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Gabriela Riveros

Entrevista

15 Jul 2019

Gabriela Riveros, poeta

“Somos las palabras que habitan en nosotros”

Esther Peñas / Madrid

En la orilla de las cosas (Vaso Roto). Con este poemario, la mejicana Gabriela Riveros (Monterrey, 1973) se detiene en el borde para zurcir, con mirada oblicua, sinuosa, justa –en la medida que se puede serlo- un pasado ya fijado en piedra, inamovible. Desde ahí, desde ese alto, cierto destierro, decepción, quebranto, pero sosiego de no mentirse. 

¿Cómo se llega a la orilla de las cosas?

La idea de hacer un poemario surge durante un viaje en el verano de 2012. La primera idea fue hacer una especie de cuaderno de viajes; sin embargo, en aquel entonces retomaba y descartaba cientos de páginas con notas y textos escritos y almacenados durante años, con la intención de escribir una novela. Muy pronto, el proceso de construir aquella novela me llevó a trabajar el lenguaje desde diversos tonos, a explorar ciertos nudos temáticos y, sobre todo, a la experiencia contemplativa que supone el acto poético. De manera que, durante meses, detenía la escritura de la novela y me veía en la necesidad de desarrollar las semillas —la esencia— que hoy conforman el poemario En la orilla de las cosas y que, a la par, fueron germinando en la novela Destierros, ahora melliza del poemario. 
Somos las palabras que habitan en nosotros, incluso las palabras que duermen dentro, aún sin haber sido nombradas. De manera que las palabras que surgían en el proceso de escribir el poemario dejaron de apuntar hacia los viajes como paisaje externo. En la orilla de las cosas se volvió, más bien, una metáfora de viaje introspectivo, en un recorrido por el itinerario más ambicioso que es la vida misma. 
En 2013 comencé a construir el esqueleto del poemario, un corpus que le diera sustento a los textos escritos a lo largo de 25 años —hay reminiscencias de algunos de ellos en mi primer libro Tiempos de arcilla. Por supuesto que este proceso me llevó también a la escritura de nuevos poemas; quizá la mitad de ellos fueron escritos entre 2013 y 2017.
Tanto el poemario En la orilla de las cosas como su melliza, la novela Destierros, ponen un reflector en aquellas emociones y sucesos que por diversas circunstancias han sido silenciados y oscilan en los márgenes, en la periferia del mundo que vemos y nombramos.

“Tras el encino/ ciudades/ gimen a sus muertos/ no vengas a esta tierra mía”. ¿Cómo se convive con los muertos sin que estos lastren la vida?

Si nuestra vida pudiera ser concebida como un collage, o un rompecabezas, encontraríamos ahí múltiples piezas o imágenes diversas que nos conforman. La muerte es, sin duda, una de ellas, fundamental, plurisignificativa, potente. Quiero decir que la vida de cada uno de nosotros nos resulta entrañable porque es finita, porque la muerte está a la vuelta de la esquina. La luz se intensifica porque una sombra la enmarca. Estos muertos no creo que lastren la vida. Estos muertos son lo natural, son la imagen del dolor, el luto y la nostalgia que nos vuelve seres humanos.
Sin embargo, este verso extraído del poema Presagio —penúltimo de la parte I— se refiere, por un lado, a la violencia de las ciudades actuales en el mundo. En el caso de México, a los muertos y desaparecidos durante la guerra del narcotráfico. Por otra parte, también se refiere a los ejércitos de “sonámbulos” que se arrastran por las ciudades, a aquellos que han perdido la imaginación. El último verso es una advertencia a la niña que está a punto de dejar la infancia: “no vengas a esta tierra mía”; es decir, al mundo de los adultos, la violencia y la alienación.

¿El azar es absurdo?

No todo azar es absurdo; el azar puede ser incluso una bendición. Sin embargo, en el poema “Niño hermano” la voz poética de la niña enuncia que el azar es absurdo porque su mirada es la del reclamo. No encuentra un responsable para pedir la explicación por el nacimiento de un hermano portador de un síndrome que lo convierte en “cometa milenario”; es decir, en un suceso cuya posibilidad es remotísima; y, sin embargo, la voz poética se asume como señalada por el azar.

“Si Dios no escucha / mi hermano es solo una posibilidad remota/ la falla de un sistema”. ¿A quién habla el poeta? 

A nadie en particular. El poema es una especie de manifiesto, primero para la voz poética misma, después para los otros o para quienes puedan encontrar un eco de sí mismos, en esas palabras.

Si los dedos de la mano no son suficientes, ¿qué lo es para retener la vida?

Nada es suficiente para retener la vida. Este último poema de la primera parte titulado Una vez tuve once refiere el fin de la infancia, el inicio de la adolescencia, la edad en la que los velos comienzan a correrse y la realidad cobra una dimensión mucho más profunda y compleja. Sin embargo, es a los once o doce años que los seres humanos nos volvemos conscientes de ello. 
A partir de entonces, quizá el amor, el arte o la introspección pueden ofrecer alternativas de resignificación de los sucesos que nos acontecen; estos pueden convertirse en redes que amortigüen aquello que no podamos “retener entre las manos” e incluso ofrecen la posibilidad del gozo, la libertad y la redención.

“estas palabras no son un poema/ son una llama vulnerable”. ¿Cómo se disponen las palabras en el poema para que este lo sea?

Esos versos son una denuncia: el poema se construye a partir de palabras, y éstas aquí, en este verso en particular, nos recuerdan que las palabras son sólo eso: signos sensibles vulnerables al olvido. Quizá evocan este sentido porque la historia de amor que se cuenta en Claroscuro está a punto de esfumarse. La estrofa enuncia: “Lo nuestro no es una historia/ —el amor las tramas/no pueden contenerse en sí mismas—/ estas palabras no son un poema”; es decir, la voz poética niega la capacidad de representación de las palabras, de contener una realidad porque el amor mismo también es fugaz.
Los poemas dejaron de ser un poema como un texto acabado desde la posmodernidad, desde que se derrumbó la certidumbre; un poema, una historia y un sujeto son discursos en renovación continua.

Pienso en el poema Arqueólogo. El poeta, ¿tiene más de esto mismo, de arqueólogo, o de vidente?

El poeta es una síntesis de ambas maneras de hurgar en la vida, las emociones, la imaginación y el lenguaje. El poeta es arqueólogo que hurga hasta desentrañar “el origen que sostiene la mirada” y es también un vidente que percibe “imágenes que me visitan sin saber de dónde antes de conciliar el sueño”. Es decir, en él se reúnen la capacidad de escudriñar “en la orilla de las cosas” y también la capacidad de vislumbrar aquello que nos atañe como individuos o como sociedades.

El poema, ¿es una guarida o un claro en el bosque?

Depende del poema. Los poemas son abstracciones de la realidad y por lo mismo cobran diversos significados según quién lo lea. Un poema puede ser una guarida en donde el lector encuentre un refugio; el mismo texto —como tejido de palabras— puede ser también una experiencia de libertad e iluminación, como quien de pronto se encuentra, después de mucho andar, en el claro de un bosque.