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Malpica

Entrevista

9 Mayo 2019

Luis Armenta Malpica, poeta

“Un salmo, un verso, un aria de ópera me han salvado de la desesperanza”

Esther Peñas / Madrid

Luis Armenta Malpica (México, 1961) es un poeta con hondo pálpito de cosmovisión. Sus asuntos –pasados siempre por el corazón- conforman una sinfonía de cuestiones que no clausuran sino que inauguran. Enola Gay (Vaso roto), su último poemario, se adentra en el terror de la paz ¿conseguida? a base de bomba de hidrógeno, del odio (¿hay alguien en el odio, alguien, siquiera el que odia?), la aterradora pulsión hacia el thánatos del ser humano, y todo con una mirada conmovida, la del que trata de conversar con el verdugo que acaso cada uno de nosotros llevamos dentro, por más que lo coloquemos fuera. La excusa, el nombre (el símbolo) de aquel bombardero Boeing B-29 Superfortress  que cambió todo un 6 de agosto de 1945.

Casi ochenta años después, ¿qué sigue conmocionando de lo que supuso el Enola Gay?

En principio, me conmovió saber que el avión que llevaba la bomba hubiera sido bautizado con el nombre de la madre de uno de los oficiales. Desde allí, la figura creadora de un hijo que todos conocemos adquirió ese cariz opuesto, el de la capacidad de destrucción masiva. Por otro lado, la imagen de un avión sobrevolando a María, el personaje de la película Je vous salue, Marie de Jean-Luc Godard, el cual, si no recuerdo mal, representaba el espíritu santo, me dio el complemento del símbolo que, años más tarde y para este libro, funcionaría como una mujer que es a la vez madre y espíritu. Lo que me duele de la guerra es la capacidad que tenemos los hombres de acabar con otros hombres en aras de zanjar una disputa ideológica o por razones de poderío y comercialización de armas, y que mientras más civilizados nos decimos, más cruel y con mejores armamentos seguimos destruyendo el hogar y la naturaleza que no estén de nuestra parte o no nos pertenezcan todavía. Dicho espíritu destructivo, completamente antinatural, visto desde una figura femenina que da a luz, fue uno de los pilares para la intención de reescribir una historia verdadera, pero transformada en un relato ficticio.

Si “descreer de una guerra no disipa su efecto”, ¿lo que supuso la segunda guerra mundial, en todos los órdenes, son consecuencias cuya intensidad se ha desdibujado y, al menos a los occidentales, no resulta, la guerra, algo del pasado, una posibilidad ‘desactivada’?

Todo episodio bélico empieza cuando la capacidad de diálogo entre los contrincantes se agota, sea una pareja de enamorados o los líderes de una potencia mundial. Por más esperanzadora que sea mi visión de la realidad, y mi formación humanista insista en que los hombres conocemos la comprensión, el perdón o la caridad, irremediablemente los episodios sociales y las confrontaciones políticas hacen menguar esta fe. Por ejemplo, el aumento exacerbado de la intolerancia religiosa, ideológica o sexual, la discriminación por raza y género o la radicalización de los discursos (incluido el feminista), las desigualdades económicas, el pronunciamiento masivo por una derecha extrema representada por Donald Trump, Vladimir Putin o Jair Bolsonaro, por citar sólo tres nombres; estas reacciones no nada más no han debilitado la posibilidad de una confrontación sino que la reavivan: Rusia, Corea del Norte, Israel, Venezuela, Siria y un sinfín de grandes y pequeños países son mechas peligrosas que nada más esperan a quien acerque el fósforo para incendiar el mundo.

¿Al lanzar Little Boy, qué hizo el hombre de irremisible?

Comprobó su capacidad de destrucción y, a decir de los oficiales al mando del Enola Gay, “hicieron del mundo un sitio más seguro”. Con esta premisa es que insisto en mi poemario. ¿Se puede hacer un mundo mejor a partir del estallido de una bomba de hidrógeno? De nuevo, en la línea paralela que recorre el libro y que es la relación amorosa de dos hombres, la capacidad de perdón se ve mermada, oscurecida, después del rompimiento. Si hubo un estallido con el beso con el cual principia su relación, el estallido final se da con la palabra adiós. La ausencia de palabras y la palabra definitiva son dos instantes, muy breves, como el del apretar un botón y soltar una bomba. Breves, pero sin vuelta atrás.

Este poemario tiene mucho (acaso todo) de testimonio. ¿No es un terreno, el testimonial, más propios de otros géneros literarios?

Enola Gay, como libro, toma elementos históricos como el diario del oficial Tibbets, los acontecimientos conocidos por todos, la vida y literatura de Yukio Mishima, episodios reales y artísticos que se suscitaron a raíz de la guerra, de la bomba atómica, del muro de Berlín y su caída posterior. Sí hay un sustrato importante de actos testimoniales. Sin embargo, la recreación es completamente inexacta. Me interesa la ficción a partir de ciertos acontecimientos y de allí que la música del grupo Pink Floyd y su vinculación con el muro de Berlín (el real, además del concierto) sean ejes principales del desarrollo de alguna de las tramas secundarias. Por supuesto, hay un mundo occidental en la parte de arriba (digamos el cielo) y la parte oriental (Japón) en la parte de abajo (el infierno). Al centro, el episodio de la bomba, el estallido del amor y ese purgatorio que se da al definir los hechos de un lado y del lado contrario. En un libro de historia o narrativa pura estos hechos no podían ser ambiguos. Luego de leer Mecha de enebros de Clayton Eshleman, y ya avanzada la escritura de mi libro a autores como John Ashbery, Inger Christensen, Anne Carson o James Merrill, supe que la hibridación de géneros que buscaba, la mixtura perfecta de los eventos reales, las reflexiones propias y un regreso a los poemas de amor (no tan bien vistos ahora) podría conseguirlo, tal vez, en un poema.

“tengo un miedo/ terrible de amar a ese soldado”. ¿A qué teme el poeta?

En mi caso, lo que menos me preocupa es la incomprensión del poema. Lo digo de verdad: en libros anteriores se ha comentado que mi obra es compleja, de escritura barroca y demandante. No busco que así sea, pero me alejo de la escritura llana, certera, unidireccional. Prefiero esa manera elusiva de encarar las palabras y avanzar por el hielo quebradizo de la página sin más arnés que la emoción directa, sin otra guía que la sinceridad de lo que siento. El miedo en este libro es al amor: en primera instancia, a su correspondencia. Después, a la renuncia. Representarlo con un soldado implicaba estar al tanto de una lucha continua, de la inestabilidad emocional que, como en los poemas, pudieran producir un estallido: ese relámpago al que hago alusión y no es otro que poder constatar que uno está vivo. Con una guerra encima, pero uno sobrevive.

¿Por qué “hay que tener miedo de los sueños”?

No recuerdo en qué momento lo dice el personaje o se cita en el poema. La referencia al sueño, en el libro, se basa en Kurosawa. Me parece que los sueños contienen ese ideal que se persigue en la vigilia, y uno teme que se haga realidad. También, porque los sueños son una reelaboración de los hechos cotidianos, con su simbología y múltiples interpretación. Estar alertas a los símbolos que uno va construyendo ya implica cierto esfuerzo. Si sumamos los miedos subconscientes la vigilia es total. La espera del relámpago es casi milagrosa.

¿Cuánto de poético tiene lo que simboliza Enola Gay?

Enola Gay es la madre del piloto, es el avión, es el espíritu santo y la naturaleza destructiva del hombre (del hijo) de esa mujer que ni siquiera es responsable de que así bautizaran al B-29. En conjunto, Enola Gay es una puesta al día, un homenaje, a ese portento que es la divina Comedia de Alighieri. Lo digo humildemente: Dante hizo todo un recuento de su época, un recorrido por su propia historia, para encontrar a Beatriz. Enola Gay es mi propio trayecto, de la oscuridad al relámpago, en busca de respuestas. De allí que sea mi título más doloroso y personal. La búsqueda más amplia de lo que soy ahora. 

“El amor siempre ha sido la víctima/ primera del poema: empero se levanta/ de sus propias cenizas”. ¿Todo lo puede, el amor?

Si no lo puede, lucha por eso. Como lector, me aburre esa poesía tan frívola que le apuesta a la forma, al lenguaje impreciso, al desorden por el puro desorden, al humor sólo por el humor o aspira al estrellato en las redes sociales. Me aburre, de la misma manera, el poema amoroso que nada más es cursi, sensiblero, llorón, grandilocuente. Pero creo en el amor y en el poema amoroso. Unas veces el poeta es la víctima. En muchas más ocasiones, el lector. No encendería la mecha de una guerra, pero si voy rastreando las cenizas de esos hombres que creen en el amor y que escriben de amor a la manera en que se hace el amor y se escribe de amor en el siglo XXI. Como Ocean Vuong en Cielo nocturno con heridas de fuego, por ejemplo: con la guerra detrás, pero la fe en el frente.

¿No hay muerte más grande que la propia derrota?

Para el orgullo, sí. Como poeta, quisiera creer que soy humilde. Al menos, trabajo humildemente para serlo. Como hombre soy soberbio, arrogante, orgulloso. Y duele la derrota, por supuesto. Enola Gay no existiría sin esa sensación de ascenso y de caída, igual como sucede con un avión en guerra.

¿Cuánto aguanta “la frágil esperanza de un salmo”?

Soy un hombre profundamente espiritual y recurro a los símbolos religiosos como un rito. Me hacen sentir seguro, acompañado, en comunión con todo lo que creo. Un salmo, un verso, un aria de ópera me han salvado de la desesperanza en muchas ocasiones. La esperanza no es frágil; ahora que lo pienso: uno es quien cede a veces; decae su fe, su fortaleza, su concepción del mundo. Pero la fe está allí, como un relámpago, con esa curvatura que por no ser lineal no siempre vemos.

¿No hay paraíso sin infierno previo?

“La luz es la sombra de Dios” es una frase que se atribuye a Einstein y que ha sido mi guía desde mi primer libro. Por eso Voluntad de la luz (1996) intenta unir dos líneas, la ciencia y la religión, como si fuera un tejido, el ADN, la concepción de un mundo ambivalente, en el que caben ambas. Paraíso e infierno son espacios específicos de esa luz y esa sombra. Ya menos la abstracción, menos concepto, y más lugar para que ocurra el acto de vivir y el peligro de muerte al que nos encamina. En medio de ese bosque, de ese camino, el poema.