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Adriana Hoyos

Entrevista

16 Mayo 2023

Adriana Hoyos, poeta

«La poeta es sacerdotisa oculta que interpreta la respuesta o formula la pregunta»

Esther Peñas / Madrid

En la tierra en la que se ensancha el último poemario de Adriana Hoyos (Bogotá, 1966), No es a mí a quien lees (Huerga&Fierro) transcurre la configuración de un yo, desde la dolina de la intimidad hasta la polifonía de un mundo en continua incumbencia y conexión, pasando por un sutil itinerario urbano, un adentrarse en las lindes de lo familiar o un reconocerse en el otro que nos configura. Dividido en cinco apartados (Geografías del desasosiego, Otras voces, Escenas de familia, Anuencia de las imágenes y Parábola del zigurat), este poemario se sostiene en la geometría de la voz.

¿A quién lee el lector de poesía?

Cuando leemos, no leemos solo al autor que hemos elegido, leemos a esos otros que lo constituyen y lo acompañan como seres no visibles, pero tangibles en la obra. Leemos las voces que lo han nutrido, percibimos su experiencia sentimental del pensamiento, leemos más allá de él, pero a través de él. 
Siento la escritura como un hilo atemporal donde se tejen y cantan varias voces. Es una voz que viene de lejos y te murmura en el oído. Es un río de voces que me esculpen y piensan, yo solo sigo ese juego con emoción y persistencia.

¿Qué voz es la que escribe el poema?

Hay un yo lírico que no es mi yo autorreferencial. Del resto, todo es ficción poética destilada con verdad. Hay cierta manía por creer que todo lo que escribes es biográfico y no veo nada malo en eso, pero no es así, al menos en gran parte de este libro. Ese yo lírico y autorreferencial solo está unido en 'Escenas de familia'. 

¿Qué distingue a un poema que brota de las «geografías del desasosiego» del que crece por entre la alegría y la mansedumbre?

La muerte, la locura, la nocturnidad pertenecen a las «geografías del desasosiego». La rebeldía y el asombro me llevan a trazar un itinerario atribulado, pero cuando logro expresarlo llegan los instantes de felicidad. Cada vez que escribo una línea, siento que me protejo de la propia sombra.

Cubierta de 'No es a mí a quien miras'¿Se escribe desde la memoria, con aroma de cierta melancolía, o convocando un deseo?

La memoria es una invención, borrosa, nublada y reconstruida a nuestro antojo. El deseo es fuerte, escribo desde el deseo. Desde la vida que me hace respirar, así en la propia acción de  inspirar y espirar convoco las palabras, las letras, juego con ellas y construyo el poema.

¿Cuánto de «sacerdotisa oculta en un psiquiátrico» tiene el poeta?

Diría que mucho; el poeta tiene un llamado, una vocación, el poeta transita las oscuras avenidas de la madrugada, es guía en la noche del alma y se oculta en los psiquiátricos, en los hospitales, en los mercados, en los hoteles, en los espacios anónimos. En cierta manera, es capaz de presentir lo que todavía no ocurrió. El poeta puede ser como la Sibila de Cumes y acercarnos a lo monstruoso y también a lo inmortal hasta llegar a nosotros. Así reza el umbral de Delfos: «conócete a ti mismo». La poeta es sacerdotisa oculta que interpreta la respuesta o formula la pregunta que nos lleva a reflexionar.

¿De qué «nacemos fugitivos»? Quien huye, ¿sale al encuentro de o se aleja de algo?

Desde que nacemos, nos acercamos a la muerte. Somos fugaces.
Fugitivos como el tiempo, estamos hechos de tiempo, somos tiempo que huye. Y cuando nacemos, cada paso transita la vida y también cada paso nos conduce de forma inevitable a la muerte. Así vamos del útero de la madre al  útero de la tierra. 

Hay referencias en el poemario a ciertas canciones (Golpes Bajos, por ejemplo). ¿Qué banda sonora tendría este libro?

En mi adolescencia, repetía la canción de Golpes Bajos: «no mires a los ojos de la gente, me dan miedo, mienten siempre…no salgas a la calle cuando hay gente, y si no vuelves y si te pierdes…» me fascinaba y aún me gusta. Pero creo que el libro tiene otra banda sonora. Cuando escribo lo hago con una lista de música que creo a propósito y que me va marcando la tonalidad. Esa lista lleva el título del libro inicial y va cambiando y enriqueciéndose a medida que avanzo. Si repaso la lista de No es a mí a quien lees te puedo mencionar algunas piezas: Las Sonatas del Rosario o Sonatas de los Misterios, quince sonatas para violín compuestas por Franz Biber. Varias sonatas para violín de Arcangelo Correlli, O Cessate di piagarmi, de Alessandro Scarlatti, también Frescobaldi. Spiegel, de Arvö Part, y varias piezas de Philip Glass. Las listas son largas y muy eclécticas.

Le devuelvo una pregunta que aparece en forma de verso: «¿quién nos enseña a morir»?

Dormir es aprender a morir cada día un poco. Paradójicamente, si estamos atentos y despiertos, la vida nos enseñará a morir, a morir bien. Si estamos atentos a los símbolos, a lo que no se ve pero sentimos, si nos interrogamos por el sentido de la vida, de los gestos, de los actos, de los encuentros, de los amores y desamores iremos aprendiendo a vivir y también a morir. 

¿Es más fácil enseñar a escribir o a amar?

Parece, pero solo parece que es más fácil enseñar a escribir. Eso me lleva a la cartilla del colegio, a las primeras sílabas, a los cuadernos de caligrafía, a unir palabras y formar frases. El oficio de escribir ya es otra cosa. Sin embargo, nadie nos enseña a amar. Aprendemos por ósmosis de nuestros padres, de nuestros amigos, de nuestros amores.

¿Cuánto de azar tiene la escritura?

Mucho. Cuando empiezo a escribir nunca pienso en un tema, me lanzo al silencio blanco de la hoja, navego entre palabras que me llegan, ordeno mi paisaje, pongo música o silencio, todo depende. Hay mucho de azar en la composición de la partitura escrita inicialmente. Luego, todo está ordenado, pulido, trabajado y pensado.

¿Cuál es el último libro que le ha conmovido?

El corazón del daño, de María Negroni.  Hay en ese libro tantas cosas que me llegan y conmueven: 

Quito, una a una, las capas de lo visible que me impiden ver.
A lo mejor los libros son también eso: un viaje a la transparencia.
Escribo para no morir.
Debajo de esta frase hay otra y otra más.
No sé cuáles son esas frases.
Soy, acaso, esta larga y lenta mirada de la niña que fui, sobre el centro
radiante de la incomprensión.

Me gustan los autores que te impulsan y te mueven  a escribir, es como una buena música que te transporta en el tiempo y creces y viajas y te sientes cercano y afín, es como estar enamorado.