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Gusmán (Foto de Adriana Gianchedi)

Entrevista

1 Feb 2019

Luis Gusmán, escritor

“Lo siniestro siempre puede retornar, aunque sea en términos más modernos y de buenos modales”

Esther Peñas / Madrid

Villa es un tipo gris que necesita que alguien le diga qué hacer en cada momento. No opina, no se involucra, no emite juicios de valor. Ejecuta órdenes. Un tibio de corazón. Ama las jerarquías. En realidad, Villa no ama nada, ejerce cierta indiferencia existencial. En plena dictadura Argentina (década de los sesenta), Villa tiene que decantarse por una u otra facción. No le importa la política. Tampoco la lealtad. Sólo aspira a estar en el lado correcto. Ediciones Contrabando rescata este título de Luis Gusmán, que presentará el propio autor el próximo viernes 8 de febrero en la librería Juan Rulfo de Madrid (calle de Fernando El Católico, 86), a las 19 horas.

¿Es inherente el mal al ser humano o hay personas más proclives que otras a él?

Creo que el mal en la literatura es posible que se desplace al malditismo, y goza de un prestigio -sobre todo en la literatura contemporánea o moderna- mucho más benevolente que el bien. Las fronteras del mal se extienden, pero siempre tiene un par inseparable: el bien.

La vida en un ministerio, a priori, resulta de lo más aburrido. Sin embargo, en Villa es un territorio oscuro, lleno de recovecos. ¿De qué depende que un lugar se abra a lo terrorífico o al prodigio?

Como decía Santa Teresa: la cárcel del cuerpo. El ministerio es una cárcel, o un panóptico, todos sus jefes lo observan. Y como toda burocracia, desde Kakfa es siniestra. No por la monotonía, o la repetición, sino por la anomia. Villa es un mosca, alguien que siempre estuvo servilmente complaciendo a un grande. Lo peor es que quizás lo hizo por nada, ni siquiera por sobrevivir, o por miedo, como aparece en ciertas partes de la novela, sino por una especie de vocación de servicio, de obsecuencia, como modo de vida.

Hay un cierto esquema de supersticiones en sus personajes, sobre todo en Villa. ¿Dónde reside el poder del pensamiento mágico?

Sí, es cierto, pero más que algo mágico es una especie de lógica de las coincidencias. Por ejemplo, que ella sea la novia que tuvo en su juventud. Es posible que la superstición sea un refugio, un recurso más de los que dispone Villa. Como si él no fuera el responsable de sus actos, sino cierta concatenación de acontecimientos.

Pienso en el narrador/protagonista de la historia. ¿Hasta qué punto uno es responsable único de su vida? ¿Hay un destino, como una especie de fatum del que no podemos zafarnos?

La novela logra eso. Esa vacilación ética que hay en Villa. A veces es cierto que hay superposición narrador-protagonista. Una falsa primera persona. Quizás lo más interesante es que Villa cae simpático, a veces demasiado, y uno se encariña con el personaje y hasta llega a olvidar que es una colaboracionista, un complica, pasivo. A veces con buenas intenciones, lo cual lo vuelve todo más siniestro.

Le dice Villa a su esposa: “estamos en manos de los dioses”. ¿Cuánto de azar tiene la vida, en general, y cuánto la literatura?

Quizás la frase es un poco pomposa. Un desliz del narrador, en realidad debería decir en manos de Dios. El plural es excesivo. Villa es como una hoja al viento. Está para servir al poder de turno. No tiene ideología propia. Eso no lo justifica, lo describe.

¿Por qué “una mosca no debe nunca exagerar”?

Casi tiene que ser un eco. Exagerar puede molestar al amo de turno. Aunque pensándolo ahora, en los mensajeros de Kafka, el bufón baudeleriano, o de Fausto o de Shakespeare, el mosca tiene algo de bufón moderno. Solo que no está loco. No es paródico.

Para robar a un muerto, ¿qué cualidades humanas hay que tener? ¿Qué escrúpulos hay que sojuzgar?

Yo tengo un libro de ensayos, Epitafios. El derecho a la muerte escrita, donde trato las cuestiones referidas a lo que en mi país pasó con los muertos. El derecho a la muerte escrita es que todo ciudadano tenía el derecho en Grecia de que figurara su nombre en su tumba. Escribí otra novela con una frase de La odisea: “Ni muerto has perdido tu nombre”. En Epitafios hablo del tratamiento con los cuerpos de los desaparecidos, el robo a los muertos. Es un tópico en la literatura argentina. Sobre héroes y tumbas de Sábato, Esa mujer de Walsh, Santa Evita de Tomás Eloy Martínez... Creo que la diferencia que “inaugura” Villa es que está contada desde el punto de vista del victimario y no de la víctima. Lo cual da menos lugar a la moraleja inmediata.

Los personajes despreciables, ¿son más fructíferos literariamente que los luminosos?

Es posible. Pensemos en Bardamuse, de Celine; en Genet, es una mezcla, hay una épica y un romanticismo que los vuelve conmovedores, como en Querelle. En mi juventud, Celine me desveló, ahora me es difícil leerlo; Conrad logra algo diferente con Lord Jim, es un cobarde y sin embargo se redime, quizás ese sentimiento “cristiano” de redención y de sacrificio final es lo que le devuelve la dignidad al personaje y vuelve más justificable su acto.

¿Por qué se prefiere acatar las órdenes a tomar decisiones?

Quizás, por “la obediencia debida”, porque de esa manera se ampara en la decisión de su jefe. No sé, pero en términos sartreanos podríamos decir se da “una buena conciencia”. Siente que él no es responsable de sus actos.

¿En qué momento la ‘banalidad del mal’ se convierte en terrible?

Podemos decir, sin ruborizarnos, que cuando se banaliza.

¿Qué tiene Luis Gusmán del doctor Villa?

Graham Greene, cuando le preguntaron qué pensaba de su personaje el comisario Scobie, de su novela El revés de la trama, respondió: “No pienso como él”.

Es posible que haya sido pesista, stripper, inspector de policía, cantor de tangos. Lo más difícil para mí es lo que tiene Manuel Puig, y es cómo construir un personaje femenino verosímil, verdadero. No una proyección de la mirada masculina. Por ejemplo, La maga de Cortázar me parece es una versión de Oliveira. Para mí, es lo más  difícil fue hacer de la mujer de Villa un personaje de carne y hueso.

Sé que lo que hizo la Triple A es irreparable pero, ¿sus consecuencias siguen latentes o Argentina cerró ya esa época?

Esas cosas nunca se van. El argumento de Ni muerto has perdido tu nombre cuenta una historia que me consta porque la viví, la de dos torturadores (Varela y Varelita, en Argentina eran un dúo musical) que en el año 2001 les mandaban cartas a los familiares de los desaparecidos, diciéndoles que estaban vivos. Y tenía como pruebas cartas de puño y letra. Se las habían hecho escribir, antes de matarlos, mientras estaban vivos. Y los dos vivían extorsionando a los familiares, haciendo ese trabajo. Las cartas de vivos que estaban muertos. Para mí, es la mejor metáfora de que eso siempre está latente. En mi país se ha hecho un trabajo ejemplar respecto a juzgar a los responsables de crímenes de lesa humanidad. Pero lo siniestro de la siniestra siempre puede retornar, aunque sea en términos más modernos y de buenos modales, y políticamente correcto.