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Silvia Rins

Entrevista

27 Nov 2020

Silvia Rins, escritora

«Si quieres deshacerte de una influencia poderosa, no la mates, asúmela, recréala, ámala»

Esther Peñas. Fotografía: Rodrigo Yacachury / Madrid

Borges. Druida del vocablo, providencia de lo bello, de lo exacto, del engranaje semántico incontestable, de la sintaxis inverosímilmente pura. Borges. Discreto irreverente, de intertextualidad rizomática, erudito como amanuense, tímido lunfardo, elegancia ciega. Ciego. Argentino mayor del Reino. Luz de Parnaso. Borges. La escritora Rilvia Rins (Barcelona, 1971) acaba de publicar un acercamiento vital tanto a la palabra como a la vida del maestro. El resultado: El penúltimo infierno de Borges (Ténemos).

¿Qué tiene Borges para regresar continuamente a él?

Borges encierra la paradoja de que a pesar de ser un escritor culto, complejo, intelectual –su obra está plagada de referencias a otros autores y libros-, encandila a todo tipo de lectores y de generaciones. Volvemos a él quizá porque sus textos poseen múltiples capas, referencias y significados, y aunque su comprensión completa se nos escapa, con cada relectura profundizamos más en el enigma. Además, igual que con su estilo forjó una obra universal y a prueba del paso del tiempo, también se convirtió a sí mismo en un personaje fascinante.

¿Cuánto del maestro hay en Silvia Rins?

En El penúltimo infierno de Borges hay por mi parte un acercamiento voluntario y juguetón a su admirable estilo, aunque conforme avanzamos empieza a aflorar Rins, que es más imprevisible e irreverente. Veo más el legado del maestro en mi atracción por las formas narrativas breves o en el rigor lingüístico, la obsesión por encontrar la palabra exacta, adecuada, única. Sin embargo, se trata de la búsqueda de mis palabras, no de las suyas. De ser el arquitecto de mi propia obra. Porque como digo en un poema en prosa del libro: “Sólo puedes conquistar lo que eres”.

En la portada se observa un montaje en el que se funden ambos rostros, el suyo y el de Borges. Hay autores, como Borges o Cortázar, acaso Carver también, que siendo seminales, hay que tomar ciertas precauciones para evitar que anulen el estilo de los discípulos. ¿De qué manera se mata a un padre literario?

A los padres y a los hermanos se les suele matar con la indiferencia, que es una de las muertes más crueles. Borges, para mí, es un abuelo literario que ya no está de cuerpo presente, así que lo invoco desde el Más allá. Sin clemencia y con infinita ternura. Mientras incursiono en su biografía, intentando ser sucinta y objetiva, él se manifiesta en sueños, poemas y ficciones. Y de este peculiar diálogo –el tiempo “reversible” de la lectura- donde se funden nuestros estilos y nuestras caras, surge El penúltimo infierno de Borges. No hay enfrentamiento entre ambos si no confluencia, escarceos irónicos y hasta un ligero coqueteo. Él me pide el olvido y yo necesito olvidarlo. Pero para poder olvidarlo con honestidad debo resucitarlo una última vez. Si quieres deshacerte de una influencia poderosa, no la mates, asúmela, recréala, ámala. Borges fue capaz de encontrar su propia voz recordando, citando, ensalzando a los grandes escritores que le precedieron.

A día de hoy, ¿hay algún escritor que pueda estar a la altura de lo que Borges representa?

Lo dudo. En la actualidad sigue encarnando al escritor vocacional por antonomasia. Su obra conforma en sí misma un canon literario, un homenaje al acto de escribir, y sobre todo al de leer. Renovó el lenguaje narrativo, partiendo de las grandes preguntas que recorren el pensamiento occidental, así como de sus principales metáforas y símbolos. Pero no ofreció respuestas, optó por forjar elegantes alternativas y sublimes contradicciones, envueltas de paradojas e ironías. Su literatura es un gran palimpsesto que exige la figura de un lector activo y cómplice. Hay incluso quien asegura que tanto los temas de sus relatos fantásticos, como su uso de la repetición y la intertextualidad, pudieron ser el origen literario de internet y los mundos virtuales.

¿De qué modo Leonor Acevedo influyó en su personalidad?

Borges vivió la mayor parte de su vida con su madre, y tras su pérdida de visión, ella se convirtió en su secretaria abnegada, su lazarillo celoso, incluso se puso a estudiar inglés en edad avanzada para ayudarle en su labor de traductor. No obstante, si en el terreno literario su influjo fue casi siempre positivo, en el terreno personal diría que resultó una madre controladora y castrante, inculcando a su hijo la mayoría de sus ideas conservadoras acerca de la sociedad, la política –el exacerbado antiperonismo- o las propias mujeres. El caso más evidente es el culto a los antepasados propio de las familias patricias venidas a menos. Los ilustres ancestros militares tuvieron un gran protagonismo en la poesía del autor, que sólo será capaz de cuestionar al final de sus días. Muy posiblemente, también su madre, que temía morir y que Georgie quedara solo y desvalido, promovió su fallido matrimonio con Elsa Astete en 1967. Borges, pese a no ser un hombre en absoluto convencional, sí fue reo de convenciones.

El argentino fue sumamente generoso con aquellos escritores que admiraba. ¿Se equivocó alguna vez Borges al encumbrar o desdeñar algún texto?

Él, que era tan respetuoso con sus escritores favoritos, y tan amable con la gente en general, fue muy radical como crítico literario, sobre todo cuando le entrevistaban. No sólo reivindicaba sus gustos personales –algunos rozaban la extravagancia de las sagas anglosajonas medievales-, si no que le tentaba pasar de la crítica a la injuria, a través del sarcasmo. Todo esto con un ingenio envidiable que hacía reír a la par que escandalizaba a su interlocutor. Por ejemplo, consideraba que la mayor parte de la literatura española era de “mal gusto”. De Antonio Machado opinó que “fue un andaluz que se hizo castellano” y Lorca le parecía un poeta menor al que sin duda había favorecido su “muerte trágica”. Se puede estar de acuerdo con él o no, por supuesto. Cuando le preguntaban por sus radicales aseveraciones, él respondía que “decir la verdad siempre era una pedantería”.

¿Cuánto le debe Borges a Macedonio Fernández?

Lo consideró, junto a Rafael Cansinos Assens y Xul Solar uno de sus maestros vivos. Borges había heredado su amistad de su padre, y en su juventud solía acudir cada noche expectante a escucharlo en la confitería La Perla de Buenos Aires. Era un hombre que le impresionaba y a quien Borges confesó haber imitado hasta “el apasionado y devoto plagio”. Probablemente le deba mucho a la lucidez de sus ideas, la agudeza de sus comentarios, el laconismo en sus conversaciones, el enaltecimiento de la amistad, y quizá la modestia (nunca sabremos si del todo sincera) que en ocasiones le caracterizaba. Macedonio Fernández se consideraba un pensador y no valoraba lo que escribía, gran parte de su original obra se publicó tras su muerte. Borges siempre decía que no entendía como el mundo literario le veneraba a él, cuando no era nadie en comparación a los extraordinarios autores que le habían antecedido.

“Enamorarse es crear una religión cuyo Dios es falible”. ¿Era, como se dice, un ser asexuado?

Yo lo definiría como un ser “frustrado sexualmente”. Sabemos, pese a su discreción, que Borges se enamoró en su juventud de numerosas mujeres y que las amaba sincera y a veces simultáneamente: Haydée Lange, Estela Canto, María Esther Vázquez… Ellas solían ser intelectuales, modernas y desinhibidas. Las relaciones con el tímido y caballeroso Georgie no solían prosperar y acababan como amistades literarias. Algunos de sus enamoramientos fueron creaciones mentales. Sin embargo, Borges no era frío, si no inseguro e hipersensible. Tenemos el valioso testimonio de Estela Canto, de que fue tratado por un reconocido psicólogo, el doctor Cohen-Miller, porque sentía un pánico hacia el sexo que le impedía disfrutar del coito. Éste concluyó que no se trataba de una impotencia física y que el “bloqueo” provenía de un trauma, consecuencia de que su padre le empujara a los diecinueve años a tener una primera experiencia con la prostituta de un burdel para que demostrara su “hombría”.

Así como hay consenso sobre sus relatos, usted recoge en el ensayo que la poesía de Borges, sin estar exactamente en entredicho, no despierta tanto entusiasmo entre los entendidos. ¿Cuál es su opinión al respecto?

Borges se consideró sobre todo poeta, pero no “un gran poeta”. Se lamentaba de que no había podido trasladar al español la música del inglés o del alemán (como Garcilaso hizo con el italiano o Rubén Darío con el francés). Él, que en su juventud había firmado algún manifiesto ultraísta, acabó desdeñando las Vanguardias, convencido de que no sería un descubridor de metáforas o un inventor de palabras como Apollinaire, Vallejo o Huidobro. No obstante, su obra poética, combinando lo intelectual y lo lírico, el metro del verso y la cadencia de la prosa, la alusión y la repetición, también supone una exploración de los límites del lenguaje. Personalmente, me gusta mucho su poesía. Cifra su originalidad en un clasicismo muy personal, que la hace única. Y es precisamente donde Borges se descubre como el hombre sencillo y el creador extraordinario que fue.

Si tuviera que quedarse con una de sus obras, ¿cuál sería y por qué?

En esta pregunta voy a hacer trampa: Borges posee textos únicos y memorables, entre mis favoritos los relatos El Aleph y El Sur, Fragmentos de un Evangelio apócrifo, El poema de los dones y El otro poema de los dones, El remordimiento, y sonetos de una belleza absoluta como Lo perdido, El enamorado, Una rosa y Milton… Sin embargo, si debo escoger una sola obra, me quedaría con la miscelánea El Hacedor. Es un libro de 1960 donde encontramos la diversidad de temas y formas que el escritor cultivaría hasta el final de su vida: poemas en verso, reflexiones en prosa, breves relatos, disquisiciones filosóficas. Allí está representado todo Borges, el del pasado y el del futuro, el haz de posibilidades por las que incursionó su obra. No es de extrañar que, en el epílogo, el autor lo considerara su libro más personal.

¿Y su ceguera, de qué modo condicionó su manera de estar en el mundo?

Paradójicamente, la ceguera le incitó a explorar el cuento fantástico y los universos imaginarios. Orientó su poesía hacia formas métricas fáciles de componer mentalmente y afianzó su uso del poema en prosa. Fortaleció todavía más su pasión por los libros, que bien atesoraba en su memoria, bien le leían amigos y colaboradores. Contribuyó a vencer su timidez como profesor y conferenciante, y acrecentó, si cabe, con esa aura de vate venerable, el cariño y la admiración de quienes le conocieron. Y no le impidió, siendo ya anciano, viajar a lugares lejanos y exóticos acompañado de la mujer que amaba, María Kodama. Sí, al final Borges conoció el amor, espiritual, sincero e imperfecto, un regalo inesperado que le deparaba la vida. Totalmente a oscuras, en sus últimos años no sólo se consagró como escritor, si no que redescubrió el mundo. Y quizá, por primera vez, se sintió libre.

 

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