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Barnes

Entrevista

15 Abr 2019

Ce Santiago, traductor

“Todo lo insólito nos atrapa”

Esther Peñas /

Lo de Djuna Barnes fue un desacato constante. A las normas sociales, con las que hacía un mondadientes, a las convenciones tácitas, a las que sacaba la lengua irreverente, a las modas y pautas literarias, que retorció como quien retuerce una bayeta después de haber limpiado la encimera. La Navaja Suiza acaba de publicar Paprika Johnson y otros relatos, un ramillete de relatos en los que Barnes despliega su capacidad para hacer del lenguaje un territorio indómito y abierto siempre al hallazgo. Su traductor, Ce Santiago, que ha vertido la prosa de Barnes a un castellano prodigioso, profundiza en algunas cuestiones.

¿Qué es lo más complejo y lo más agradecido de traducir a Barnes?

Quizás lo más complejo, en lo textual, fue su uso de la sintaxis. Algunas veces no estaba muy claro a qué o a quién refería un relativo o dónde empezaba o acababa una subordinada, o con qué oración concordaba. Al principio me confundía, luego activé todas las alarmas gramaticales. Aun así, Barnes burlaba alguna.
En lo semántico, bueno… En muchas ocasiones la oración o el párrafo estaban bien traducidos pero no entendía bien qué decía. En relatos como Paprika Johnson o Tom Scarlett las referencias se me hacían oscuras. Es lo complicado del simbolismo, supongo; que requiere concentración añadida. Por otro lado, ahí reside también lo más agradecido. Cuando al fin aparece la imagen el premio es mayor. De repente lo ves, y entiendes la diferencia entre un Friedrich y una valla publicitaria en una rotonda. Barnes es una gran pintora verbal.      
   
¿Qué destacarías de su estilo? ¿Qué ha permitido que sus narraciones pervivieran a lo largo del tiempo?

Creo que lo que ha permitido que sus relatos pervivan es que iban por delante de nosotros, lo que significa que era cuestión de tiempo que nos topáramos con ellos. Uno lee Tom Scarlett, por ejemplo, un relato de 1917, creo, y enseguida le acuden a la mente composiciones del cine de vanguardia, de los surrealistas; poseía un manejo de las atmósferas muy particular, y su manera de abordarlas es camaleónica. Un toque de comedia podría ser de otra escritora, y sin embargo no podría ser sino de Barnes.  

De estos relatos, ¿por cuál sientes preferencia y por qué?

Creo que por Quién es el tal Tom Scarlett. No solo por sus malabarismos con el idealismo —es casi una oda al idealismo. Me gusta interpretarlo como si la intención de Barnes hubiera sido usar esa misma técnica que tan buena fama ganó con películas como Shutter Island, que cada voz es una única voz que se burla de sí misma, la tendencia a agraviarnos que tenemos algunos convertida en varias voces a una mesa. Pese a que Barnes perfila a cada personaje con su ocupación, me gusta ver detrás la palanca productiva con la que se hace rodar la enorme roca de la crítica a cualquier actividad creativa. Veo confluencias con Kafka en ese relato, la transpiración existencial es muy parecida.
 
Hay un sutil tono cómico en alguno de los relatos, sobre todo en el primero. ¿Es más mundana la Barnes de los relatos que la de las novelas?

Lo cómico no es necesariamente mundano. Desconozco la cuál era la intención de Barnes al escribir un relato como Un toque de comedia o La broma entre las bromas. Quizás pretendía dar una mano de levedad a algún episodio que de entrada podría parecer terrible. No lo sé. El formato del relato corto hace que, a veces, la situación en sí pase a un primer plano por delante de eso que Gaddis llamó la actividad. La novela permite otro tipo de aproximación, supongo. Quizás en esos relatos un tanto más cómicos Barnes buscaba poner a bailar a los personajes, pero qué clase de danza practiquen es irrelevante. Se dice que Hitchcock a veces rodaba películas enteras con tal de rodar una escena concreta. Tal vez en esos relatos Barnes buscaba algo parecido. No lo sé.       

En estos relatos, la historia, el argumento, queda en segundo plano para colocar el foco en el acontecimiento. ¿Cómo consigue Barnes mantener el interés del lector?

Bueno, esta pregunta parece que apoya ligeramente la tesis de la situación frente a la actividad. Todo lo insólito nos atrapa. Quizás sea la maestría de Barnes para crear un acontecimiento, en sentido derridiano cabría decir, lo que nos impide no cerrar el libro. En ese sentido se podría decir que Barnes es una equilibrista de lo verosímil. Lo logra incluso en Una noche en el bosque, un relato que a priori podría sonar a fábula; pero lo dota de un bordoneo perturbador y nos queda un regusto extraño, la sensación de que nos hemos perdido algo. Esa es una sensación muy rara, parecida a cuando no tienes claro si te están insultando (lo que no es aquí el caso), te obliga a aguzar los sentidos. En estos relatos siempre hay algo más y no siempre es evidente. Lo dicho, el poder de lo insólito.

Pienso en el relato ¿Quién es el tal Tom Scarlett?. ¿Esa angustia vital que aparece en algunos de los personajes de la compilación es un reflejo de Barnes?

En ciertos puntos creo que así es. Aunque más que angustia, me acude a la cabeza la palabra «opresión». Como he mencionado antes, me gusta pensar en ese relato como en una psicorradiografía. Volviendo a Kafka, una vez leí (no recuerdo a quién) que «La metamorfosis» era un relato sobre cómo Kafka se veía a sí mismo por querer ser escritor. En esa misma línea, Barnes podría estar teniendo quizás alguna clase de disputa con partes de sí misma; uno no sabe bien lo que piensa sobre un determinado asunto hasta que no lo verbaliza. Creo que en La tierra se da también un fenómeno similar.     

La tierra, ese cuento que habla de los contrarios, un asunto recurrente en la obra de Barnes y que, al tocar el tema de la frontera, mantiene su vigencia. ¿podría hablarse de compromiso político en su obra?

Creo que sí, aunque no de modo explícito, y es posible que lo político aparezca como fenómeno a trascender, por así decirlo. En mi opinión, se hace más patente en Paprika Johnson, donde Barnes parece criticar ese deseo de la clase trabajadora de ser burguesía, aunque, por cómo se resuelve el relato, Paprika alcanza quizás el ideal del artista de Barnes (y quizás del Greenwich Village de la época) gracias a que logra zafarse del matrimonio y la maternidad y dar con un público que admira su música y solo su música. En sus relatos (al menos en estos) parece existir un elemento de naturaleza política a trascender como paso previo a la consecución de cierta autenticidad. 
  
¿Qué autora actual podría decirse que está en la órbita de Barnes como escritora?

Me acuden a la cabeza los cuentos de Lydia Davis. También los de una autora que, por suerte, verán la luz este año: Claire Vaye Watkins.