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Luis Santana

Entrevista

24 Jun 2021

Luis Santana, poeta

«El poema sale, describe un movimiento y regresa»

Esther Peñas / Madrid

Hay poemarios de una delicadeza casi inocente, con la nobleza de ciertos metales, que trazan la voz de lo dicho con un ánimo tan descalzo del yo que pareciera surgido de la razón común. Del hombre, de la rosa, de lo que no queda del lado de lo quieto. Versos de lealtad austera. Así Sombra mínima (Huerga & Fierro), del poeta Luis Santana (Medina del Campo, 1957).

¿Qué encuentra uno en la sombra mínima?

Elementos solos, casi sin sombra, sin otra proyección que su ser en la palabra, en un preciso ejercicio de contención. Para hablar de Sombra mínima tengo que remitirme a la concurrencia fortuita de tres nombres: José Ángel Valente, Anton Webern y Única Zürn. Valente, en una conferencia sobre estética contemporánea, se había referido a la música del compositor austríaco como el exponente máximo de lo que él había llamado «estética de la retracción». Esa mención despertó mi curiosidad y me llevó a la música de Webern. El otro nombre es el de Única Zürn que, a través de su texto El hombre jazmín, me había descubierto el mundo de los anagramas. Y con estos referentes, la música serial de Anton Webern y la escritura anagramática de la escritora alemana, se construye Sombra mínima, a partir exclusivamente de la combinación de una serie de letras contenidas en un título o frase, leído o escuchado en cualquier lugar. 

¿De qué cosas «no hay duda»?

La certeza, como ausencia de duda, si existe, únicamente se da en el territorio-poema, de modo autónomo.

¿Cómo saber que una vida «está ávida de vida» y no late por inercia?

Inicialmente toda vida late por inercia. Luego, en la medida en que surge el conflicto, deriva en otra cosa: la propia subsistencia, las sensaciones, la necesidad, el amor / desamor…

¿Desde dónde (o hacia dónde) se escribe el poema?

Como toda expresión personal, entiendo que parte siempre de la biografía. Sale, describe un movimiento y regresa.

Un poema, ¿brota de una idea, una palabra, un fulgor?

Hay una cita de Paul Valery que dice: «El primer verso nos lo dan los dioses; los otros hay que buscarlos». En mi caso siempre he necesitado partir de un elemento detonador, digamos divino, por aquello de seguir con la cita. En Sombra mínima parto de lecturas -sobre todo narrativa-, de fragmentos que llaman mi atención o de frases escuchadas al vuelo en la calle, en el tren, el autobús o en un mercado. Estas expresiones tienen un fulgor nuclear tanto en un sentido generativo como en la adquisición de un sentido absoluto y cerrado en la memoria de modo que genera variaciones continuas a partir de los elementos que la integran, evitando automáticamente el paso a los ajenos.
 
Le devuelvo en forma de pregunta uno de sus versos: ¿siempre hay alguien que escucha?

Sí, siempre hay alguien que escucha. Para delatar, para delinquir, para saber de los otros. O para escribir. Yo mismo puedo situarme como ejemplo. Por la calle, en los transportes, las voces de los vecinos al otro lado de paredes, suelos y techos. Es un ejercicio que da mucho juego.

¿Cómo se reconoce a ese color «que no luce sino que suma»?

El Oscuro animal becqueriano del poema al que se refiere la pregunta, la golondrina, no participa de lo quieto, no es en lo detenido y por tanto no luce. Siempre está como en fuga, dejando trazos y sumando por acumulación.

¿Cuánto de sagrado tiene el poema?

Lo tiene en la medida en que lo concibo como un estadio superior de la palabra; una ofrenda a lo inalcanzable.

¿Cuándo se hace necesario que «el corazón del bosque calle»?

El corazón del bosque es el testigo, el relator que podría dar cuenta de los hechos, pero, en un afán de permanencia, debe callar para que nada se desvirtúe.

¿Cómo se reconoce la verdad?

Dentro del poema está siempre.

¿Cuál es (cuáles son) el último poemario que le ha emocionado?

De mis últimas lecturas me gustaría destacar tres poemarios: Intemperie, de Luis Luna; Desdecir, de Eva Hiernaux, y Fiebre y compasión de los metales, de María Ángeles Pérez López.

¿Qué sucede si «se toca la palabra amor»?

Hay un poema de Luis Cernuda, 'Después de hablar', del libro Con las horas contadas, que lo define infinitamente mejor de lo que yo podría: “…Es el amor de una esencia / que se corrompe al hablarlo…”