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Rafa Soler (Foto: Noelia Palafox)

25 Mar 2014

Rafael Soler, poeta

"A veces, importa más la alegría de la víspera que el viaje mismo"

Esther Peñas / Madrid

Su figura recuerda un tanto a la de Octavio Paz, cuyo centenario se celebra estos días, por lo imponente. Tiene algo de colosal, titánica y poética. Sus formas, acaso el nervio de su mirar, su porte romancero -por lo bien ensamblado- hacen de él una presencia casi litúrgica. Y engasta las respuestas con palabras, que no con consignas. Se agradece. Después de veinte años de retiro mediático, volvió al albero con ‘Maneras de volver’ y nos causó un estupor del que aún no nos hemos recuperado del todo. Ahora presenta su tercer poemario en cinco años, ‘Ácido almíbar’ (Vitruvio). Atentos. Llega, de nuevo, Rafael Soler (Valencia, 1957).

Su figura recuerda un tanto a la de Octavio Paz, cuyo centenario se celebra estos días, por lo imponente. Tiene algo de colosal, titánica y poética. Sus formas, acaso el nervio de su mirar, su porte romancero -por lo bien ensamblado- hacen de él una presencia casi litúrgica. Y engasta las respuestas con palabras, que no con consignas. Se agradece. Después de veinte años de retiro mediático, volvió al albero con ‘Maneras de volver’ y nos causó un estupor del que aún no nos hemos recuperado del todo. Ahora presenta su tercer poemario en cinco años, ‘Ácido almíbar’ (Vitruvio Abre nueva ventana). Atentos. Llega, de nuevo, Rafael Soler Abre nueva ventana (Valencia, 1957).

Parece que sus años en el desierto resultaron fructuosos. Quiero decir que más que maneras, que también, hubo (hay) ganas de volver.
El silencio fue editorial. Desapareció el escritor público, pero el escritor como tal persistió. He seguido escribiendo. ‘Maneras de volver’, que se publicó en 2008, es el primer paso de un viaje que aún no había concluido. El día que lo presento juego con ventaja, porque tengo ya la cabeza en otro sitio, en lo que vendría después, ‘Las cartas que debía’. Y cuando presento estas cartas, volvió a pasar lo mismo, que habían quedado poemas con mucha fuerza que no hubiera sido honesto poner en él. Así surge ‘Ácido almíbar’. Es cierto que son tres libros en cinco años, y que el poeta necesita de otros caladeros, cargar acuíferos y darse un tiempo. Espero que no sean veinte años de nuevo.

Da la sensación de que ‘Acido almíbar’, este oxímoron, es más carnal que los dos poemarios anteriores, acaso más canalla, tal vez porque la cadencia es más juguetona.
Absolutamente. Necesitaba de ese juego para poder contar lo que iba a contar. Al fin y al cabo es un viaje, el viaje que sucede entre que nos nacen y nos mueren, algo que me ha tenido obsesionado durante muchísimo tiempo, esa falta de respeto tremenda de que no nos consultan a la hora de nacernos, de que no haya negociación previa. Esta indefensión, dicho con respeto, entre esos dos momentos, es ni más ni menos que la vida, y hablar de eso sin ponerse muy solemne es muy difícil, y por eso necesitaba ese registro, cierta distancia, un tono más coloquial. Hay que sorprender al lector, y para eso empleo la ironía, que me permite ese juego, siempre lírico.

La ironía ¿hasta qué punto es un disfraz, una impostura, un distanciamiento de uno mismo?
En mi caso no es así, cuando la ironía es una impostura se nota en seguida, y es amarga. Cuando la ironía está en tu encarnadura y es tu manera de acercarte a las cosas y de poner la cámara en otro sitio es fantástica, es una gran aliada; la ironía y el humor, dos recursos fantásticos para todo, también para la poesía.

Quedémonos un rarito en el viaje. ¿Qué parada del viaje le hizo más usted? ¿Qué jalón fue determinante en este viaje?
El amor y la muerte. Una parada ha sido una estación central, el día que me enamoré. Soy una persona enamorada, creo en el amor como elemento redentor de todo, el amor nos salva y nos da brillo y nos hace seguir. Y otras dos paradas importantes: la muerte de mis padres, momentos muy duros, hace ya algunos años, cuando venía de una reflexión. De eso habla ‘Caso cerrado’, de las tres muertes que tenemos: la definitiva, el olvido; la muerte administrativa, cuando deciden morirnos, y la muerte de resistencia, en la que yo milito, que es aquella en la que, a pesar de haberte tramitado, ya estás ventilando y horizontal, y tú resistes, porque aquí el que se muere soy yo, y yo decido cuándo. Y aguantan. Y quién sabe, igual mientras aguantan se encuentran con un hijo que se despide, o con la despedida de tu mujer. Estación término la muerte, estación central, el amor.

¿Al viaje siempre se responde con la vida misma o hay maneras de zafarse y de vivir sin que la vida te roce siquiera?
Es una mezcla, escribes desde una cierta impostura. Por ejemplo, yo entiendo muy bien a la mujer, muy bien, en mis novelas me pongo muy fácilmente en vuestra piel y respiro muy bien por vosotras. ¿Cómo es posible? Porque el poeta tiene esos recursos de simulación que te permiten llegar más lejos de lo que llegarías por ti mismo. En poesía hay mucho de inspiración, de momento de gracia, pero también de vida vivida.

"Volver es lo que importa". ¿Más allá de los motivos que animen el regreso?
Volver es lo que importa, absolutamente. La vida es un viaje y permanentemente estamos buscando nuestras referencias, nuestros orígenes. ¿Qué importa más, el destino o la alegría de la víspera, de ponerte en marcha? Yo pienso que el día de la víspera; luego llegas y el destino puede ser un desastre. A veces, importa más la alegría de la víspera que el viaje mismo. Siempre estamos volviendo de algún sitio porque siempre nos estamos buscando.

También me parece (supongo que por las muchas referencias) que el poeta está más pendiente del tiempo que otras veces.
No ha sido premeditado, muy posiblemente sea así porque todo el libro es una reflexión sobre el tiempo vivido, y se hace permeable la sensación de que el tiempo se escapa, la vida nos atropella, y siempre posponemos las cosas, pedimos una tregua. "Voy a llamar a Carlos el lunes", nos decimos. Pero Carlos se muere el domingo.

¿Y si uno llega tarde? ¿Lo enmienda el poema?
Mal asunto, si uno llega tarde. Un poema no debe enmendar nada. Si has llegado tarde, torpe, que no vuela ocurrir, pon los medios. Pero ¿qué puede enmendar un poema? Si has llegado tarde eso lleva a la melancolía y a la nostalgia, malos aliados para la poesía.

¡Así nos va con estos poetas del régimen!
Lo has dicho tú, aunque yo lo firmo.

¿Quién se queda a los títulos de crédito, los románticos, los pedantes, los tímidos..?
En el libro está ahí como provocación para que el lector guante hasta el final, pero es una manera de revelarse el autor con el mandato del Todopoderoso que nos dice ‘quédate a los títulos de crédito’, te he nacido y te vas a quedar. Nos nacen, y esa es nuestra condena, y nos tenemos que quedar a los títulos de crédito para ver una peli a la que no queríamos quedarnos y que igual ni siquiera nos gusta.

"Y siempre será el silencio la única respuesta". ¿Cuál es la gran pregunta del poeta?
Hay tantas preguntas como poetas, es una respuesta muy sincera. Tengo muchos amigos poetas, muchos buenos amigos poetas, y algunos amigos muy buenos poetas; son tres categorías diferentes: Hablando con ellos, escuchándoles, y escuchándome yo también, me di cuenta de que escribimos por cosas diferentes, y de que si hay algo que funciona muy bien en literatura son las obsesiones. Cada escritor cuaja su obra desde sus personales obsesiones. Hay quienes sufrieron una infancia desgraciada, tuvieron un padre autoritario, un fracaso, una pérdida... y eso lo impregna todo, a lo mejor ni ellos mismos lo saben, porque la poesía puede ser hermética, un mecanismo de defensa; cuando el poeta no quiere dar su corazón, tiene destrezas y se protege. ¿Cuál es el origen? ¿No sabe escribir mejor o no quiere contar cosas o lo que cuenta lo quiere contar así? Cada poeta tiene su vida. Y no hablo de los poemas que no son poemas, sino poemas sin alma.

¿Es lícito el poema meramente estético?
Tan lícito como una mujer vestida con picardía que pasa por delante tuyo y que no te deja nada; sí es lícito como ejercicio, pero yo busco otra cosa en la poesía. La respuesta es sí, pero no es suficiente.

¿Conviene echar la vista atrás -y si es así de qué modo- en esta travesía que es la vida, el poema?
Cuando tienes deudas no estás para bromas y no te puedes permitir efectos estéticos como ponerte melancólico, estupendo, y eso se nota. Los poetas que no han vivido hacen ejercicios lingüísticos vacíos. Un poema tiene que tener alma y silencios, para que el lector se conmueva y lo complete; en ese ajuste de cuentas, en esa redención, en ese viaje al pasado, si tú estás repasando tu vida es porque has vivido y la repasas con nobleza, y reparas en todo aquello que sucedió. Ahí no puede haber melancolía, pero sí dolor, que es un sentimiento auténtico. Por eso escribes, para decirle al lector: "Me pasó esto y te lo cuento para que no te pase a ti, y para que si te pasa estés preparado", porque al final tu peripecia es la mía, nos enamoramos, experimentamos la soledad, nos asustamos, nos desconcertamos, perdemos el norte... y no hay más. Al final estamos juntos, lector y autor, escribiendo el libro.

Un buen verso, ¿salva del desastre?
Sin duda, igual que un buen poema hace a un buen poeta, un solo poema hace a un poeta, un solo poema. Me está pasando algo bellísimo: soy analógico, pero tengo -por indicación de mi editor-, una alarma que me avisa de cuando está pasando algo en la red. El otro día saltó esa alarma y me enteré de que un muchacho de 18 años escribió un twitt con un verso mío: "yo estaba en mi camino sentado con la tarde y tú pasaste. Rafa Soler". Qué bonito. Que alguien tomara estos tres últimos versos y los personalice.

Da la sensación de que se te aparece la Virgen en algunos poemas y te suelta un verso a partir del cual tú construyes el poema. Por ejemplo: "Final feroz del que se marcha mudo".
¡Qué fuerte que digas eso, Esther Peñas! Pues sí. Un día me cae en la cabeza un coco, lo abro y estaba ese verso que has citado. Exactamente así. "Final feroz del que se marcha mudo". Me ha pasado con algún otro verso. Y dije ¿qué es esto? ¿Qué hay detrás de esto? Y sigo caminando, porque escribo en los triles de Madrid, las papeleras, mientras paseo. Cuando me viene un verso me paro. Durante un año no fui capaz de desentrañar lo que había detrás de ese. Ese verso siempre fue conmigo. ¿Por qué se va? ¿Por qué feroz? ¿Por qué mudo? Y un día me di cuenta que eso se lo tenía que decir yo al lector, y que tenía que ir descubriendo que esa historia no era la mía sino la suya. La poesía hay que invocarla. Hay poemas que, en efecto, son una visitación, un coco que te cae en la cabeza.

En cambio, hay títulos de poemas que parecen versos descartados...
Empiezo a escribir y me provoco, porque no sé dónde quiero llegar cuando escrito. Eso significa que los ocho primeros versos sobran, por lo general, aunque no estén mal, pero te das cuenta de que el poema arranca con fuerza en el verso nueve, y los otros tienes que tirarlos, aunque te cueste. En ellos, a veces, está el título del poema, sí, tienes razón.

¿Por qué la poesía, que era el reducto último de lo honesto ha terminado por claudicar y convertirse en tierra de servidumbre, en ser aliada del poder?
El poder lo corrompe todo, no hay sólo un poder del dinero, hay un poder político, y también un poder literario. Ese poder, en los años 80, tenía un fuerte contrapeso, la crítica, que recordaba que no valía todo, y frenaba los desmanes del editor, y advertía de que un libro no era bueno. Pero ese referente crítico ha desaparecido. Ahora, además, están los premios gordos. Sí, en poesía, al igual que sucede en otros ámbitos, hay alianzas entre poder y corruptelas, endogamia, impostores que ganan los premios, impostores en jurados de esos premios, libros buenos, muy buenos, que pasan inadvertidos, suplementos culturales que hablan de textos sin interés. Ahora bien, ¿qué nos importa eso a los poetas?

¿Qué libro le ha emocionado últimamente?
Uno de Alejandro Romualdo, un poeta peruano a la estela de Vallejo. Me ha emocionado por su autenticidad, su ingenuidad, su verdad, su riesgo.

¿Qué vendrá después de ‘Ácido almíbar’?
Ahora viene larga etapa de silencio, otra vez. Creo que si se pusiera un título genérico, que bien podría ser ‘Vivir es un asunto personal’, estos tres últimos libros encajarían bien, porque mantienen cierta unidad, respiran del mismo modo. Pero ahora necesito recoger velas. Qué vendrá luego... dentro de algunos años más poesía. Sí. Esa es mi ilusión.