Basta ver su última película, Sica, una historia que pareciera poesía de celuloide, anclada en Galicia (evoca en algunos momentos a otra pieza exquisita, Lúa vermella, de Lois Patiño) y en la que aparecen asuntos que podrían haber sido abordados cayendo con facilidad en el tópico o en la sensiblería si uno no está atento, la relación con la madre de la protagonista, el duelo o la iniciación amorosa. 

Sica es una muchacha obsesionada con la posibilidad de que el mar devuelva el cuerpo de su padre después de un naufragio. Durante su sonámbula espera salobre conoce a Suso, otro raro en el decir de Rubén Darío, que también habita la espera, en su caso la de una mujer, la Ofelia, la dama de las tormentas. Siempre la claridad viene del cielo, escribió Claudio Rodríguez. La lluvia, esta lluvia que se aguarda, del cambio climático. Basta algunas escenas en las que contemplamos el mar bravío para comprender lo común y lo íntimo. Basta el sonido de la olas rompiendo, estremecedoras.

Sica y Suso se hablan y se sostienen, se comparten y cada cual deja más hilo a la cometa del otro para que roce el confín de su deseo y surge otro deseo nuevo, extraño, un deseo que provoca atracción y miedo.   

Magníficas las interpretaciones de Thais García Blanco, Marco Antonio Florido y María Villaverde, custodiados por la espléndida Núria Prims y Lois Soaxe. Una película de las que, como diría Catulo, «calientan el corazón».