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Carmen Peire

Entrevista

16 Nov 2021

Carmen Peire, escritora

«Chirbes se sentía más cómodo como escritor minoritario»

Esther Peñas / Madrid

Rafael Chirbes (Tabernes de Valldigna, Valencia, 1949- 2015) fue enramando un estilo austero, de pulso poco complaciente, sensible, bello por lo diáfano, siempre político y militante, dio voz a los vencidos (él lo era) y hostigó en sus historias al poder. Marxista y esteta, recibió el reconocimiento ya tarde, ya a punto de irse. Ahora se acaban de publicar la primera parte de sus Diarios (Anagrama), de los que hablamos con la escritora Carmen Peire (Caracas, 1952), amiga del autor.

¿A Rafael le hubiera gustado ver publicado sus diarios?

Es difícil saberlo. Yo creo que, como todo, en parte sí y en parte no. Los diarios para él eran muy importantes, quizá lo que le acompañó toda su vida de escritor, y de ellos sacaba luego material, sobre todo cuando volvía a leer lo que le habían inspirado sus escritores favoritos. Luego podía definir: me gustaría un personaje que se pareciera en parte a esto y en parte a esto otro, que me sirva para contar lo de más allá. Él sabía que en ellos había literatura, mucha literatura. Esta primera parte, la publicada, fue pulida por él y, por tanto, en parte sí lo hizo pensando que algún día pudieran llegar a publicarse. Por eso nombró un albacea para que decidiera por él lo que se publicaba y lo que no.

¿Qué se siente al leer de manera póstuma un texto de alguien a quien quieres, como estos diarios?

Lo mismo que sentí al leer París-Austerlitz: que la vida nos ha privado de un escritor con mucho que decir todavía, con el que me he identificado mucho, en temática, en pensamiento, en consecuencia. En mis primeros  cuentos pensaba: ¿qué opinaría Chirbes de esto? Ahora me cuesta más hacerlo. Siempre te asalta la nostalgia. ¿Quién nos va a contar ahora lo que nos está pasando?

Cubierta de los DiariosLeyendo estos textos, ¿has descubierto algo de Chirbes que no conocieras?

Sí, cosas íntimas de las que no solía hablar. Él podía hablar de su origen de clase, de ser hijo de peón ferroviario, de no querer perder raíces, pero no esos párrafos detallados y tan bien escritos de lo que un niño sentía, del miedo a la oscuridad, del único plato de arroz caldoso al día, de su relación con el sexo, de lo que sentía con la decadencia de su madre, de las descripciones de sus paisajes de infancia… También del por qué le gustan más unos escritores que otros. 

De lo que has leído, ¿qué te ha llamado más la atención?

Todo lo anterior. Y otra cosa: me estoy haciendo una guía literaria con los libros de los que habla. Era, ante todo, un grandísimo lector. Por poner un ejemplo, he descubierto, gracias a él, a Maria Van Rysselbergue, publicada en España por Errata naturae. Recomiendo encarecidamente Hace cuarenta años. Una delicia que no sabía ni que existía. Es solo un ejemplo.

¿En qué se reconoce la escritura de Chirbes?

En que es un escritor único, un grandísimo lector que supo encontrar su voz propia. Todos los que escribimos la buscamos, pero no la encontramos, al menos esa sensación la tengo. Él dudaba, pensaba que no, pero los lectores la veíamos: en la temática, un claro ejemplo de realismo social, de seguir la estela de Pérez Galdós y Max Aub, y en el estilo, más depurado, sin excesiva adjetivación. Él decía además que la tercera persona, como voz, no le gustaba, le parecía prepotente. Cuando la usaba, era tan pegada al personaje o a la historia que casi casi parece una primera.

Ha habido polémica desde el origen. El albacea literario se despachó a gusto contra Marta Sanz por el prólogo, por decir que estos textos son «voladura controlada». ¿Qué opinas al respecto?

No soy muy partidaria de prólogos, en todo caso de epílogos. Cuando cojo un libro, voy directamente al autor, y luego leo el prólogo. A mí me gustan los prólogos sencillos y cortos, que me sirven para situarme el contexto del autor, si es desconocido, o de la obra. Si no, lo dejo para el final porque prefiero hacerme yo misma mi composición de lugar y sacar mis propias conclusiones, no me gusta que me «dirijan» hacia la visión del prologuista. Dicho esto, creo que todo el mundo tiene derecho a escribir el prólogo que le dé la gana. Faltaría más. Y es independiente de que me guste más o menos. En esto siempre me acuerdo de Max Aub y sus famosos crímenes y muertes. Tiene uno que dice que murió desnucado en una edición crítica de tanto ir al pie de página. No es este el caso, desde luego, pero es que este tipo de cuestiones siempre desatan polémica, no sé por qué. Nadie habla, por ejemplo, del prólogo de Fernando Valls, académico, pero muy bueno.

Por otro lado, es una lástima que lo que se haya resaltado en los medios, sobre todo, son los rechazos de Chirbes, Pérez Reverte, por ejemplo. ¿Por qué a un escritor no se permite emitir un juicio sobre otro autor sin que se arme la tremolina?

Yo creo que eso forma parte de la carnaza de los medios de comunicación, que desvirtúa enormemente el sentido general de la obra, en este caso, de los Diarios. Recuerdo un titular que, a propósito de este libro, decía: «Chirbes contra todo y contra todos». Y cuando lees los Diarios, te das cuenta de que las críticas son residuales con respecto a las múltiples alabanzas literarias de sus autores favoritos, lo que dice de Marsé, de Vázquez Montalbán, de Galdós, de Aub, de Balzac, de Músil, de Fernand Braudel y su Mediterráneo, que tanto le inspiró… Lo otro son anotaciones, casi al margen. No habla mal de los autores, sino de tal o cual novela. Y, por supuesto, está en su derecho, como lo estamos todos. 

Hoy en día es indiscutible que Chirbes es uno de los grandes, pero tardó mucho en recibir reconocimiento. ¿Cómo lo llevaba?

Eso habría que preguntárselo a él, pero creo que se sentía más cómodo como escritor minoritario, con reconocimiento fuera, sobre todo en Alemania, y menos aquí. Tengo la sensación de que lo demás le venía grande, le sorprendía. En una entrevista que le hicieron en TVE a raíz del Premio Nacional por En la orilla, cuando le pregunta el entrevistador que qué sentía al haber sido premiada su novela, él contestó que muy mal debía estar el nivel literario del país para que fuera considerada la mejor novela del año. Puede que hubiera algo de pose, no lo sé. Era terriblemente tímido y, como se suele decir, no suele haber malas respuestas sino preguntas mal encaminadas, como lo fue aquella. Lo que sí sé es que el dinero que recibió del premio fue íntegro a un comedor social de Valencia. Si se entera de que lo he contado, se enfadaría muchísimo conmigo.

Sé que es un pregunta difícil pero, ¿podría decirse que Rafael fue un hombre feliz?

¿Existe la persona feliz? ¿Quién lo es? Yo creo que, como alma sensible y artística, vivió mucho y sufrió mucho. Por sus raíces, su educación y su orientación sexual, más que otras personas. Aunque también le recuerdo disfrutando de sus amigos, de una buena cena o de un buen vino. Tenía un gran sentido del humor, humor negro. Pero como decía Mark Twain, detrás de todo humor siempre se esconde un gran dolor.

¿Qué tienen en común la escritura de Carmen Peire y la de Rafael Chirbes?

Nada. No porque yo no quiera, sino porque es como comparar a Dios con un gitano. Teníamos vivencias en común: los dos procedemos de la cáscara amarga, los dos pasamos por internados, él con ocho años, yo con siete, aunque solo estuve tres años. Los dos somos amantes de Galdós y de Aub. Los dos estudiamos Historia. Militamos durante un tiempo en la misma organización. Nos desencantamos y nos chirriaban cosas parecidas, algo muy común en muchos de mi generación. Chirbes fue capaz de escribir muy bien lo que muchos pensamos de la transición y de sus consecuencias posteriores. También tiene novelas muy bellas sobre la posguerra, pero sobre eso hay más en nuestra literatura. Ahora bien, novelar nuestra transición y sus consecuencias posteriores le ha supuesto, a mi entender, estar a la altura de lo que quiso hacer Galdós con los Episodios Nacionales y Max Aub con las novelas del Laberinto mágico, o La gallina ciega, o Calle Valverde. En un principio fue ignorado, o diríamos, más bien minoritario, como un escritor de culto, y fue recibiendo un mayor reconocimiento en la medida en que la realidad le dio la razón, se fue acercando a su literatura.