?