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Manuel Broullón, escritor

Entrevista

12 Mar 2021

Manuel Broullón, escritor

«Toda impresión sensorial contiene una parte de la revelación»

Redacción / Madrid

Manuel Broullón (Cádiz, 1987) es profesor del departamento Literatura y Medios de la Facultad de Ciencias de la Información; sus trabajos son tan heterogéneos como su manera de mirar y, entre otros cometidos ha coordinado el Plan Integral para el Fomento de la Lecto- escritura de la Universidad de Sevilla. Acaba de publicar un ensayo lírico, íntimo pero enormemente fraternal, La tonalidad precisa del rojo (Kaótica libros).

Para captar con concisión y plenitud la tonalidad precisa del rojo, ¿qué se requiere?

En el capítulo XXXIX del libro, el personaje se tumba en el suelo. En ese momento experimenta una revelación: la de la tonalidad precisa del rojo. Esto no sucede por casualidad, ni por predestinación, sino por una impresión física que se experimenta desde el cuerpo. Así que, respondiendo a la pregunta, para captar con concisión y plenitud la tonalidad precisa del rojo basta con tener un cuerpo. No hacen falta estados de gracia ni ritos iniciáticos más o menos esotéricos. El elitismo no está bien. Con ello no quiero decir que solo determinados cuerpos sean válidos. De hecho, en el capítulo XXXIX, el personaje percibe los infinitos matices del color lo mismo a través del tacto, de la vista o del oído. Toda impresión sensorial contiene una parte de la revelación.

¿Cómo suspender el tiempo cronológico para entrar en ese otro lado?

No sé responder a esta pregunta con palabras. La experiencia mística es inefable, no se puede expresar mediante el lenguaje. El filósofo Wittgenestein escribió al final de su Tractatus que «de lo que no se puede hablar, mejor es callar». A mí me interesa justamente eso de lo que no se puede hablar. Y ante el misterio del tiempo, como la mujer que viaja en tren en el capítulo XXX, solo cabe repetir el nombre del concepto como si fuera una letanía: «el tiempo, el tiempo, el tiempo…»

Sin deseo… ¿no hay color posible?

Sin deseo… ¿hay algo posible? Amplío un poco más porque no se puede responder a una pregunta con otra pregunta. Todo sujeto narrativo se pone en movimiento, emprende un viaje, porque se convence de que merece la pena alcanzar algo, un objetivo u objeto. Ese momento, esa fase de llamada al deseo, es lo que nos hace pasar de la indiferencia a las diferencias. Diferencias que no son irreconciliables, por supuesto, pero que nos hacen tomar conciencia del yo-aquí-ahora y de las proyecciones o deseos que apuntan hacia otros yoes, otros lugares y otros tiempos posibles. Por suerte los seres humanos podemos recordar, volviendo atrás en el tiempo y, a veces, también somos capaces de desear, proyectando nuestra conciencia y nuestro cuerpo hacia el futuro. Cuando viajamos, cuando salimos de nuestra zona de conforto, esa diferencia se experimenta a través del propio cuerpo. Las gamas de colores son tal vez una primera impresión: qué distinta es la luz de invierno en el norte de Europa a la de primavera en África... Basta una sola impresión, basta con la percepción del reflejo de la luz sobre un cuerpo distinto del mío, con la frecuencia energética que este emite a través del color, para tomar conciencia de esa diferencia, para disponerme ante la alteridad.

¿Cuánto de nuestro estado de ánimo es la ciudad?

En el capítulo VII (“hipótesis sobre la ciudad y sus orígenes”) se dice que la ciudad ha existido incluso antes de que llegaran los primeros habitantes. Quizás las cosas no siempre hayan estado dispuestas en la forma ni en el orden en que las percibimos ahora. Hoy en día, la ciencia nos dice que los elementos de la tabla periódica son como los ladrillos con los que se construye el universo, ni más ni menos. Y ellos, a su vez, están formados por las mismas partículas subatómicas en distintas proporciones. Estas diferencias de cantidad y proporción de idénticos ingredientes son las que al final producen cosas tan distintas como el oxígeno o la plata. Dichos elementos componen toda la realidad que existe en cualquiera de sus manifestaciones. Posiblemente, hay estados de la materia, o incluso elementos, que todavía no conozcamos o, mejor dicho, a los que aún no les hemos puesto nombre. La ciudad roja, como parte del mundo de la conciencia, es también así. Aunque nuestro estado de ánimo cambie, aunque dejemos de tener incluso ánimo, ella, materia misteriosa, está en alguna parte, incluso sin nombre, existiendo, en otra forma, composición o proporción distinta.

El texto está zurcido como de un aroma nostálgico… ¿qué música tendría este libro?

Hay muchas músicas en este libro, desde luego. No creo que las melodías sean solo nostálgicas. La nostalgia es un estado de ánimo, pero como dije antes, la materia existe a pesar de esos estados de ánimo. Tal vez la música que predomina es la de jazz. La banda de jazz está escondida en un sótano de la ciudad, pero cualquiera, incluso una persona extranjera con otros referentes musicales, está invitada a participar en la conversación improvisada (¡y alegre!) de la jam session.

De los sonidos que acompañan el paisaje urbano, ¿con cuál de ellos se queda?

El silencio. El silencio también es un sonido y, de hecho, es el sonido fundamental. El silencio es la base de todo, la condición de posibilidad para que podamos prestar atención a cualquier sonido.

Leyendo un dragón en subsuelo es imposible no ubicarse en el dragón de La Elipa. ¿De qué depende que la ciudad pueda convertirse en lenguaje poético en continua transformación?

¡Nunca había pensado hasta ahora en el dragón de La Elipa! O sea, el dragón que yo conocí por Barrio Sésamo. Fíjate, qué distintas lecturas de una misma unidad material a través de las conexiones vitales y lectoras de cada persona… La lectura es continua transformación, como tú misma acabas de poner de manifiesto. Leer, leer, que es revivir, es lo único de lo que depende la transformación (y la buena salud) del lenguaje poético.

El tren es un elemento muy presente en el libro. ¿Cómo habitar esos espacios de espera e intermedios, los de la espera del transporte público, los desplazamientos…?

El cineasta Jonás Trueba, en un librito titulado Las ilusiones, que me gusta mucho, habla de los “entretiempos”: esos momentos de espera mientras viajamos en un transporte público o nos desplazamos a alguna parte. Habitualmente no prestamos atención a esos tiempos intermedios, pero también vivimos, también existimos “in between”. Esos momentos en los que no se espera que hagamos nada además de aguardar (desear) me parece que son instantes privilegiados.

La belleza, ¿está en quien mira o en lo mirado?

Este es un debate muy antiguo, el de la belleza y la mirada, que ha preocupado desde a la mitología hasta la filosofía a lo largo de los siglos. En muchos mitos clásicos mirar comporta un riesgo al que solo las personas más atrevidas están dispuestas a exponerse. Pero tampoco hagamos de esto una tragedia: atreverse a mirar (que lo que equivale a decir atreverse a oír, a oler, a degustar o a tocar) es también un derecho de las personas a existir sin ser expuestas ni cuestionadas, en paz. Un derecho, por cierto, fundamental, que por desgracia no siempre está tan claro actualmente, como nos han demostrado los movimientos feministas y transfeministas.

¿Cuál es el momento del día por el que siente más querencia para contemplar la ciudad?

Supongo que todo momento es bueno. Aunque no tengamos disposición ni intención, incluso si no estamos o si ya no existimos, la materia y la vida están ahí tan a sus anchas. Esa es la lección del buen profesor del capítulo XI: “tenemos el aire, el sol, el cielo…”. 

¿En qué ciudad se perdería de manera irremediable?

Tantas… En ciudades con tal nombre y también en otras con consideración distinta pero que no me parecen menos importantes.