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Cubierta del libro

Entrevista

15 Abr 2021

Miguel Muñoz, historiador

«La violencia contra los trabajadores constituye un elemento estructural del capitalismo»

Esther Peñas / Madrid

¿Qué papel desempeñó el ferrocarril en una España salida de la Guerra Civil? ¿Cuál fue la represión que tuvieron que soportar quienes trabajaban en este sector? ¿Consiguieron los ferroviarios, ya organizados desde hacía décadas anteriores, mantener su estructura de solidaridad y apoyo mutuo? ¿Hasta qué punto controlaba el Sindicato Vertical las acciones de los obreros? De estas y otras cuestiones hablamos con Miguel Muñoz, quien tras diez años de investigación ha publicado un ensayo espléndido: Ochocientos brazos (Anexo).

¿Qué significaba el ferrocarril en la España franquista?

La política económica del primer franquismo se fundamentó sobre la idea genuinamente fascista de que la “grandeza” de España solo se podía recuperar si se alcanzaba una sólida industrialización bajo la dirección del Estado y en un ámbito autárquico. Como consecuencia de ello, el ferrocarril fue nacionalizado y se le asignó el rol de oferente hegemónico de la movilidad. 

Sin embargo, el sistema ferroviario no recibió los recursos necesarios para superar las graves deficiencias con las que salió de la guerra de 1936. Aun así, dada la ausencia de otra alternativa, fue esencial durante las dos décadas autárquicas, si bien es cierto que cumplió su función a duras penas y que lo hizo, además, haciendo pagar un precio enorme a los trabajadores, que fueron explotados hasta el límite de lo posible, y a los usuarios, que se vieron obligados a padecer unas deplorables condiciones de viaje.

Cuando se produjo el cambio estructural de la economía española, a partir de la década de 1960, que, no olvidemos, dio prioridad al transporte por carretera, no tuvo capacidad suficiente para evitar verse confinado rápidamente en una posición residual en el mercado de transporte. No obstante, comenzó a resultar básico para garantizar los nuevos movimientos que fueron surgiendo en las grandes ciudades. 

Cabe concluir, por tanto, que, en el largo plazo, el franquismo fue nocivo para el ferrocarril como demuestra que lo legara a la democracia en una situación tan grave que, por primera vez, en su secular historia, se puso en cuestión su continuidad.
 

¿Qué aportaba el ferrocarril a la vertiente social?

Desde el origen, las empresas ferroviarias trataron de lograr que sus trabajadores se sintieran identificados con ellas para que aceptaran sumisamente –como decía José Gil Montaña en la Guía Práctica de los empleados de administración de caminos de hierro (1850)- la «esclavitud permanente en que se constituían si desempeñaban su oficio con abnegación». Y, en efecto, para impedir que estos desarrollaran rasgos colectivos propios, las concesionarias implementaron unas relaciones laborales cuyos dos ejes fueron una disciplina productiva tremendamente autoritaria y un precoz y arbitrario sistema de bienestar industrial. Pero, al contrario de lo buscado, ello coadyuvó a configurar una singular cultura obrera ferroviaria, sustentada por una identidad colectiva propia, una amplia red de relaciones solidarias, donde los vínculos familiares desempeñaban un papel central, y el convencimiento de que no percibían lo que era justo según el imaginario que fundamentaba la sociedad contemporánea. 

Según fue fracasando este esquema de las empresas, su empecinado empeño en mantenerlo sin introducir modificación alguna favoreció, por un lado, la opción de los trabajadores ferroviarios por organizarse en sindicatos de clase; y, por otro, les hizo ver la necesidad de movilizarse para conseguir sus reivindicaciones. Paradójicamente, las constantes derrotas sufridas fortalecieron el movimiento obrero –organización y movilización- e incrementaron la influencia social de esta cultura; y todo potenciado, por añadidura, por el elevado volumen y la singular presencia que tenía el empleo ferroviario en todo el país. 

¿Cuál fue la postura ideológica que toman los trabajadores respecto del levantamiento del 14 julio?

Ochocientos brazos demuestra –creo- que los ferroviarios, como el resto de los trabajadores, se enfrentaron, según las circunstancias, al golpe de Estado del 18 de julio. Su experiencia más próxima les hacía ser sabedores, primero, de que las derechas se oponían rotundamente a que alcanzaran alguna mejora laboral como, inequívocamente, demostraron cuando sabotearon ferozmente las razonables, justas y moderadas reformas que intentó sacar adelante Largo Caballero durante su etapa al frente del Ministerio de Trabajo entre 1931 y 1933. Y, segundo, que con la sublevación pretendían volver a aplicar la misma represión que les habían infligido tras la huelga de 1917 y la insurrección de 1934. 

La respuesta de los ferroviarios tuvo la singularidad de que devino de la preparación de la huelga general que los dos grandes sindicatos –SNF y FNIF- estaban a punto de convocar. En efecto, estos demostraron una inusitada capacidad para organizarse –también con respuestas espontáneas- para enfrentarse a una sublevación militar con el objetivo único de defender la democracia republicana. Porque hay que subrayar que los ferroviarios no pretendieron hacer una revolución –acabar con el sistema político-, sino tan solo defender la República, lo cual les obligó a posponer sine die la consecución de sus reivindicaciones más importantes.

¿El franquismo aniquiló el movimiento obrero gestado desde la revolución Gloriosa?

Lo que no sabían los trabajadores era que los generales felones, y aquellos que les apoyaron, tenían como propósito -según su jerga cuartelera- «ajustarles las cuentas», es decir, erradicar total y definitivamente sus sindicatos, partidos y cultura. Para lograr este propósito optaron por el genocidio, para lo que diseñaron, ya incluso antes del propio golpe, un aparato represor de naturaleza estatal, específica y totalizadora. Resulta necesario enfatizar que, al contrario de lo que quiere hacer creer un dominante discurso silenciador, muy asentado socialmente, e incluso en la «académica», lo que ocurrió, durante los tres años de guerra no fue «una conflagración entre unos y otros»; sino un crimen cometido por un Estado, el franquista, contra los trabajadores y todos los que defendían la democracia. El límite que tuvo para llevar a término esta sistemática eliminación fue impuesto por las posibilidades que poseyeron para recomponer la mano de obra que conllevaba. Aun con todo, fueron miles los ferroviarios asesinados, encarcelados, exiliados y depurados por el Estado franquista. 

Ochocientos brazos confirma que en el caso del ferrocarril las víctimas no fueron solo aquellos que habían cometido algún crimen (una reducidísima minoría según las acusaciones del propio Estado franquista) o tenido alguna significación sindical o política. Antes al contrario, la mayoría estuvo formada por aquellos otros que, según la propia retórica del nuevo Régimen, fueran pública y palmariamente inocentes, es decir, que en el «peor de los casos» únicamente se hubieran limitado a mantener una reservada afiliación. Y necesariamente no pudo ser de otra forma ya que esta represión criminal se dirigió, fundamentalmente, contra la clase obrera y, por tanto, era imperativo que fueran objeto de ella una elevada proporción de trabajadores. Porque, además, solo así se lograba mantenerles en una situación permanente de terror: que se supieran objeto cierto e inmediato de la represión. Y a todo lo cual se sumó, por último, la deshumanización a la que fueron sometidas las víctimas ya que, además de ser un requisito imprescindible para cometer un genocidio, habida cuenta de que silencia la «culpa» de los victimarios, resultó para el franquismo un instrumento eficaz para mantener y extender el terror al conjunto de la clase obrera, así como para aniquilar su imaginario constituyente. 

En suma, si entendemos el movimiento obrero como la organización y la acción que configuran los trabajadores para lograr sus reivindicaciones durante un periodo histórico concreto, el franquismo, sí supuso la eliminación del que se había construido desde 1868. Sin embargo, lo que no logró fue acabar con su cultura, la cual, extraordinariamente traumatizada, se mantuvo mediante una oculta y difusa red de solidaridad y una memoria no hablada que, sin duda, fue la base sobre la que constituyó el nuevo movimiento obrero.

¿Cómo mantenían las reuniones clandestinas los obreros desafectos al régimen?

Renfe creó un cuerpo de policía propio para vigilar a los trabajadores tanto en los centros de trabajo como en su vida privada. Las fichas que hicieron superaron las cien mil. Es fácil hacerse una idea de lo complicado que lo tenían para organizarse. Se reunían donde podían. En sus domicilios, en los trenes cuando iban o volvían del trabajo, en las iglesias y en el propio Sindicato Vertical. E, incluso, en los centros de trabajo ya que, por ejemplo, en el caso de los talleres, los trabajadores fueron capaces de conservar espacios propios a los que no podía acceder la empresa. Estos acabaron formando parte de las relaciones laborales y fueron uno de los orígenes del nuevo movimiento obrero a partir de los años 1960.

¿Funcionaba el sindicato vertical?

El Sindicato Vertical se convirtió pronto en un fósil burocrático que dejó de cumplir la función para la que fue creado, que era impedir la conflictividad social. Pero el hecho de que mantuviera su estructura y función retórica de formalizar las relaciones laborales, facilitó las tácticas de Comisiones Obreros y USO, ya que les proporcionaron un espacio de organización y un instrumento de movilización. En Renfe esta táctica inflitracionista logró su colapso, es decir, una derrota total del sindicato franquista.

¿Qué papel desempeña la mujer en el ferrocarril?

En el ferrocarril el trabajo masculino ha sido históricamente hegemónico, si bien hubo un colectivo femenino muy importante constituido, fundamentalmente, por «guardesas» y «trabajadoras de la limpieza». Este panorama comenzó a cambiar a partir de 1980. Hoy en día el trabajo femenino representa un porcentaje mucho más elevado, aunque sigue siendo minoritario, y muy acusadamente en oficios como la conducción o los talleres. Y, por supuesto, las brechas salarial y jerárquica mantienen su presencia. Se ha avanzado mucho, pero queda tanto o más camino por recorrer para lograr una auténtica igualdad.

¿Cuál es el hallazgo a lo largo de esta investigación que más le ha sorprendido?

Por un lado, sin duda, la capacidad que mantuvieron los trabajadores para hacer frente, durante tantos años, a un permanente crimen estatal sin perder sus referencias morales, que eran la búsqueda de la justicia, la solidaridad y el pacifismo. Y, por otro, el grado ilimitado de los victimarios a la hora de para cometer sus crímenes. Ahora, que se cumplen 150 años de La Comuna de París, no está de más releer su historia porque uno no puede concluir más que la violencia contra los trabajadores constituye un elemento estructural del capitalismo.