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Mascab

Entrevista

21 Feb 2019

Asunción Caballero, poeta

“Quién mejor que el poeta observa su entorno desde la emoción, el sentimiento y la solidaridad”

Esther Peñas / Madrid

La poesía como azada con la que labrar una tierra que alimente a todos, como horquilla con la que repartir el trigo, como aperos con los que denunciar las injusticias y dar voz a los que tienen la garganta atravesada por el dolor. Así la entiende Asunción Caballero, Mascab. ‘Los zapatos del indigente’ (Lastura), su último poemario, nos propone reparar en lo raído de un calzado ajeno (la grieta), la indigencia de una indumentaria (el frío del espíritu), el hambre del otro (siempre la nuestra).

¿Qué sucede cuando un poeta se coloca ‘los zapatos del indigente’?

Sucede que ve el mundo como realmente es: egoísta, unipersonal, y con muchas fobias hacia todo aquello que no sea el “yo-mi-me-conmigo”. Sucede que se aprende a vivir con lo puesto y a compartir las vivencias con el entorno. Dentro de los zapatos de un indigente, se aprende a valorar lo que se tiene y se acepta al mundo como es, a la vez que también se aprende a comunicarse con la vida, con la naturaleza y hasta con la propia esencia de las cosas, con los pájaros, las cucarachas, la mochila o, incluso,  los zapatos.

¿Quién es el indigente para el poeta? ¿El poeta mismo, tantas veces?

El indigente para mí, somos en parte todos. O mejor dicho, me gustaría que fuéramos un poco todos, porque sería una buena manera de llegar a comprendernos a nosotros mismos. De dialogar con nuestro yo íntimo y personal. De saber qué es lo que en realidad queremos o qué fue aquello que hicimos tan mal o tan bien, que nos provocó ser como somos y estar como estamos. 
Sí, el poeta quizá sea la persona más capacitada para sentir la vestimenta del indigente hasta hacerla propia. ¿Quién mejor que el poeta observa su entorno desde la emoción, el sentimiento y la solidaridad?

¿Cuáles son los poemas “que no terminan nunca”?

En la vida, a veces tenemos la suerte de dar con personas que se nos parecen. No en lo físico, no. Pero sí en este interior íntimo que guardamos para nosotras. Y cuando nos encontramos por primera vez con alguien así, no es necesario ni que nos presenten. Ambas notamos esa interconexión ultrasensorial que consigue que nos comuniquemos desde el primer momento, como si nuestra conversación no comenzara ahí, sino que viniera de largo. Cuando hallamos una persona que nos hace sentir así, no se necesitan las palabras a diario, ni verse a menudo, siempre que la noria de la vida nos haga coincidir, nuestra conversación fluirá de inmediato con el mismo respeto con que nace. Y una amistad así, libre, sin fisuras ni mezquindades, es un poema que no termina nunca, porque la amistad es incombustible. Esto es poesía.
Tengo la suerte de haber dado con personas así a lo largo de mi vida. Y una de ellas me acompaña en la lejanía de nuestras miradas y de nuestras palabras desde hace más de cuatro décadas. Ambas sabemos que estamos y que somos. Un intenso abrazo cada vez que la noria nos sitúa juntas es lo único que necesitamos. Y esto, vuelve a ser poesía.

El poemario está surcado de huellas, zapatos, camino, caminar… ¿cuándo escoger el movimiento y cuándo la quietud?

Cuando una echa a correr o se decide a hacer un camino con una meta al frente, es difícil saber en qué momento tomarse un respiro y, a veces, hasta se olvida de disfrutar del viaje o de hacer partícipe de él a los suyos. Por eso hay que saber detenerse de vez en cuando, tomar aliento, llenar los pulmones del aire fresco de la familia y de los amigos, y dejar un mínimo de huella de nuestro paso a las personas que vamos conociendo y encontrando, pero sin olvidarnos nunca de nuestras raíces, de los nuestros. Y cuando digo huella, hablo de abrazo, de acogimiento, de sonrisas, de respeto… nada de cicatrices. 

Es curioso que me hagas esta pregunta, porque llevo tiempo pensando que he recorrido un camino sin brújula que, además, no tenía ninguna meta, solo por la necesidad de sentirme en movimiento. De hacer algo, de no quedarme parada…Y ha sido un viaje absolutamente placentero en el que he ido encontrando un bello paisaje y, a veces, un duro terreno. Pero a pesar de haberlo vivido ‘a tope’ y de que los proyectos continuarán llamando a mi puerta, he tomado la decisión de parar, de alcanzar esa quietud de la que hablas y respirar nuestra maravillosa lengua. Este es el momento en que escojo el sosiego, la quietud… ¡qué preciosa palabra! Quietud…

¿Qué “pulso ha perdido el lenguaje”?

Uf… demasiados pulsos. Ha perdido el pulso de la comunicación oral y con él, el pulso de las palabras, que han pasado a transformarse en signos que las restan significado, con tal de ser escritas en un rápido whatapp o twitter o… ha perdido el pulso de las caricias, porque sí, hay palabras que duelen y que es mejor no ser escuchadas, pero ¡hay tantas palabras que calman y dan sosiego y acarician a través de la voz que las pronuncia, y que ya no son nombradas!, que no solo pierde ese pulso el propio del lenguaje sino que todos somos perdedores. Pero, sobre todo, el lenguaje ha perdido el pulso de la empatía. 

El poeta, ¿escribe “desde la oscuridad de sus tripas”?

Bueno, no sé otros poetas, sé de mí, y en este caso, sí. En muchas ocasiones, el poeta necesita impulsar hacia fuera aquello que le corroe y que ha de ser vomitado. No todo es luz en la poesía. Es más, si pusiéramos en un plato de la balanza los poemas de luz, y en el otro los poemas de sombras, no sé yo si la balanza quedaría equilibrada o si se inclinaría levemente…La poesía habita las luces y las sombras. El poema, por supuesto,  nace desde la oscuridad de las tripas del poeta, y/o desde la luz de su corazón.

Cuando “el horror se ha instalado en el mundo”, ¿qué aporta la poesía?

Cuando el caos, la destrucción, la oscuridad, la muerte, el desamparo, pueblan el mundo, la poesía debe aportar luz y sobre todo, esperanza.

Pienso en el poema ‘Han robado los minutos’. ¿Cuál es el tiempo de la poesía?

El tiempo es una experiencia básica para el humano y la poesía lo eterniza porque la palabra poética esencial es el tiempo. Él es la fuente y la motivación del poeta la mayoría de las veces. Porque la poesía es temporal y atemporal a su vez. Luego siempre es tiempo de poesía.

En un libro en el que el peso del ‘otro’ es capital. ¿El otro, ese indigente, nos otorga cuánto de nuestro yo?

Supongo que es un reflejo mutuo ya que indudablemente, cuando escribimos desde la percepción de un personaje que, como un ser propio, nos llega de repente para que supiéramos de él, algo nuestro lleva ése “otro” al que damos voz. En este caso, el indigente quizá me conceda de mi yo el tema de los zapatos. ¡Espera, no, es broma! Para mí, que soy casi una fetichista del calzado en general, el que para el indigente sus zapatos sean los únicos amigos que le saben escuchar sin regañarle ni criticarle sino aceptando todo lo que, por pura necesidad de comunicarse, él les dice, es fundamental. Sí. El indigente me hace un guiño a través de ésos amigos que le acompañan incansablemente: sus zapatos.