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Roberto Rochas

Entrevista

3 Jul 2020

Roberto Rochas, poeta

“Nos pasamos la vida tratando de pertenecer a un nombre”

Esther Peñas / Madrid

“Cuando no es hablado por labios de ninguno, espera ante la conmoción del espejo y allí, tan solo, en mitad del pánico y de la súplica, frente a sí, el no-rostro balbucea”. Este texto, ‘Usurpación’, escrito por Roberto Rochas (Madrid, 1973) pertenece al artefacto Puntos de fuga (Adeshoras), a caballo entre la poesía y el relato, un libro -con prólogo de Ángel Zapata- en el que lo oscuro, el germen, lo impregnado (¿de qué? De plancton, de líquido amniótico, de música en estado de réquiem) hacen de su lectura un territorio propicio para sobrecoger el ánimo.

¿De qué depende que uno encuentro puntos de fuga?

La verdad es que no sé cómo, pero se encuentran. ¿Cómo podríamos vivir si no? Escribir, sin duda, es uno de ellos.

¿Se puede recordar acaso algo que todavía no ha ocurrido?

Se puede y no se puede. El tiempo, no el de los relojes, está formado de una materia un tanto escurridiza.

¿Se puede evitar –esta viene, por cierto, muy a cuento- la tentación de la madriguera?

Es imposible evitar esa tentación, al menos en mi caso, que soy fóbico. Pero, al mismo tiempo, tampoco se puede evitar sacar la mano y, desde la madriguera, seguir buscando un tobillo al que aferrarse.

Pienso en el texto ‘Prestidigitación’. ¿Cuánto de prestidigitador tiene quien escribe?

No me había parado a pensarlo, pero ahora que lo dices creo que mucho. No en cuanto a lo que se dice, que debe ser verdad, pero sí en cuanto a la forma. Encontrar una manera ‘distinta’ de decir lo mismo de lo que se viene escribiendo durante miles de años no deja de ser, en cierto modo, un acto de prestidigitación.

“Todo está premeditado”. En la escritura, ¿cuánto hay de voluntad, de azar, de técnica, cuánto de premeditación y cuánto de contingencia?

Hay una parte de la escritura que nace del mismo sitio que los sueños y, por tanto, es imposible premeditar. En mis sesiones psicoanalíticas (yo, que casi nunca me acuerdo de los sueños y he puesto buena parte de estos relatos en el diván) he comprobado que las interpretaciones que hace uno mismo y las que hace el otro –todas factibles y polisémicas– pueden ser bien distintas.

Ahora bien, transcribir ese estado de perturbación en palabras –con el ritmo, estructura e infinidad de detalles que intervienen en un relato– requiere de un trabajo verdaderamente exhaustivo.
Yo, al menos, nunca he tenido facilidad con la palabra.

Puntos de fuga, ¿participa más de un vals, de una obertura, de una rapsodia..?

En parte es obertura: por un inevitable paralelismo con el nacimiento (este es el primer libro que escribí, aunque editorialmente sea el segundo). 

En parte es rapsodia: desde el punto de vista de que está constituido de otras obras (autores que sin duda me han influido) o con trozos de aires populares (preguntas sin respuesta que la humanidad lleva siglos planteándose).

Y en parte es vals: como aceptación de ese ritmo constante y repetitivo que es la vida.
Sin olvidarnos, eso sí, de que al final de esta repetición de orden invariable nos vamos a encontrar –disculpa mi optimismo– con una marcha fúnebre.

No sé si eres consciente, pero hay manos por todos los lados, en muchísimos textos lo cual podría, por ejemplo, llevarme a pensar lo importante que es para ti el sentido del tacto…

En ‘Quién’ tengo una cita de Antonin Artaud: “Entonces era necesario que una mano se transformara en el órgano mismo de la aprehensión”. Creo que van más por ahí los tiros. Tratar de aprehender lo que resulta inaprehensible.

“(…) la corteza adimensional del ojo por cuya grieta escapa el suero de la noche”. ¿Cuál es la diferencia radical entre contar lo que sucede en la luz a narrar aquello que se presenta en la oscuridad?

No estoy seguro de que sea tan distinto. Tanto un exceso de luz como una oscuridad intensa son cegadoras. Es desde algún punto ambiguo de penumbra donde mejor se ve. Miremos al lado que miremos, lo único con lo que vamos a encontrarnos es con una visión sumamente parcial.

“No tan fácil resulta desde dónde”. Esta expresión, tan psicoanalítica –desde dónde- que aparece en Puntos de fuga me sirve para preguntarte desde dónde uno escribe.  

Desde la llaga.

¿Cuándo conviene enterrar el sombrero?

Lo enterramos siendo niños. Eso sí, antes de percatarnos en algún momento de que no tenemos cabeza. (Algunos aún no lo saben, pero me extraña que estén leyendo esto).

¿Cómo saber a qué nombres uno no se pertenece?

Nos pasamos la vida tratando de pertenecer a un nombre. O más bien, a un acaparamiento de nombres que nos definan por acumulación. Cuando no deja de ser, a la postre, la significación de meros artificios.

Lo inquietante en la escritura, ¿proviene del miedo, del trauma, de lo real mismo..?

Miedo, trauma, lo real mismo… me resultan sinónimos.

¿Qué no puede salir nunca del caos?

Por suerte, nada.