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Beatriz Alonso Aranzábal

Entrevista

2 Jun 2022

Beatriz Alonso Aranzábal, escritora

«La belleza es la que corrige un día torcido»

Esther Peñas / Madrid

Además de cineasta (De un tiempo libre a esta parte, un intimista homenaje a La Movida; ella misma formó parte de un grupo, Los Monaguillosh), Beatriz Alonso Aranzábal (Madrid, 1963) escribe unos relatos que conjuran miedos y deseos postmodernos. La convivencia de la humanidad con la tecnología, la amistad, la imagen que proyectamos y que se descompone, como perspectiva cubista, o el amor (y sus sucedáneos) son algunos de los asuntos que brotan en estos (micro)relatos, Demuestre que es humano (Me dijo una máquina), editado por Libros del Aire.

¿Cómo demostrar que uno es humano?

Una de las paradojas actuales es que la tecnología quiera «protegerse» de sí misma y trate de discernir entre robots y personas. Las máquinas nos ponen pruebas sencillas («copia estas letras», «marca casillas con semáforos», etc.), porque no nos deben de tener por muy hábiles o inteligentes. De hecho, no siempre las hacemos bien a la primera. Y, precisamente, ahí reside nuestra humanidad: en la imperfección, en el error, pero sobre todo en la perseverancia y en el aprendizaje. Demostramos que somos humanos cuando nos equivocamos, y acto seguido tratamos de avanzar sin tropezar varias veces en la misma piedra. 

Pienso en el relato ‘Vivir en paz’. ¿Qué papel cumple la belleza en la vida? ¿Qué perder si le retorcemos el cuello al cisne?

La belleza es la que corrige un día torcido, la que alivia las penas, la que nos da alas para volar como el cisne del microrrelato. Pero por sí sola no mejora la vida de las personas, y no puede ser una excusa para cerrar los ojos ante lo que no nos gusta, ante las miserias que nos rodean.  Para encontrarla se necesitan todos los sentidos, junto con un espíritu abierto, curioso y, a ser posible, altruista. 

La belleza está a nuestro alrededor, es breve, huidiza, como un relámpago, como unas nubes inesperadas, es un gran árbol agitándose, son dos abejas, un gesto en el transporte público, un acto de generosidad, una fotografía antigua, restos arqueológicos en medio de la nada. El cisne egoísta se aleja de los problemas y busca la belleza superficial, la que transmiten los medios y las redes, llena de filtros y retoques, falsa y forzada, creyendo que así será feliz. Pero terminará siendo carne de cañón (o de escopeta). 

¿Cuánto de azar y de premeditación tiene la escritura?

Debería tener mucho de premeditación, en el sentido de detenerse a reflexionar sobre qué vamos a escribir o por qué queremos hacerlo. Si antes de lanzarnos a escribir nos hacemos preguntas, de alguna manera tendremos una guía para saber de dónde partimos y adónde queremos llegar. El azar irá jalonando ese camino, de repente sucederán cosas (o más bien, nos fijaremos en cosas), que entrarán a formar parte de nuestra escritura. Es importante ser conscientes de que escribir, y hacerlo bien, nos va a llevar tiempo y esfuerzo, quizás años, y por eso es bueno trazar en nuestra mente los grandes rasgos que tendrá nuestro libro. 

¿Cómo escoger los asuntos sobre los que se escribe?

Generalmente, escribo sobre lo que he visto, conocido, sabido o recordado, a partir de una inquietud, de algo que no encaja. Escribes sobre lo que está mal, porque quieres que esté bien. Porque esperas que si el lector se da cuenta de la contradicción, podrá cambiar su mirada sobre el mundo. Desde un punto de vista psicológico, la escritura te permite organizar tu mundo interior y darle el sentido que tú quieras. Tiene un poder de transformación. 

A veces ocurre, sobre todo al principio, que se quiere escribir sobre una temática determinada, porque «es lo que se lleva». Pero el resultado puede ser insulso o pretencioso, probablemente no aporte nada nuevo al lector. Es interesante dejarse llevar por algo que te ha conmovido o removido, por alguna historia propia o ajena que, de alguna manera, no te puedes quitar de encima. Ahí está tu tema. Ahí emergerá el telón de fondo que subyace en tu escritura, el que te envuelve en la soledad del momento creativo. 

¿Dónde encontrar «las palabras que uno busca»?

Nuestras palabras, las que nos definen y dan voz, están todas almacenadas en la memoria. No hay que buscarlas, sino rebuscar, revolver en nuestra mente, y exponerlas. Podemos revisar de qué manera hemos guardado nuestras vivencias, desafiar los términos en que lo hicimos, y cambiar las palabras para ver las cosas con diferente luz. Escribir es un acto personal en el que se pone en marcha esa lavadora de ideas y experiencias que es nuestra mente, para dejarnos llevar por su fuerza centrífuga. 

Hoy en día «las palabras» están sobrevaloradas, leo textos que podría decirse que son pura palabrería, porque prima el placer exhibicionista del autor o autora. Hay términos que de puro abuso han perdido su hermosura, como por ejemplo «hermoso».  

Cubierta del libro«La alcaldesa, perdidamente enamorada de sí misma». ¿Eso procura este sistema, en el que los espejos con los selfies no solo tomados si exhibidos una y otra vez en las redes, un narcisismo extremo?

En nuestra sociedad hay mucho narcisismo y, sin embargo, no se critica, se acepta tal cual. Personas relevantes que son presumidas, arrogantes, soberbias y con falta de escrúpulos ocupan lugares de máxima visibilidad y consiguen apoyos masivos. Esto, a su vez, provoca más ceguera y actitudes poco constructivas, que conducen -como en el irónico microrrelato sobre la «Ciudad del amor»- a que el mundo caiga en enfrentamientos a menudo absurdos e inútiles. 

Las redes sociales están presentes en estos relatos. ¿Hasta qué punto son o pueden convertirse en herramientas a favor del escritor, y cuándo uno debe desentenderse de ellas?

Como escritora, me he podido desarrollar gracias a internet, que me permitió ser leída por personas anónimas que apreciaron mis textos sin conocerme de nada. Mis primeros microrrelatos aparecieron en 2001, en páginas web como RealizArte o La Ventana de Millás, que me dieron confianza y me animaron a continuar. Pienso que sin redes sociales no habría tantos escritores. A veces bromeo con que hay más escritores que escultores porque cuesta menos trabajo teclear que pulir una pieza de mármol. Para desentenderse de las redes supongo que hay que tener un estatus arraigado. No creo que yo existiera, como escritora o cineasta, si Google no me encontrara. 

La escritura, ¿tiene más de sueño o de pesadilla?

La escritura se nutre de los sueños que no se harán realidad y de las pesadillas que no se cumplirán. Todo lo imaginado y todo lo temido confluyen en el texto con el que quieres contar algo, pero disimuladamente. Que no se note de dónde surge todo, que parezca ficción, y sin embargo que sea verdad, que sea humano, que sepas que no hay impostura o un robot. Las máquinas pueden juntar frases hechas y palabras de moda, y saldrá un texto bien escrito, sin faltas y con lugares comunes. Un aburrimiento. Un vacío.

A propósito de ‘Fuera máscaras’, recuerdo que Bioy Casares decía que las máscaras son nuestra verdadera identidad, que no hay nada detrás. ¿Estás de acuerdo?

No, detrás de las máscaras está lo genuino de la persona. La verdadera identidad se oculta por vergüenza, temor, inseguridad, por miedo al rechazo, por cobardía. En las redes sociales, básicamente, hay máscaras, porque todo lo que aparece está cuidadosamente seleccionado: frases, fotos, momentos, etc. Damos una imagen, pero no nuestro verdadero yo. ¿Habría que hacerlo? No necesariamente, lo más grande que tenemos es nuestra privacidad que, a pesar de estar mermada por el conocimiento que tiene Google y los robots de todos nosotros, la podemos controlar con la mesura en nuestras intervenciones virtuales. Deberíamos tener claro que el mundo de internet es un mundo paralelo, un mundo de máscaras en el que, antes o después, se revelará nuestra verdadera cara. 

A propósito de Gran oportunidad. ¿A quién quiere impresionar quien escribe?

A cualquier ser humano que te presta atención a través de esas horas que te dedica, en exclusiva, cuando te está leyendo. Es una soledad compartida, la de quien escribe y la de quien lo lee, que se produce en un espacio inmaterial que se llena de humanidad.

De un modo u otro, el miedo surca algunos de estos relatos. ¿Cuál es el gran miedo de quien escribe?

He comprobado, en mi caso, que el miedo va aumentando con los años. El miedo surge por pensamientos de índole pesimista e incluso catastrofista. Cuando eres joven no piensas en todo lo que puede fallar, sino que solo ves la vertiente positiva de los acontecimientos. Lo importante es darte cuenta de que debes aceptar el miedo y seguir adelante, sin dejar que vaya a más y te paralice.  

Mi mayor miedo es el triunfo de la mentira.

¿Cómo saber que un «sueño está a la altura»?

Los sueños no tienen altura, son ilimitados, por eso no se cumplen. Yo diría que los sueños no están para cumplirlos, sino que nos acompañan para desarrollar la imaginación, para evadirnos, para que guíen nuestros impulsos creativos. Sueños y deseos no son la misma cosa.