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López Pomares

Entrevista

4 Mar 2020

Alejandro López Pomares, poeta

“Nada dura más de un instante”

Esther Peñas / Madrid

Un poemario en el que la nostalgia se conforma en vaho que conjura el verso, verso cincelado con el cuidado de un orfebre. Así Alejandro López Pomares (Orihuela, 1983) en su poemario La soledad tras el ruido de fondo (Ars Poética), con prólogo José Luis Zerón.

¿De qué está hecho el silencio?

El silencio es tiempo percibido, consciente, mucho más que la simple ausencia de sonido. De hecho, he llegado a él por dos extremos casi opuestos. Igual estando apoyado en esa ventana que da al río en la lentitud de la noche, atravesada por las luces rojas de un coche y el fluir constante de las aguas, donde los minutos se hacen palpables, que tras el impulso de bajar a la calle y andar a empujones entre la gente, entre la violencia de los pitidos, las luces, los escaparates con sus mensajes masivos, una moto que arranca, teléfonos sonando en cada bolsillo. Y te detienes. Son dos situaciones que pueden provocar un mismo estado, la percepción del instante, del silencio.

El poema, ¿se escribe desde la nostalgia o desde el acicate del deseo?

Yo creo que desde ese silencio puedes llegar a advertir pequeñas roturas en el discurso de la vida. Pero pienso que ocurre de forma espontánea. Rara vez he escrito un poema por intención, aparece en un metro cuadrado de acera y casi siempre lo apuntas o lo olvidas. Ahora bien, si tengo que elegir un impulso poderoso sobre el otro, sin duda es la nostalgia.

"...sólo abrazado a las ruinas se siente parte de este olvido". ¿Qué enseñan las ruinas al poeta?

Las ruinas enseñan un posible final del camino, una especie de visión futura desde el presente. Nos muestran el esqueleto en decadencia y por eso creo que despiertan tantas sensaciones.

¿Cuánto tiene de ruina un poema?

Como he dicho, el impulso por escribir un poema viene casi siempre de forma espontánea, pero al acto le precede por milésimas de segundo una especie de revelación. Al escribir intento remontar (reconstruir) esas ruinas para dar forma a la sensación que me abordó.

¿Cómo "reconoce uno su rostro"?

Esa cuestión me asalta de forma recurrente. Quiero decir, nos miramos al espejo y siempre estamos cambiando, pero sin ser muy diferentes al día anterior. Hay veces que tu imagen te ofrece una sensación más estable, más completa, y sigues dejando la vida pasar, pero otras te ves fuera de ti y, de la duda, toca entonces recomponerse. 

¿Qué o quién es el tú al que se dirige el poeta?

La soledad tras el ruido de fondo habla mucho de mí, soy yo visto en retrospectiva. Son mis experiencias en una ficción que entremezcla todas las vidas que han vivido toda la gente a la que he conocido y, por tanto, que he vivido yo. Si dijera que se acerca a un ensayo, yo mismo me lo creería.

¿"Todo existe y nada permanece"?

Sí, todo momento es único, es decir, todas las cosas que dan lugar a cada momento no volverán a conectarse de esa forma nunca jamás. Si atendemos a la simplicidad de la vida de cada objeto o cada ser, puede llevarnos a engaño pensar que las cosas tienen una existencia larga. Nada dura más de un instante. Nosotros mismos somos una sucesión de instantes.

¿Cuánto tiene de vagabundeo escribir?

Para mí es un vínculo necesario el caminar y el escribir. Mis obras más logradas "aparecen" en plena caminata y, de hecho, La soledad tras el ruido de fondo es el relato de un trayecto por las diferentes etapas que he vivido, pero sin un rumbo prefijado. 

"Se nos va del vértigo el verso perfecto". ¿Cuál es la cadencia exacta de un verso?

La que consigue conectar con tu ritmo interno. Igual ocurre a la música. Distintos gustos en distintos momentos. Si a cada instante estamos cambiando, también nuestro compás se altera a cada paso y podría ser que algo que nos identifica hoy, mañana nos resulte ajeno. La poesía de nuestro tiempo creo que al final será un reflejo de esta vida cotidiana de ritmos frenéticos.