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Viñeta de Tono

Entrevista

20 Dic 2019

Felipe Cabrerizo, ensayista

“Muchos de los herederos naturales de quienes intentaban acabar con la censura se han convertido en censores voluntarios y orgullosos”

Esther Peñas / Madrid

La Codorniz. Sólo mentarla ensancha una sonrisa amable, con retranca, loca (porque la risa es, al fin y al cabo, una cosa muy loca). Por esta cabecera transitaron algunos de los nombres que hicieron del humor un territorio muy próximo al delirio o al edén –si acaso no es lo mismo. Felipe Cabrerizo y Santiago Aguilar acaban de presentar un ensayo que repasa la influencia cultural de una revista clave durante la dictadura: La Codorniz. De la revista a la pantalla (y viceversa), en ediciones Cátedra.

¿Es La Codorniz la mejor cabecera de humor que hemos tenido en España?

Para nosotros sí, la verdad. Así lo pensamos por el indudable ingenio de las varias generaciones de humoristas que pasaron por sus páginas (desde Miguel Mihura hasta Chumy Chúmez, desde Edgar Neville hasta Rafael Azcona), por sus novedosísimas y divertidísimas propuestas y por su sorprendente capacidad de supervivencia: casi cuarenta años no particularmente sencillos ni cómodos de la historia de este país. Puede que el Don José que dirigió Mingote a mediados de la década de los cincuenta o el Hermano Lobo urdido por Chumy Chúmez y Summers en el tardofranquismo tuvieran una trayectoria más coherente. Por lo que si no podemos aplaudir a La Codorniz como la mejor, sí podemos hacerlo por resultar la más duradera, la más popular, la que tuvo mayor capacidad de adaptación a la realidad que la rodeaba y la que más ha marcado el imaginario colectivo de todos los españoles. 

¿En qué se diferencia la publicación según los directores que tuvo (Mihura, de Laiglesia, Summers y Cándido)?

La Codorniz fue una publicación muy diferente según quién llevara las riendas de la misma. La dirección de Mihura, su fundador, es la que ha terminado entrando en la leyenda: un humor blanco, puro, levemente abstracto, cosmopolita y muy entroncado con la vanguardia de entreguerras. Pero fue un periodo breve, apenas tres años en los que Mihura llevó adelante esta línea de humor unitaria a la que se adhirieron todos los colaboradores. El gran director de la revista fue indudablemente Álvaro de Laiglesia, encargado de llevarla adelante desde 1944 hasta 1977, tres décadas claves en la evolución de este país en las que supo amoldar con astucia el humor que iban necesitando las sucesivas generaciones de españoles, que sociológicamente iban cambiando a una velocidad de vértigo. Lo consiguió y sobradamente: fueron los años de mayor popularidad de La Codorniz, en los que consiguió tiradas que superaron los doscientos mil ejemplares, cifras a estas alturas mitológicas. Lo que vino después fue el declive: hubo intentos varios por remozar secciones y colaboradores, pero con la llegada de la Transición La Codorniz se vio relegada al furgón de cola haciendo un humor muy dependiente de los acontecimientos políticos. La Codorniz había quedado definitivamente superada y las nuevas publicaciones humorísticas que compitieron con ella en los setenta, desde Hermano Lobo hasta El Papus, supieron recoger con mayor acierto el ritmo de los nuevos tiempos. La dirección de Summers sólo duró unos meses y estuvo ligada a la sátira política y a la moda del “destape”. Igualmente breve fue el periodo en el que Máximo y Cándido intentaron resucitar la cabecera como revista de actualidad política con colaboradores de tantas campanillas como Ramoncín. Pero en 1978 el panorama estaba ya suficientemente cubierto y el lector de la vieja Codorniz no era amigo de experimentos.

Si el lector de La Codorniz era  irremediablemente inteligente, ¿qué perfil tiene el espectador del humor de hoy en día?

La inteligencia del lector de La Codorniz fue una estrategia publicitaria de Álvaro de Laiglesia para que sus compradores no se echaran en brazos de otras propuestas efímeras que fueron llegando a los quioscos a lo largo de los cuarenta y los cincuenta. Pero hoy en día los lectores serán igualmente halagables, suponemos.

Dada la hechura políticamente correcta que nos gastamos, ¿cada vez es más difícil hacer humor?

No corren buenos tiempos para el humor, no. Durante décadas ejercer de censor era una actividad despreciada por gran parte de la sociedad y los sectores más inquietos de la misma lucharon para acabar con cualquier tipo de prohibición. Pero sorprendentemente el siglo XXI ha traído un proceso desconcertante: muchos de los herederos naturales de quienes intentaban acabar con la censura se han convertido en censores voluntarios y orgullosos. Quién nos iba a decir que el mundo se llenaría de guardianes de una moral de pacotilla muy entretenidos en hacer a la mínima ocasión autos de fe con todo aquel que no piense como ellos. Pero conviene no caer en el alarmismo y ver las cosas en su justa medida: la situación actual no tiene nada que ver con la vivida en décadas anteriores. Al menos, las quemas en plaza pública son virtuales, cuando antes eran reales. Basta recordar lo sucedido con varios integrantes del grupo codornicista: Bluff es asesinado por hacer humor durante la Guerra Civil, a Gila lo fusilaron (por fortuna mal), Francisco Perdiguero vivió su condena en el penal del Dueso y al salir de él pudo volver a hacer humor, pero obligado a renegar de su antiguo seudónimo y transformándolo en otros tan simbólicos como “Cero” o “Hache”, que demostraban el grado de anulación al que había sido sometido.

¿Cómo es posible que un destacamento de nuestros más fabulosos escritores desembarcara en Hollywood y apenas haya testimonios al respecto? 

Sí, es una historia maravillosa y por desgracia muy poco conocida, pero en el tránsito de la década de los veinte a la de los treinta un auténtico ejército de cineastas (directores, guionistas, actores) dieron el salto a Hollywood para rodar las llamadas Spanish talkies, versiones en castellano de las grandes cintas de las majors de obligada realización dado que el doblaje no se había desarrollado todavía. Edgar Neville fue la avanzadilla, y sus contactos con Chaplin o Douglas Fairbanks le permitieron ejercer de puente para que hicieran lo propio Tono, Luis Buñuel o Enrique Jardiel Poncela, que terminaría dirigiendo en los estudios americanos una película ambientada en el siglo XIX español ¡y en verso! Se hicieron muchas películas aunque pocas de ellas alcanzaron el éxito, y cuando en 1932 el doblaje comenzó a funcionar los estudios decidieron cerrar sus departamentos encargados de realizar dobles versiones de películas y todos terminaron regresando a una España que afrontaba la proclamación de la II República.

A grandes rasgos, ¿qué caracteriza al humor que pasó a la pantalla proveniente de La Codorniz?

Resulta difícil hacer un resumen unitario, incluso a grandes rasgos, del humor que saltó de La Codorniz al cine por lo variado de sus propuestas: el codornicismo transmutará en parodia, en comedia sofisticada heredera de Lubitsch y del cine italiano de teléfonos blancos, en películas excéntricas, en screwball comedy, incluso en relatos metacinematográficos que jugaban con la idea del cine dentro del cine… Pero la realidad es que ninguna de ellas funcionó y a partir de los años cincuenta todo se encauzó en dos vías que sí alcanzaron el éxito popular: una comedia costumbrista que abrió Edgar Neville con El último caballo y una vía de humor negro que lideraron Gila, Summers, Chumy Chúmez y sobre todo Rafael Azcona, guionista canónico del cine español gracias sobre todo a sus colaboraciones con Berlanga.

¿Qué acabó por estrangular La Codorniz?

La propia evolución del tiempo. En 1972 un eximio codornicista, Chumy Chúmez, se cansó del aire demodé que desprendía la revista y propuso la creación de una nueva publicación que respirara el aire de los tiempos. Viajó a París, a Londres, a San Francisco y a Nueva York para ver lo que por allí se estaba haciendo y conoció de manera directa la cuna de la prensa underground, desde Charlie Hebdo hasta Robert Crumb. De lo aprendido surgiría Hermano Lobo, una revista completamente nueva en España que supo atraer a los ejemplares más díscolos de las nuevas generaciones, para los que La Codorniz, como se decía en aquellos tiempos, se había aburguesado. No tardarían en llegar nuevas publicaciones que seguían la línea abierta por Hermano Lobo y La Codorniz se vio definitivamente fuera de juego. Fue el inicio del fin de la revista.

¿Cuál fue el papel de la mujer entre los codornicesca plantilla?

No masiva ni, empleando un término actual, paritaria, pero sí fundamental. En una España dominada por las alegres chicas de Pilar Primo de Rivera en la que la inmensa mayoría de mujeres estaba condenada a la nada, en La Codorniz las hubo y sin ningún tipo de reparo desde el mismo momento de su fundación. La Baronesa Alberta o Remedios Orad entraron rápidamente en la plantilla de la revista, pero por supuesto debemos hacer una mención especial a Conchita Montes, que además de atender a sus películas y sus funciones teatrales llevó a las páginas de La Codorniz semanalmente y durante varias décadas su endiablado pasatiempo, el Damero Maldito. Curiosamente, con el paso del tiempo y la apertura de la sociedad la presencia de la mujer iría desapareciendo de la revista hasta pasar a ser testimonial en sus últimos años.

De entre las películas que transitan en el ensayo, ¿por cuál siente especial querencia y por qué?

Por desconocidas y por estupendas, nuestra debilidad personal va por las dos películas dirigidas por Chumy Chúmez en la década de los setenta, dos cintas grotescas de una crueldad y un políticamente incorrecto que resultarían absolutamente inimaginables hoy día. Pero hay decenas de joyas escondidas en este cine codornicesco: la película de doblaje Un bigote para dos, que figura en el DVD que incluye el libro; Intriga, una película sobre cine dentro del cine absolutamente descacharrante; Mi adorado Juan, posiblemente la mejor película que rodaron los hermanos Mihura; El último caballo, que marca un punto final en un tipo de humor que habían transitado mucho sus protagonistas; gran parte de la filmografía de Summers, prácticamente todas las cintas escritas por Rafael Azcona, que había velado sus primeras armas como crítico de cine en La Codorniz

“Donde no hay publicidad resplandece la verdad”. ¿Tendría espacio una manera de estar en el mundo como la que estilaba La Codorniz hoy en día?

La verdad es que no. La Codorniz fue una publicación que aglutinó ideas y humoristas geniales, pero su valor fue reflejar una España que hoy por fortuna ya no existe. Lo que no significa que no dejara herederos, muchos de ellos figuras fundamentales del humor que se hace hoy en día: desde la revista Mongolia hasta los humoristas de Muchachada Nui los ecos de La Codorniz son muchos a pesar de que hayan tenido que amoldar sus gags a estos tiempos ultraliberales que nos han tocado en desgracia.

Le devuelvo una pregunta de Clarasó: ¿Hay alguna relación entre humor y clase social?

Le devolvemos la misma respuesta que se daba Clarasó a esta pregunta: sí, los ricos dan risa y los pobres dan pena, que es incompatible con la risa. Clarasó siempre se pirró por colocar una buena frase aunque luego no hubiera modo de sostenerla. Y nosotros no vamos a ser menos.