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Cubierta del libro

Entrevista

18 Feb 2020

Juan Mendoza, escritor

“Puente de Vallecas se me antoja a medio camino entre el bandolerismo romántico y la resistencia guerrillera”

Esther Peñas / Madrid

Comienzan a verses seriamente amenazados por la gentrificación. Es decir, por la invasión del capital y sus formas (cadenas de comidas sustituyendo bares, franquicias de modo demoliendo comercios, desembarco de tipos humanos presos de una homogenización estética y ética). Pero esta especie invasora que desalma barrios en cualquier ciudad del mundo, no es extirpada, como se extirpan las cotorras de Madrid. Es menos peligroso cierta clase de humano, que cierto género de ave. 

Juan Mendoza (Madrid, 1965) ha querido reflejar con el mejor estilo costumbrista –al estilo más de mesonero Romanos que de Estébanez Calderón, todo sea dicho) esta gama de matices de la gente que habita un barrio. Y no cualquiera, Vallecas, y dentro de Vallecas, Puente. El resultado, Línea Uno (Clan). Que ustedes gocen las respuestas.
 

¿Los barrios marginales (Vallecas, Carabanchel, Aluche), ¿tienen una idiosincrasia común o cada uno de ellos es diferente?

Para un foráneo, para el visitante ocasional, todos los barrios marginales de Madrid, herederos de la inmigración interna de los años sesenta, parecerán iguales. Verá un territorio común en su paisaje y su paisanaje, reforzado éste por la más reciente inmigración extranjera. Habría que vivir un tiempo en cada uno de ellos, beber sus cervezas, enfermar de desamor y cortarse con sus cristales rotos para buscar singularidades profundas. Sin embargo, Vallecas, y más concretamente, Puente de Vallecas, tiene una idiosincrasia propia que se aparta de la marginalidad suburbial para convertirse en una peculiar muestra de subcultura popular emboscada en su propia arquitectura de casas bajas de ladrillo visto, y que a mí se me antoja a medio camino entre el bandolerismo romántico y la resistencia guerrillera.

¿Qué tiene Vallecas de única?

Todo es único, singular y subterráneo en Vallecas. Especialmente sus habitantes, todos, incluso los más recientes. Uno naufraga en cualquiera de sus costas agrestes: el Bulevar, San Diego o Monte Igueldo, roto el barco y el corazón; y, en media semana tiene en cualquier vieja bodega un par de amigos con cicatrices en la cara y en el alma, un callejón oscuro en el que morirse como mueren los valientes y una causa perdida que defender. Se empieza a sentir vallecano, simpatiza con el Rayo, se le alargan las eses al hablar y se compra una pistola de agua cuando llega la Batalla Naval. Vallecas es distinto, sin duda; pero, además, sus gentes son extraordinariamente combativas, solidarias y acogedoras. Eso marca la diferencia.

Sin embargo, leído su libro, aunque se reconocen situaciones, tipos humanos y lugares, especialmente la zona de Puente de Vallecas ya está sufriendo una gentrificación importante… ¿se acabara dinamitando la esencia del barrio?

Sí, sin duda alguna. La “gentrificación” desplazará el obrerismo combativo y su sentido épico y anarquista de la existencia, la lucha sin razón o con razón contra los enemigos reales e inventados del proletariado más lumpen y los sustituirá por el culto a la Iglesia de la Calentología y la devoción a la Santísima Diversidad de Género. Cambiará la chupa de cuero y los vaqueros raídos por propuestas estéticas modernas y extravagantes pero limpias y con olor a suavizante; las melenas “jevimetálicas” por moños y crenchas perfectamente estudiados en su aparente desaliño y el vermú con aceitunas por el brunch de los domingos. ¿Mejorará el barrio? Según se mire. Lo único seguro es que todo será mucho más caro.

Fanny PeloPaja, Viorel Nosequé, El Rubén, Felipe Fernández Barrios, Ceto, Lucas Vásquez, el Hacedor de la Lluvia… ¿por cuál de estos personajes siente especial querencia?

Tener simpatía por Ceto, el protagonista, con su capacidad diferente, es fácil y sería lo más obvio. Sin embargo, Ceto es un personaje completamente inventado, un ser ficticio a cuyo alrededor se mueven otros menos imaginados y más observados, por así decir, por mí como autor. Muchos de ellos se basan en gente real, con nombres y apellidos, que se cruzaron conmigo en algún momento y me inspiraron ternura, repulsión, compasión, simpatía o desprecio. Pero si tuviera que elegir me decantaría por el personaje de Ángela, el ángel amputado de sus alas que fuma porros para calmar sus dolores y cigarrillos mentolados porque es una esnob irredenta. Los ángeles de Vallecas, como todo el mundo sabe, brillan mucho más que los de otras barriadas. Dónde va a parar…

¿Qué le enseña a uno un barrio como Vallecas?

Sobre todo a ver lo invisible. A ser consciente de que aquellos que se mueven como espectros a tu alrededor, etéreos y brumosos, tienen una historia por cada arañazo, por cada pústula, por cada llaga del espíritu, que quiere ser contada. Vallecas te enseña a escuchar los lamentos que trae la brisa caliente que sale del túnel del metro y a mirar con ojos nuevos la mugre vieja incrustada en los lavabos de las tabernas. Te enseña a perdonar y a perdonarte. En Vallecas vive una vieja dama sonriente que se llama Redención, sólo tienes que buscarla.

Hasta la fe, o el modo de impartir la fe tiene en Vallecas, su marca de la casa…

Para los que nunca pierden baza en desalmar a los seres humanos, como si eso los volviera más racionales, bien pudiera valerles la especie de que Dios pasó de largo por Vallecas. Pero yo he visto a familias de inmigrantes, dignísimas en su pobreza, acudir vestidos con sus mejores “galas” domingueras a la misa de doce en San Ramón; he visto a los evangelistas cantando con fervor canciones de alabanza e himnos cristianos en el Bulevar, he visto a tipos oscuros y esquivos servir de voluntarios en los comedores sociales, he visto a obreros anodinos llevar a las monjas sus cestas de Navidad para que distribuyan su contenido entre los más pobres y he visto a travestís colombianas repartir comida caliente, motu proprio, sin ONG que valga, a los yonquis, a los borrachos y a los indigentes. Puede que a Dios se le quedara una tarde enganchada la gabardina en el índice tieso de la Abuela Rockera y ya no se haya movido del barrio.

¿De qué depende que alguien que se crie en un barrio como el nuestro caiga del lado oscuro (drogas, trapicheos…) o sea capaz de sacar su vida adelante?

No sabría decirte. No soy sociólogo, ni psicólogo. En el caso del que se droga quizás dependa del deseo de obtener una felicidad momentánea con la que escapar del infortunio existencial y, en Vallecas, del añadido del fácil acceso al sueño químico y de su precio acorde con el atávico pauperismo del barrio. En el caso del que no se droga y por qué no lo hace, ¿quién sabe? Quizás respeto por uno mismo, miedo a la adicción, falta de recursos o, simplemente, que no le gusta. Lo de ponerse a trapichear es otro asunto. Ahí sí cuenta la ambición, el deseo, la envidia, la presunción o la supervivencia. Hay quien vende droga porque ambiciona una casa con calefacción, garaje y ascensor, o porque sin dinero la persona que le gusta no le hará ningún caso, o porque quiere ser como esos músicos urbanos millonarios y tener lo que ellos tienen, o porque quiere lucir cadenas de oro de medio kilo y anillos de cien gramos, o porque si no vende no come ni paga la luz ni el gas ni el alquiler ni el colegio de los niños, que de todo hay.

¿Qué es lo mejor y lo peor de un barrio?

Hay muchas clases de barrios: unos, populosos y vivos; otros, solitarios y como dormidos en su tranquilidad residencial. En el caso de Vallecas, lo mejor es sin duda la vida de sus calles. Puedes encontrar gente a todas horas caminando por las aceras y comprar todo lo que necesitas a doscientos metros a la redonda en sus pequeños comercios. Conoces por su nombre al que te vende el pan, a la señora que te cose el bajo de los pantalones, al que sirve los mejores pinchos morunos y al camello de cabecera. Te puedes tomar un vino con Cristo y con el Diablo, los tres acodados en la barra, contando chistes viejos de Arévalo. Lo peor… Quizás no sea el mejor barrio para tener una familia con niños, perro y bicicletas para todos, pero eso lo deberían que decir los que la tienen. La familia, no la bicicleta.

La realidad, ¿siempre supera a la ficción?

La Realidad es una alcahueta que pretende siempre casarnos con doña Vida Real cuando la que realmente nos enamora, la que nos pone de verdad, es esa dulce damisela de tierna mirada llamada Imaginación. Desgraciadamente, cuando un escritor inventa una situación cualquiera;,ya sea una pasión estremecedora y demente, un crimen abyectamente sangriento o un valor heroico y rayano en la locura, ahí está la vieja trotaconventos para decirnos que, por mucho que imaginemos, ella siempre gana. A los escritores tan sólo nos permite una cierta dosis de ilusionismo literario, de carga creativa, que describa las cosas sin caer en lo fantástico. Línea Uno pretende, con su caldo espeso de realismo crudo, su compango de realismo subjetivo y su pizca de realismo mágico, sortear en lo posible sus zancadillas