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Ferrer Lerín

Entrevista

11 Jul 2022

Francisco Ferrer Lerín, escritor y ornitólogo

«El apellido, que es lo único que nos vincula con el pasado, aún cuesta destruirlo»

Esther Peñas / Madrid

Francisco Ferrer Lerín (Barcelona, 1942) es un circense de las tramas, un trilero de los significados, un druida del tono. Nunca sale uno ileso de sus lecturas, acrisoladas e insólitas (insolentes, incluso) desde la primera sangría. Duda el lector, incluso, de si en los márgenes se esconde (acaso con tinta invisible) zurcidos semánticos, proverbios novísimos. No sé sabe qué fue antes, si el ornitólogo o el escritor febril, pero se entienden como matrimonio insólito. Dividido en Proemio, Bibliofilias, Facsímiles, Series, Varios, Die Rabe y Dos breves guiones, Papur, uno de sus libros más celebrados, acabada de reeditarse por la editorial Días contados

¿Cree que esta reedición dinamitará su blog personal, toda vez que la primera liquidó su página?

En 2008, publiqué en mi página la foto de la cubierta de aquella primera edición. La cubierta consistía en el nombre Papur a gran tamaño. Alguien, en Turquía, lo vio, y considerando que era una afrenta a la persona de Abdullah Papur, cantante de idiosincrasia racial y religiosa, clausuró mi página, sustituyéndola por una bandera trémula y una musiquilla árabe. Ahora, la nueva edición de Papur dispone de una cubierta mucho más discreta, propia del elegante sello Días Contados.  

¿Por qué provoca tanta fascinación lo judío?

No sé si es un sentimiento generalizado. En mi caso, la certeza de que mi segundo apellido, Lerín, se origina al ser expulsados los habitantes de la judería de la localidad navarra de ese nombre y, ser nombrados así al instalarse en el prepirineo francés, siempre me ha creado una imperiosa necesidad de conocer detalles de esa expulsión, de los siglos de su permanencia en Francia, y del retorno de algunos de eso judíos a España, instalándose, en el caso de mis antepasados, en torno a la población altoaragonesa de Bielsa para luego, uno de ellos, quizá mi tatarabuelo, realizar el servicio militar en Barcelona y ya no moverse de allí. 
    
Si «el Sabio (…) lograba corregir los malos hábitos de los espectadores de las salas cinematográficas intensificando su habitual luminiscencia epidérmica», ¿de qué modo podría corregir los malos hábitos lectores?

«El Sabio» Pedro Gimferrer cambió el campo de actuación. Dejó de ejercer su poder modificador en las salas cinematográficas para ejercerlo en su despacho de la editorial Seix Barral modelando así sabiamente los gustos literarios.

Por cierto, ¿es mejor leer cualquier cosa que no leer?

Hubo un tiempo en que era frecuente oír la especie de que da igual lo que leas, lo importante es leer. Ahora se oye menos. Quizá estemos madurando.

Esa querencia a la hipérbole que usted cultiva, ¿es un rasgo más propio de la poesía que de la narrativa?

No estoy de acuerdo con que cultive la hipérbole. Cultivo el realismo que, a veces, desde presupuestos miríficos resulta chocante. Y, por otra parte, y cada vez más, tengo serias dificultades en saber si lo que estoy escribiendo ha de tener como destinatario un libro de poemas o uno de relatos. 

De su descarado acercamiento sexual en su obra, ¿cuánto de debido hay hacia Henry Miller, y por qué esa manera de acercarse a lo sexual? Leyéndole, uno tiene la sensación de que nos hemos vuelto más pacatos, ¿usted lo cree?

Desde luego que nos hemos vuelto más pacatos, ahí está lo políticamente correcto y también Me Too y demás zarandajas. Desde luego, Henry Miller me instruyó sobre cómo debían formularse por escrito las peripecias sexuales.
  
Pienso en la Lisboa de Pessoa, en la Alejandría de Durrel, en la Praga de Kafka o Kundera… ¿hasta qué punto Jaca es un personaje más en Papur, en concreto, y en su obra, en general?

Cuando llegué a Jaca, en 1968, como becario encargado de la confección de la lista patrón de aves pirenaicas y la elaboración de una estrategia para la conservación de las grandes aves necrófagas, me encontré con el Paraíso. Un entorno casi desprovisto de presencia humana y sí, en cambio, nutrido de presencia de fauna salvaje, una ciudad amable alejada de lo que ya se estaba convirtiendo mi ciudad de origen, Barcelona, y la comprobación de que la sentencia de Juan Marsé, en el sentido de que Jaca era sólo curas y militares, carecía de valor; curas y militares sí los había, y los hay, pero no sólo no han supuesto para mí un perjuicio sino que siempre han facilitado que pudiera relacionarme con ellos de modo abierto y cordial. 

Lerín, Gran Lerín… el desdoblamiento es una de las características de su literatura. ¿Con cuál de todos los Ferrer Lerín se lleva mejor?

Me llevo mejor con el desdoblamiento de género, descubrir, y escribir, que al finalizar la redacción de un relato, quien habla es, por ejemplo, una profesora de yoga. 

¿Qué significa que uno se identifica más con los apellidos que con el nombre?

En tiempos de delirio regionalista, surge la avalancha de nombres de pila de carácter local, de golpe todos se llaman Jordi o Iñaki. El apellido cuesta cambiarlo, aunque descubro que, en aras de la concordancia se producen feminizaciones tipo María Cuadrada (en vez del original Pilar Cuadrado) y, también, pululan colectivos muy osados que dirigen cartas a tipos como yo, Francisco Ferrer Lerín, bautizándome Francesc Farré i Llarí. Pero ya digo son, por ahora, casos excepcionales, el apellido, que es lo único que nos vincula con el pasado, aún cuesta destruirlo.
 
El que uno (yo, acaso por impericia) termine de leer Papur y no esté segura de haberlo comprendido por completo, ¿es un don o un julepe?

«Julepe», qué palabra tan gozosamente demodé. Nunca pretendo ser críptico, otra cosa es que la acumulación de materiales diversos en un libro como Papur, etiquetado como misceláneo, pueda producir despistes si lo que buscamos es un texto unitario, trazado bajo control. 

La vida, en general, ¿es tan cinematográfica como algunas páginas de Papur?

He sido cinéfilo intenso, de los que ven, en salas de cine, más de una película diaria; una actividad hoy impensable dada la incomodidad que me producen los murmullos, el ruido de los envases de golosinas y el movimiento del personal que llega tarde o ha de ir a los servicios. Quiero decir que he tenido una juventud y una madurez ligadas a la asistencia a las salas de cine pero, también, una senectud ligada al cine de la pantalla de plasma. Estructuro pues mi visión de las cosas a través del ojo del director y también del ojo del crítico.

¿Qué conviene «predicar a la chusma»?

Es esa una expresión pronunciada por Ezra Pound y recogida en el volumen El arte de la poesía, una recopilación de ensayos publicada en México por Joaquín Mortiz en 1970.
 
¿Cómo es posible que si el común de los escritores –acaso por mortales- de larga trayectoria se han parapetado en aquella fórmula que les distinguió del resto, abocándose al desastre, usted sea capaz de reformularse una y otra vez?

«Reformular» suena a repetición pero también a cambio, y entonces la práctica no estaría tan mal. Pero lo que me gustaría saber, por lo que quizá sería capaz de matar, es si me estoy reformulando con dignidad o si la infamia se enseñoreará de mi tumba. 

En lo literario, ¿vivimos tiempos de abolida bonanza y mucha procela, en el decir de Azorín?

Es imposible que en España, con el desorbitado volumen de producción literaria, pueda existir una situación bonancible en el mundo editorial, y estoy pensando, en particular, en los teóricos y en los críticos literarios, en su proceloso e impotente mar de dudas ante semejante despliegue. Nadie puede abarcar, por ejemplo, los poemarios que se publican; me cuentan que el promedio quincenal es de 673 títulos. 

¿Cuánto de profeta tiene Ferrer Lerín?

«Profeta» está próximo a «augur», término que como todo el mundo sabe se aplica a los que practican artes adivinatorias mediante la observación del vuelo de las aves. En fin, que con el bagaje de mi condición de ornitólogo de campo, algo puedo barruntar, y de hecho voy a abrir, en Toledo, una oficina, una consultoría dedicada al pronóstico a medio plazo de sucesos, sean estos prósperos o adversos.