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Edgar Borges

Entrevista

19 Mayo 2023

Edgar Borges,escritor

«El yo es una réplica del todo»

Esther Peñas / Madrid

Un hombre que pudiera ser hemeródromo lo mismo que cartero, que camina a saltos no por llegar antes, sino por llegar con el corazón en lumbre. Un amor. Federica. La posibilidad de que fragüe a pesar del delirio. A través de él. Lo geométrico como territorio de amparo. Todo ello sembrado de pequeñas dosis filosóficas que hacen crecer Jacinto en la narración. Algo así es la última novela de Edgar Borges (Caracas, 1966), Figuras (Trampa Ediciones).

Entre otras cosas, Figuras es una puesta por la imaginación. ¿Cómo alentar, cómo alimentar la imaginación? 

Creo que la imaginación se alimenta no siendo prisionero de la experiencia. Entre lo vivido y la memoria debe haber una ventana abierta a las posibilidades. La experiencia es     importante, siempre que no nos haga mansos ante la norma; seres carentes de interpretación y de inventiva. Actuar por oficio, por inercia, es empañar la mirada, el fuego íntimo, la búsqueda. La imaginación se ejercita dialogando con el salvaje incómodo que nos habita. Dice Gonçalo M. Tavares que «la pobreza de imaginación implica no poder construir una segunda vida desde un punto de vista intelectual e imaginativo, implica asumir que solo existe una realidad exterior y material».

¿Qué porcentaje de imaginación se requiere para ser un buen escritor? 

Todos los porcentajes; el ser que recuerda imagina, el ser que escribe también. No se podría aspirar a una literatura de conmoción si no se pone todo el fuego creativo en el proceso. La única vía para que el escritor no se domestique y se convierta en un funcionario de la realidad del poder, es acudir a la imaginación como el principal recurso de su fuerza primitiva. La literatura, mientras más salvaje, mayor conmoción causará en la mirada del lector. La literatura es fuego, es un incendio capaz de causar inquietud; no concibo la escritura como el molde de un mercado que fabrica argumentos en serie. La literatura no está para reafirmar el letargo de quien duerme; la literatura debe ser un detonante que implosione el sueño de los anestesiados. Como diría Arthur Rimbaud: «Al amanecer, armados de una ardiente paciencia, entraremos en las espléndidas ciudades». 

¿Qué porción de locura, presente en la novela, se necesita para vivir plenamente? 

La porción necesaria para atreverse a jugar sin importar el juicio de los otros. ¿Es posible que se atreva a esto un adulto cuerdo? ¿Cuándo fue la última vez que vimos a un adulto saltar en plena calle? A propósito de Figuras, el otro día la poeta Zhivka Baltadzhieva me contaba que había visto a un hombre ir saltando por la calle. Ella tuvo el privilegio de ser testigo de tal acontecimiento; él probablemente tenía una alta porción de locura que le hacía vivir a plenitud. 

Otro asunto que aparece en la narración es la infancia. ¿Es, el adulto, una infancia mal habitada? 

Es probable. A veces pienso que nos educan para asesinar la fuerza de la infancia. El niño padece desde temprano el adoctrinamiento de su imaginación; el pequeño salvaje ve con desconfianza el mundo adulto, y no es para menos. Sabe que lo quieren reclutar para un fin nada divertido. Es traumático el proceso de enseñanza que nos despoja de los juegos, de los sueños, del vuelo, de la risa desprovista de moldes. El niño llega a la etapa adulta en medio de una lluvia de piedras y temores. El atrevimiento de su inventiva de pronto se ha convertido en un modelo circular. Tampoco podemos olvidar que el modelo, que todo lo saquea, ha decidido ir por la infancia para atrofiar su belleza a destiempo. Es posible que el adulto sea un insomne condenado a olvidar su último sueño. 

«Todos los Enricos hilaban una velocidad progresiva». ¿Cuántos yoes hay en cada cual? 

En un yo hay tantos otros como seres existan en su entorno. O incluso mucho más allá de sus fronteras. Lo sepamos o no; nos cause gracia o enfado, el yo es una réplica del todo. Habría que mover el punto de vista para descubrir todos los otros puntos de vista que giran en torno a nuestro yo. 

¿Qué nos dicen, al mirarlas, las formas geométricas?

Que sacudamos la perspectiva para descubrir cada punto que integra una composición. 

¿Cuál es el peor enemigo para la felicidad, el propio sistema o los otros, como sucede en Figuras?

El modelo es la inquietud.

Hay personajes amargados, que son graneros de odio. ¿La lectura podría repararlo?

Hay lecturas que alivian; hay lecturas que trastocan, que es una forma radical de ayudar. Pero el odio lo sana el sexo. Un orgasmo que haga estallar todas las capas del veneno. Figuras es el viaje de Enrico para descubrir el amor. Federica es la posibilidad de amor, de sexo, de vuelo. El trayecto entre uno y otro lo custodia el guardián de los espacios. 

Le devuelvo en forma de pregunta una afirmación que aparece en la novela: ¿Solo el hijo del monstruo puede acabar con él?

El hijo irá contra el padre cuando asuma la monstruosidad que ha sembrado en él.

Además de «saltar», ¿qué otras «formas estratégicas de burlar la escritura literal de la norma» existen?

Inventar formas de salto es, además de liberador, un rompimiento drástico de la lógica imperante. ¿Quién, por muy rígido que sea, no se va a estremecer ante un adulto saltarín? Por ello, un salto a tiempo siempre irá a favor de la libertad de quien lo práctica y de quien observa. Si de buscar otras formas se trata, la risa le quita peso a toda norma que carezca de sentido humano; el juego también. En situaciones extremas, en donde risa y juego podrían interpretarse como ensoñaciones de un burgués, el disfraz del «buen obediente que nunca olvida» termina siendo una forma inteligente de silenciosa rebelión.

¿Qué cosas sacan a Edgar Borges de sus casillas? 

La indolencia; el maltrato infantil; el cinismo.