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Objetivo de una cámara de fotos. En el fondo un mural de imágenes.

19 Ene 2009

El derecho libre a expresarse

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El fin de esta carta es dar a conocer la vergonzosa actuación de la administración andaluza en el caso de un niño malagueño que se llama Alejandro Morales Álvarez. Su único delito ha sido tomarse muy en serio la Convención de la ONU sobre las personas con discapacidad, y la Constitución Española, y reclamar lo que en justicia le corresponde, que no es otra cosa que le implanten en la escuela a la que está asistiendo profesores de Lengua de Signos ya que tiene una lesión cerebral que le afecta a la parte motora del habla.

Se han intentado diversos sistemas de comunicación alternativa pero sin conseguir avances significativos. Tras consultar a varios especialistas en el tema se vio que la única solución posible es la lengua de signos que desarrolla la comunidad de sordomudos castellanos.

Es por ello por lo que su madre, Carmen Morales, pide que se le enseñe en dicha lengua, derecho éste que la Consejería de Educación de la Junta de Andalucía estima que ya se lo están aplicando cuando la tozuda realidad es que no.

La familia de este niño ha ido tocando muchas puertas y en todas les han obsequiado con un pasarse la pelota unos a otros sin que se les haya tenido en cuenta la aplicación del derecho a un profesor en lengua de signos. Muy típico de una administración sin efectividad para hacer aplicar los derechos que todo individuo tiene y que en este caso que nos ocupa no es más que el derecho a poder expresarse en una lengua de signos que ha sido reconocida como lengua oficial del estado.

Lo peor del caso es la desidia que reina en toda la administración andaluza, puesto que nadie tiene voluntad firme de resolverlo satisfactoriamente. Este caso ha ido pasando de ventanilla en ventanilla desde que en octubre de 2007 se pusieran en contacto la familia, por parte de la madre, con la Delegación de Educación de Málaga para pedir el recurso de un profesor que supiera lengua de signos.

Hartos estamos ya los ciudadanos de ver y sentir en nuestras propias carnes las incompetencias de una administración sorda y ciega a nuestra quejas, que se lanza la pelota de tejado en tejado sin resolver los casos más flagrantes como el que he descrito.