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Laura Manzanera

Entrevista

4 Mar 2021

Laura Manzanera, ensayista

«Siempre que el vestuario, el comportamiento y los ademanes sean convincentes, se puede ocultar el sexo de nacimiento»

Esther Peñas / Madrid

Insumisas (Principal de los libros) es un recorrido (que inaugura, como toda exploración, por meticulosa que sea, y esta lo es) que se adentra en el mundo del despiste, de la charada, del cambalache, de la máscara. Más concretamente, se trata de un análisis del disfraz de que ellas han hecho uso para hacerse pasar por ello y poder así cumplirse. Fascinante. 

¿Cómo es una mujer insumisa? 

Alguien rebelde, que no se deja someter. Las insumisas de mi libro lo son porque no aceptaron quedarse de brazos cruzados y desempeñar los únicos papeles que les tenían reservados: esposas, madres, monjas. No aceptaron supeditarse a la voluntad masculina ni a los roles sociales que les tocaban, sí o sí, por razón de su sexo. Querían huir de un matrimonio no deseado, evitar los lugares asignados, salir de la miseria, obtener un trabajo que tenían prohibido y un sueldo propio, desarrollar su pasión, perseguir un amor... o simplemente salvar la vida. No pedían nada especial, solo ser libres para elegir. Cada una tenía sus propios motivos, pero todas fueron rebeldes con causa. Y con su actitud marcaron la diferencia. 

Vestirse de hombre, ¿oculta del todo el sexo?

Siempre que el vestuario, el comportamiento y los ademanes sean convincentes, se puede ocultar el sexo de nacimiento. Mi libro está lleno de casos exitosos. De todos modos, lo que en realidad se esconde es el género, esa construcción social y cultural que hace que una mujer tenga necesariamente que vestir y proceder como se espera de ella, de manera invisible y recatada, exactamente como los varones han decidido que debe hacerlo. El atuendo se ha utilizado desde siempre para marcar diferencias, en especial las de género; es una forma de discriminar y someter. Las insumisas del libro dinamitaron la principal norma, la de «género». 

¿Por qué disfrazarse del ‘enemigo’ en vez de encararse con él para exigirle lo propio, como hicieron, por ejemplo, las amazonas? 

Porque cuando el «enemigo» es más rico y más poderoso, la mejor forma de conseguir lo que se pretende, es rebelarse. El engaño y el ingenio son armas muy poderosas. Las amazonas, según la leyenda, escogieron no relacionarse con los hombres, excepto para procrear. Pero lo normal sería poder vivir todas y todos en armonía e igualdad. 

Cuando se empuñan las armas, ¿se distingue si es una mujer o un hombre quien pelea? (estoy acordándome del libro La guerra no tienen rostro de mujer, en el que Svetalana Aleksievich habla precisamente de esas diferencias, que no sé si en su investigación usted observado)?

No he analizado esos detalles muy a fondo, pero sí puedo decir que entre las soldados insumisas hay auténticas heroínas que han mostrado un gran valor y destacado en la batalla. Es el caso de Angélique Brûlon, al servicio de Napoleón. Sus compañeros halagaron sus habilidades en el combate cuerpo a cuerpo y se le concedió la Legión de Honor, la máxima distinción francesa. Destaca asimismo Janeta Velázquez, que luchó en el ejército confederado durante la guerra civil estadounidense. Llevaba bigote y barba postizos, creó su propio batallón de infantería, con el que luchó en batallas tan importantes como la de Bull Run, y terminó haciendo de espía. También cabe mencionar a la sargento mayor Flora Sandes, conocida como «la Juana de Arco de los Balcanes». Luchó en la Primera Guerra Mundial y se convirtió en la primera oficial del ejército de Serbia. Pero hay otras muchas que demostraron su coraje. 

Ellas, ¿son tan aventureras como ellos?

Ellas pueden ser tan aventureras como ellos si tienen la oportunidad y los medios. Así lo han demostrado grandes viajeras como Lady Hester Stanhope, una celebrity que a principios del siglo XIX se convirtió en la primera occidental en entrar en la ciudad de Damasco, y lo hizo sin velo, a caballo y ataviada como un hombre turco. O como Alexandra David-Néel, que a inicios del siglo XX, con cuarenta y tres años, se atrevió a viajar sola al Tíbet. Fue la primera europea en entrar en Lhasa, donde vivió dos meses. O Kate Marsden, que vestida de cazador en 1890 cabalgó tres mil doscientos kilómetros hasta alcanzar la ciudad siberiana de Yakutsk, a solo cuatrocientos cincuenta kilómetros del polo sur. Su causa era muy noble: buscaba allí una planta para tratar la lepra. Hay muchos ejemplos de aventureras intrépidas.

De los distintos viajes que se relatan en el libro, ¿cuál le gustaría hacer a usted?

Me gustaría conocer el monte Athos, en Grecia, medio por curiosidad, medio por espíritu de la contradicción. Es un territorio en el Egeo de menos de cuatrocientos kilómetros cuadrados que rigen los monjes ortodoxos y que las mujeres tienen prohibido pisar desde el siglo X. Parece mentira que en pleno siglo XXI siga habiendo lugares vetados a la mitad de la población. 

De entre la guerra, el espionaje, las aventuras, los veleros… ¿qué se nos da mejor?

No creo que a las mujeres se nos dé mejor una cosa que otra, así en general. Depende de cada una, exactamente igual que sucede con los hombres. Deborah Sampson fue una magnífica soldado de la guerra de Independencia americana. Como aventurera por excelencia está la vasca Catalina de Erauso, la famosa «monja alférez», una mujer que vivió mil y una aventuras vestida de hombre. Y hay espías de primera, como Sarah Emma Edmonds, una auténtica «reina del disfraz» que en la guerra civil estadounidense proporcionó valiosísima información a la Unión. Se infiltraba disfrazada en las líneas enemigas. En una ocasión lo hizo como un esclavo negro ¡y tiznó su piel blanca con nitrato de plata!  Cada cual tiene sus cualidades y destrezas. 

¿Qué pensaban ellos al vernos vestidas con indumentarias propias de la masculinidad?

Depende del momento, el contexto y el lugar. Normalmente se escandalizaban, se ofendían, se asustaban o se encolerizaban; con frecuencia las cuatro cosas a la vez. Pero en algunas ocasiones, como por ejemplo con los compañeros de algunas mujeres soldado descubiertas en su engaño, los hombres se mostraban al final comprensivos.  Algunos incluso les ayudaron a sus fines, convirtiéndose en cómplices del engaño. 

El que hoy en día hay corrientes feministas que aboguen por la abolición de sexos (llámese géneros si procede), ¿es, a su juicio, la dinamitación de la lucha de la mujer a lo largo de los siglos? 

La polémica creada a raíz del borrador de la ley trans, que ha elaborado el Ministerio de Igualdad y parece haber dividido el feminismo en dos, tiene parte de su razón de ser en el término «mujer». Plantea que las personas que quieran cambiar el sexo puedan hacerlo en su DNI, sin informes médicos o judiciales e incluso manteniendo su aspecto físico. Bastaría con que mostrasen su voluntad en un registro civil. Quienes están en contra se cuestionan cómo «mujer» podrá definir tanto a alguien de sexo biológico femenino como a alguien de sexo biológico masculino que se sienta como tal. Y, en consecuencia, se plantean cómo se podrá seguir combatiendo la desigualdad. Es urgente contar con una ley que defienda los derechos de los transexuales, pero hay quien aboga que habría que redefinir o matizar el contenido, los términos y las circunstancias de la ley. Sea como sea, debe haber cabida para todas y todos. 

De las muchas mujeres que aparecen en el ensayo, ¿por cuál siente especial querencia?

Es difícil escoger, pero podría ser Ellen Craft, una de las muchas escla¬vas negras que malvivían en el sur de Estados Unidos. Viajó mil seiscientos kilómetros de territorio esclavista haciéndose pasar no solo por un hombre, sino por un hombre blanco y rico. Cambió de género, de raza y de clase social, y consiguió llegar a Filadelfia y convertirse en una mujer libre. Por su triple impostura merece desde luego que se la recuerde. 

De las mujeres que nos sirven como ejemplo, como faro, como inspiración, ¿cuál mencionaría como insumisa?

Todas las protagonistas del libro son, de un modo u otro, insumisas. Pero entre las más rebeldes, escogería estas cuatro: Juana de Arco, la reina Cristina de Suecia y las piratas Anne Bonny y Mary Read.