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Niño bebiendo agua

Cambio climático

3 Feb 2020

Así lo recuerda Manos Unidas

Los 800 millones de personas que padecen hambre son quienes sufren más la crisis climática

Servimedia / Madrid

Manos Unidas asegura que los 800 millones personas que padecen hambre en el mundo son los que más están sufriendo la crisis climática. También destaca la incidencia que este fenómeno está teniendo en los 1.000 millones de pobres que hay en el planeta y en quienes deben emigrar en busca de un sustento.

Para ello esta ONG dedica su campaña anual al impacto del cambio climático en la pobreza y el hambre en el mundo. La iniciativa, titulada ‘Quien más sufre el maltrato al planeta no eres tú’, se presenta este 4 de febrero para denunciar que las consecuencias de la crisis climática afecta especialmente a los más desfavorecidos.

La organización apoya proyectos que ayudan a las comunidades a adaptarse a esos cambios medioambientales, siempre con la referencia, como realiza desde hace 61 años, del respeto a los derechos humanos.

En este contexto, Manos Unidas ha invitado a varios misioneros a contar su labor en las zonas más pobres del planeta y también más afectadas por la crisis ambiental. Entre otros, la campaña será presentada por Janeth Aguirre, misionera colombiana en Mali desde hace más de quince años. Aguirre desarrolla su labor en la ciudad de Koulikoro, donde las consecuencias del deterioro medioambiental, producto de las sequías recurrentes, hacen mella en la población a la que el “Estado no es capaz de resolver el riesgo vital de miles de familias” y donde las mujeres representan una fuerza incomparable de esperanza y trabajo. Esta franciscana misionera de María Auxiliadora da testimonio de la capacidad de resiliencia de un pueblo que hace frente a la amenaza del terrorismo, del abandono estatal y del cambio climático, con las armas de la educación y la capacitación.

MALTRATADAS

“Venimos a testimoniar que las mujeres pobres son quienes más sufren el maltrato al medio ambiente, porque son las que cultivan la tierra. Hace quince años, a mi llegada a Mali, en los pueblos y en los barrios había huertos donde las mujeres cultivaban con la ayuda de pozos artesanales, que ahora se secan en la época en la que no hay lluvias, y las mujeres se tienen que ir a las orillas de los ríos, donde todo el terreno ya está ocupado”, afirma a Servimedia.

“El reto es ‘hacer llorar la tierra’ con pozos”, añade la misionera, para lo que las mujeres “tienen que trabajar duro” en profundizar los ya existentes o excavar otros nuevos, con los que suministrar sus huertos, tener “algo verde” en casa y recuperar el ciclo del agua. “Es hacerles la vida un poco más fácil, porque la verdad es que la tienen muy dura, y ellas sí que sufren las consecuencias del cambio climático”, sentencia la religiosa, que convive con la población maliense con temperaturas de hasta 50 grados.

“Cada año se siente mucho más el calor, las lluvias disminuyen, los tiempos de sequía son mucho mayores, la tierra se vuelve polvo muy rápido y no se puede sembrar. Si tenemos pozos y volvemos a implantar los huertos”, apunta esperanzada.

ESCUCHA

Aguirre asegura con alegría que su vocación es “un regalo” y que su labor en el país africano parte de la escucha.

Sostiene que los misioneros no tienen que llegar a un territorio “con soluciones”, sino que primero deben “escuchar a la gente y con ellos decidir qué quieren hacer”. Y también, añade, los misioneros aprenden “no juzgar”.

Pese a la sombra del terrorismo islamista radical, que le toca tan de cerca que hasta ha secuestrado a otros misioneros, Janeth destaca que, en su día a día, la convivencia es buena. El 96% de la población es musulmana, de un Islam “tolerante, abierto, donde cabe todo el mundo, donde la cultura es la paz”.

“Allí el ecumenismo se vive, no hay que estudiarlo ni definirlo. Los musulmanes vienen a nuestras fiestas y nosotros vamos a las de ellos. Es algo muy de comunión. El reto es conservar esto ante situaciones tan amenazantes de otras fuerzas externas que quieren desbaratarlo”, expone esta monja que forma parte del grupo minoritario del 2,5% de los católicos y que presume de que la fe cristiana se celebra de forma “muy viva”, con misas que duran tres horas y en las que hasta se toca la batería.

Esa forma de entender la religión, dice, se debe a la herencia animista y a que en Mali las parábolas del Evangelio, tan centradas en el mundo rural, están de plena actualidad. “Hay que desoccidentalizar la formación cristiana”, sentencia.

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