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Zenón

Entrevista

1 Mar 2019

José Luis Zerón, poeta

"A veces hay que dejar de mirar atrás para seguir avanzando"

Esther Peñas / Madrid

Penumbra. Frontera. Linde. Orilla. Espacio transitorio (Huerga&Fierro), de José Luis Zerón (Orihuela, 1965) es un poemario que transita ese territorio que no es una cosa ni su contraria, porque acaso esté siendo todo a la vez y, por tanto, habitarlo sólo puede hacerse transitoriamente. El dolor. La cicatriz. Lo extraviado. La pérdida. Con prólogo de Jordi Doce, Zerón convoca al lector a una geografía en presente donde uno sólo se tiene a sí mismo.

Escribir desde el dolor, ¿qué peaje implica?

Me considero una persona poco proclive al exhibicionismo y a la confesión impúdica, así que escribir desde el dolor me ha supuesto muchas dudas. Me pregunto si una particularidad biográfica, en este caso la mía, puede interesarle al lector; si la honestidad de mi dolor es compatible con la utilización de recursos literarios, de búsquedas expresivas; si mi grado de autenticidad no es más que victimismo; si mi escritura dolorida resulta enfática y altisonante o por el contrario tiene dignidad literaria. El peaje que he pagado ha sido la ansiedad que crea la necesidad de ser honesto, de evitar las imposturas y al mismo tiempo el convencimiento de que hay que domeñar esa cantidad de “verdad” que uno necesita transmitir; domeñarla para no incurrir en la literatura impúdica y desgarrada sin más. Digamos que en mi escritura desde el dolor, hablo concretamente de mi último libro, Espacio transitorio, hay un conflicto continuo entre la impudicia y la contención. En algunos poemas el lenguaje revela y oculta a la vez. También hay una tensión entre la sinceridad intensa y el aporte reflexivo. 

El espacio transitorio, ¿por qué se caracteriza?

El libro lo escribí entre 2012 y 2013, excepto dos poemas anteriores. Parte de un periodo de mi vida difícil en el que me vi despojado repentinamente de todos mis asideros. Supe entonces que todo aquello que había creído permanente se esfumaba o se transformaba y yo debía adaptarme a un espacio nuevo, cambiante. De repente me vi en la imperiosa necesidad de vivir el aquí y ahora, evitando mirar atrás para no quedar petrificado por la nostalgia o la melancolía de la pérdida (de ahí que el primer poema del libro se titule “Me llamo Lot”), mas sin renunciar a la memoria y consciente de que la amnesia nunca ha sido cosa buena. Aun inmerso en varios callejones sin salida se fortaleció mi vocación de caminante, de modo que avancé con mis extravíos sin la vehemencia de la ilusión, pero con la tenacidad del resistente. De ahí que todos los poemas menos uno (como bien apunta Jordi Doce en el prólogo), estén escritos en tiempo presente. Por otra parte, mi dolor se identifica con el dolor de los otros, especialmente de los más desfavorecidos: las víctimas de la crisis económica, de las guerras, de las injusticias, de la violencia cotidiana, de las frivolidades de la postverdad, de las ciegas militancias, etc. También hago hablar a personajes bíblicos y a artistas que convivieron con el sufrimiento diario. En este libro hay dolor, pero también momentos luminosos. Conviven la belleza de lo cotidiano (aunque en algunos poemas la mirada se dirige a lo sublime) con el encanto de lo insignificante -e incluso de lo feo- que prospera en los márgenes. Me gustaría creer (al menos he tratado que así fuera) que Espacio transitorio se caracteriza por ser un lugar para la ética y la estética, para la autoexploración y la solidaridad.

¿De qué cura la poesía?

No tengo muy claro que la poesía sea terapéutica porque a veces la vivo como una misteriosa enfermedad crónica, y después de cada libro escrito experimento algo así como una convalecencia. En cualquier caso resulta catártica. No sé si cura, pero creo a mí me ha salvado del tedio, de la voluptuosidad de la angustia -que diría Cioran-, del temor a la muerte, de la vulgaridad cotidiana, de la aceptación bovina, de la abulia y la desesperanza… Creo que me ha dado coraje para enfrentarme a mis cobardías, egoísmos y mezquindades, y al mismo tiempo me ha regalado un estado de percepción que me permite reconocer que la vida, además de atroz, es maravillosa.

¿Por qué se tiende a escribir desde el duelo, la pérdida, el dolor, antes de hacer desde la plenitud?

También se escribe desde la plenitud y la afirmación. Hay muchos escritores que lo han hecho, y con grandes resultados. Yo creo que la literatura en general, y la poesía en particular, siempre ha sido un vehículo para el dolor, pero también para el placer y la celebración. La escritura actúa como un conjuro que sirve para invocar y ahuyentar. Lo que ocurre es que difícilmente se puede escribir siempre desde el dolor o la celebración porque no somos dichosos a todas horas, como tampoco vivimos un duelo continuo. Si la vida no fuera poliédrica, caprichosa y aleatoria, sería irresistiblemente espantosa. No podríamos soportar un estado permanente de plenitud, como no es soportable una angustia perpetua. Yo tengo muchos poemas de celebración y plenitud, y creo que en el total de mi obra poética hay un equilibrio entre el himno y la elegía, entre la luz y la oscuridad. Incluso en Espacio transitorio hay también un lugar para la esperanza, para la ilusión, para el amor, para la celebración. 

¿Cuándo el poeta “no debe mirar atrás?

A veces hay que dejar de mirar atrás para seguir avanzando. Como te decía en la primera pregunta, no pretendo hacer apología de la amnesia ni de la ruptura con la tradición. El pasado tiene su grandeza y sus miserias. Como dice Claudio Magris en Utopía y desencanto, en la tradición que heredamos se trenzan valores y aberraciones, eso no hay que olvidarlo; no se trata, pues de aferrarse al pasado ni de acabar con su herencia y hacer tabula rasa, sino de evitar sucumbir a los cantos de sirena de la decadencia, de no creer ingenuamente que cualquier tiempo pasado fue mejor, e incluso el más reciente, aun sabiendo que ni mucho menos el presente es una realidad conquistada y que, a pesar de los avances, no hay motivos para la autocomplacencia. Uno no debe mirar atrás si corre el peligro de quedar obnubilado o imposibilitado para la acción presente, si es capaz de olvidar lo que aún está por hacer, o de rendirse a una melancólica derrota. 

¿Qué se “atesora en las ruinas”?

Sin embargo, las ruinas atesoran a veces el rescoldo. Es decir, la llama escondida en la ceniza, la posibilidad de reavivar el fuego de la pasión, la chispa del misterio, el principio de la regeneración. Y también podemos encontrar el jaramago, que es una flor que me fascina por su belleza luminosa y por su capacidad de resistencia y de adaptación a un medio hostil.

“Te mereces ser feliz”. ¿Qué es la felicidad para el poeta?

Se lo digo a mi hija en la letanía que le dedico. Parece una perogrullada, ¿verdad? Solo un padre desalmado no desearía la felicidad para sus hijos. Pero es que mi hija parece el síndrome de Asperger y esta singularidad le ha producido mucho sufrimiento desde que era una niña al no adaptarse a los estándares de conducta. Sin embargo es una persona sumamente sensible y tenaz que trata de sobreponerse a sus rutinas, rituales y compulsiones y de explotar sus cualidades. 
Pero, ¿acaso el poeta no lucha a diario por adaptarse a un mundo que le resulta extraño? ¿No es una especie que persevera en sus necesidades expresivas, pese al entorno indiferente y a veces hostil en el que habita? No sé exactamente qué es la felicidad para el poeta y si existe la auténtica felicidad o es solo un concepto inventado. Creo que actualmente está sobredimensionada. Nos venden felicidad por todas partes. Nos dicen que hemos de ser felices pero nos impiden serlo. Creo que lo que ahora se llama felicidad solo está en la propaganda comercial, en la factoría Disney, en el aparataje digital y en los manuales de autoayuda. Es solo una falacia corrosiva del sistema. Yo entiendo que lo que llamamos felicidad, o sea un estado de plenitud o satisfacción, no puede ser permanente, solo racheada; los momentos de felicidad llegan en los momentos más inesperados, pero también se esfuman cuando menos lo esperamos. No creo que alguien pueda acercarse a un estado más o menos constante de satisfacción personal solo por acumulación de riquezas o prestigio. Como no he respondido a tu pregunta, me aventuraré a decirte que para mí la felicidad está estrechamente relacionada con la dignidad, con la capacidad para amar y confraternizar, con la libertad para decidir por nosotros mismos, con la respiración y el vínculo.  

¿Por qué “todo lo que esconde la luz/ es promesa incumplida”?

Ya la palabra “luz” promete demasiado. Hemos idealizado la luz como un fenómeno benefactor, y ciertamente lo es; pero no siempre. A veces crea fantasmagorías y espejismos, o alumbra lo más terrible. Y también puede llegar a cegarnos. Aunque en Espacio transitorio le dedico un poema de amor (“Ella, la luz”),  vengo a decir que deja al descubierto lo maravilloso y lo aterrador. Pero la luz también tiene sus escondrijos y en ellos oculta muchos de nuestros terrores y perversiones. En cualquier caso, la poesía está abierta a interpretaciones y a veces incluso el poeta conoce lo que ha escrito a posteriori, y nunca su interpretación es la definitiva.

“Concédeme la paz necesaria para resistir”. ¿Cuál es el camino que conduce a esa paz, al sosiego del alma?

Me lo pones difícil, amiga Esther. La verdad es que no lo sé. Ojalá lo supiera. Imploro la paz necesaria para resistir porque soy un espíritu inquieto y mi carácter nervioso a veces no se lleva bien con el sosiego; por eso valoro mucho eso que se llama paz interior y trato de ser cada vez más reflexivo. Creo que he aprendido a convivir pacíficamente con mis inconformismos, mis desconciertos, mis frustraciones, mis carencias… Quizá sea ese el camino hacia el sosiego.