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Alcarria

Entrevista

5 Jun 2019

Pedro Alcarria, poeta

“Toda afirmación humana es la voluntad operando en el azar”

Esther Peñas / Madrid

Como quien oficia la misa de la palabra,  Pedro Alcarria articula un poemario capaz de reparar las albas que se quiebran, sincero como el sosiego que pace la tarde, hermoso como un comienzo, como una duda, como quien mira desde el asombro y se deja decir. El dios de las cosas tal y como deberían ser (Artgerust) 

¿Cómo deberían ser las cosas?

Bueno, esa pregunta va directamente a la raíz, al principio de la concepción del libro.
El título cita un consejo recurrente de mi padre: “Hijo mío, las cosas son como son y no como deberían ser”, lo cual siempre me ha parecido digno de figurar en forma de añadido apócrifo al sermón de la montaña: una defensa de la mansedumbre. Por supuesto que mi padre tiene razón al sostener que es más prudente otorgar a la realidad un sentido estrictamente burocrático administrativo. Perfil bajo y ceñirse a los hechos, intentando salir lo mejor parado que uno pueda de este enredo. Contra ese pagar impuestos y obedecer al despertador, sólo hay otro territorio operativo plenamente radical que es el del fenómeno estético. Fenómeno que concibo no tanto como un estado mental de delirio, o espiritual de exaltación de los sentidos, sino más bien como la búsqueda de una sustancia primordial, irreductible. Y para encontrar esa materia que para mí es el poema hay que abismarse en el espacio de la posibilidad total. 

¿Qué “mantiene fiel en la desgracia a la palabra dada”?

Pienso en lo que escribió Samuel Beckett en Rumbo a peor: “Prueba otra vez. Falla otra vez. Falla mejor”. Me refiero al inevitable pacto con el fracaso que es el poema, que aspiraba a una respuesta absoluta. Ese escurrirse de los versos hacia la nada es la desgracia, la humillación y la vergüenza íntimas en que el poema se disuelve, o se petrifica en simulacro inerte. Me mantienen fiel los pocos versos que sé con todo mi ser que son ciertos.

Un cariz sagrado surca todo el poemario. ¿El poeta es un hombre de fe?  

Digamos que he llegado a una especie de reconciliación con cierto sentimiento subyacente del que me reconozco heredero. Y siento que he de construir el poema con todo lo que tengo. Por ello, más allá del recurso estético (evidente) que es estructurar el poemario de acuerdo a las distintas partes del ritual de la misa, hay un propósito de apelar a una tradición en la que la búsqueda de lo sagrado se hace patente. De algún modo, en el poemario se equipara el fenómeno creativo con la noción íntima de una verdad revelada.

La vida, ¿cuánto de azar y cuánto de voluntad tiene? 

Una pregunta difícil. En términos generales no le veo propósito en sí a la vida, así que supongo que toda afirmación humana es la voluntad operando en el azar. Si llevamos la cuestión al pequeño mundo del poema, trabajo con desechos, con materiales de aluvión, sobre textos no literarios… No hay nada mío al comienzo, ni intención o propósito, lo hace el azar como bien apuntas. Pero sobre ese lodo inestable, resbaladizo y silencioso, se proyecta la voluntad, que de repente ilumina y despierta ilusiones de movimiento y forma. 

¿De qué sirve la piedad en tiempos salvajes?

Precisamente hablo en uno de mis poemas de “La almendra amarga de la compasión”. Respondiendo a tu pregunta: lo desconozco. Pero creo que de algún modo el poeta siempre está pidiendo indulgencia. Y al enfrentarse al juicio de otros, persigue la validación de su palabra y con ello se expone al lector de forma vulnerable; podríamos decir que apela a su piedad en toda la extensión del término: En parte busca justificarse ante el mundo, pero también crear un objeto conmovedor y verdadero.

¿Cómo hace valer uno sus heridas?

Me viene a la cabeza este verso de Valente: “Aunque sea ceniza todo lo que tengo, lo proclamo: Ceniza” Es la vindicación de ese fracaso que antes mencionaba. Finalmente el poema se ajusta a sus propias leyes, y se malogra o alienta. Ese es el riesgo, la herida siempre abierta ante el lector. 

“El afán y la verdad sin malicia/ aciertan siempre en el verso”. ¿Qué es la verdad del poeta?

Nunca he estado seguro, y en cualquier caso no creo que pueda ser una verdad general. Para mí, es más relevante la verdad que se hace evidente en el poema, al final de un proceso de intuición y descarte. “La forma la da la mano que quita” escribo en otro libro. Sólo puedo decir que para mí escribir es saber renunciar. Honestamente, no sé con certeza qué es la verdad, pero sí sé reconocer la mentira.

A la hora de escribir, ¿qué embriaga a Pedro, el poeta?

Como digo, trabajo con objetos inanimados, sobre una superposición de elementos dispares, irreconciliables. Quiero creer que una nueva mirada tiene la capacidad de restaurarles su sentido original, pero casi siempre tengo la impresión de avanzar a ciegas. Muy raramente hay momentos en que se siente una cierta vibración. No sé explicarlo de otra forma. Es como la intuición de que el poema va a abrirse camino y va a tomar posesión de todo.

¿Cuánto tiene de oración el poema?

En cierto sentido toda idea es una forma de profesión de fe. Para mí el poema es un pensamiento que se expresa mediante símbolos, una voz implorando un sentido y un lenguaje más allá de lo utilitario.

“Irás para ser la poesía en todo y/ ser capaz de pensar su detrás”. ¿Qué se encuentra en ese detrás?

El silencio, inevitablemente. De lo contrario el poema es solo cháchara. Es decir, el espacio del poema no puede ser tan sólo un lugar de justificación o de testimonio de un hombre. El poema, cuando está vivo, se ha de erigir frente a la presencia absoluta y codiciosa del vacío. 

“Es el tiempo del deseo de ser”. ¿Qué quiere ser pedro Alcarria?

Hace años, ignorante de mí, me propuse ser poeta. Y tengo que reconocer que es un camino que no me ha acercado a ninguna certidumbre. Aparcada mi arrogancia inicial, ahora sólo aspiro a ser honesto.

La forma desnuda, ¿qué nos recuerda? 

Nos recuerda que detrás del adorno sentimental, y del artificio, tan solo existe la palabra expuesta en su esencia, y lo que ésta suscita en el aire.