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Irene Vallejo

Entrevista

19 Nov 2019

Irene Vallejo, escritora

“La lectura puede convertirse en algo útil porque primero hemos amado su bella inutilidad”

Esther Peñas / Madrid

‘El infinito en un junco’ (Siruela) es un intenso y apasionado viaje por la cartografía del libro, el libro como objeto, como símbolo, como sima abisal que despierta conciencias, traspasa épocas, construye futuro y resignifica pasados. Su autora, Irene Vallejo (Zaragoza, 1979) pespunta en distintos soportes (papiro –junco-, pergamino, papel) una biografía –secreta e insospechada, conocida y luminosa, oscura, lóbrega del arte de contar historias. 

¿Qué convierte a un libro en un clásico?

Un clásico es un superviviente en las mareas del tiempo. Aquel libro que consigue entablar conversación con los lectores generación tras generación, a través de los siglos, en un mundo siempre cambiante. Si nos detenemos a pensarlo, es dificilísimo que una conversación tan larga no decaiga. Este prodigio de comunicación sucede porque los clásicos tocan la médula de nuestros terrores y pasiones.

¿Leer nos hace mejores personas?

Creo que se lee por placer, no en busca de mejora o provecho. Los beneficios de la lectura llegan sin pretenderlos, invisibles y sumergidos en esa corriente de gozo. La lectura puede convertirse en algo útil porque primero hemos amado su bella inutilidad. Después, volviendo la vista atrás, casi por sorpresa, descubrimos que en ella hemos aprendido mucho sobre la alteridad, sobre la frágil vida que vivimos. Electriza nuestro cerebro, alimenta la creatividad. Nos rescata de la prisa y de su hijo el estereotipo, nos enseña el buen uso de la lentitud. 

¿Qué ofrendas nos entregan los libros?

Siempre he pensado que uno de los mejores regalos que recibimos de los libros es la posibilidad de forjar amistades instantáneas. Nos encontramos con un desconocido, intercambiamos unas palabras y, de pronto, vemos que hemos leído los mismos libros. Es como encontrarse con un hermano, con un amigo íntimo. Durante años nos han atraído los mismos libros y al leerlos hemos tenido los mismos sentimientos, hemos pensado de forma parecida, nos han guiado gustos semejantes. Al reconocer esas vidas (interiores) paralelas, las murallas más altas caen y hasta los más tímidos se confían.

¿Pierde algo el libro al ser electrónico?

Tras realizar numerosos estudios y ensayos, los investigadores advierten de que la lectura en pantallas es más superficial y se olvida más rápido. Hace poco tiempo leí un artículo publicado por un grupo de investigación de la Universidad de Valencia. Allí sostienen que acciones como pasar la página o sentir el material con nuestras manos desencadenan una intensa inmersión cognitiva y afectiva en el contenido del libro. Esta relación sensorial con el texto nos ayuda a crear en la mente una cartografía minuciosa de los contenidos y a recordarlos. Somos criaturas espaciales, las páginas de papel nos ofrecen referencias, piedras miliares de la memoria. Incluso en los nativos digitales, la lectura de un libro impreso favorece una comprensión más profunda de la riqueza de los textos.
 

¿Cambia la relación con el libro dependiendo de si se entabla con ellas o con ellos?

Creo que la recepción de un libro escrito por una mujer sigue siendo distinta a la del texto firmado por un hombre, aunque lentamente vamos derrotando ciertos tópicos. Cuenta Joanna Russ que cuando Emily Brönte publicó Cumbres borrascosas bajo seudónimo masculino, la crítica destacó la brillante exploración sobre la crueldad, las turbias relaciones de sometimiento y el abismo de las clases sociales. Al revelarse más tarde que la autora era una mujer, se catalogó como literatura romántica: una apasionada historia de amor. Todavía detecto cierta propensión a juzgar la escritura de las mujeres más limitada en su alcance que la masculina. Pero miro el futuro con optimismo, tengo la impresión de que estamos aprendiendo a leer mejor entre las grietas de nuestros prejuicios.

¿De qué manera un libro puede cambiarnos la vida?

A mí me ha sucedido, ciertos libros me han cambiado la vida. Hace años tomé una decisión muy importante para mi futuro guiada por la protagonista de una novela de Henry James. Sin duda, un libro que nos conmueve de verdad, en lo más hondo, transforma nuestra mirada sobre el mundo. Las consecuencias de estos cambios de enfoque son incalculables. Ojo, soy la primera en admitir que en los libros también se alojan ideas peligrosas, pero quien lee a menudo escuchará muchas voces y podrá tomar decisiones informadas. Quevedo lo explicó con palabras memorables: Si no siempre entendidos, siempre abiertos/ enmiendan, o fecundan mis asuntos;/ y en músicos callados contrapuntos/ al sueño de la vida hablan despiertos.

Supongo que no es casual que en las distopías los libros terminen ardiendo…

Los libros terminan ardiendo en las distopías y en la realidad, por desgracia. Recomiendo vivamente leer Nueva historia universal de la destrucción de libros, de Fernando Báez. Escribió Borges que cada cierto tiempo tenemos que volver a quemar la Biblioteca de Alejandría (en sentido real o metafórico). Un recorrido por la historia de la biblioclastia demuestra que el grado de libertad de un país tiene su reflejo en las actitudes hacia los libros y los relatos en general. La cercanía lingüística entre ‘libro’ y ‘libre’ no se equivoca, creo.

¿Hemos agradecido lo suficiente la tarea de los traductores gracias a los cuales podemos leer lo que de otro modo nos estaría vedado?

Sin los traductores viviríamos todos en un mundo más estrecho y más ignorante. Sería la asfixia. Traducir es una actitud, casi diría una filosofía que ensancha los horizontes. Nadie tiene tiempo en una vida de aprender todas las lenguas, pero los traductores nos construyen puentes para caminar encima de los abismos que impiden acercarse al otro. Estamos en deuda con estos ingenieros de lo invisible, a los que aún no hemos reconocido su absoluto protagonismo cultural.

¿Marca más lo que dice o lo que queda emitido en una larga elipsis?

A veces deja una huella más honda lo sugerido, a veces impacta más darle nombre preciso a lo que permanecía difuso y sin contornos claros. En ciertos casos nos gusta más el boceto que el cuadro, en otros casos sucede a la inversa. Esta es una de las decisiones más difíciles a las que me enfrento al escribir: cuándo ser explícita, cuándo dejar una idea apenas insinuada, flotando sotto voce

Dígame un ramillete de libros sin los que no se entendería Irene Vallejo…

La odisea, de Homero, que fue mi primer enamoramiento literario. Los añicos de los poemas de Safo, donde a veces, en un solo verso, palpita la alegría y el desgarro de vivir. Las Historias, de Heródoto (y Viajes con Heródoto, de Ryszard Kapuściński), que me enseñaron a viajar. Las Metamorfosis, donde Ovidio enhebra cuentos sobre la vitalidad y el cambio permanente, frente al miedo y a la exasperación de las identidades. El general del ejército muerto y Abril quebrado, de Ismail Kadaré, por difuminar las fronteras entre leyenda y realidad. Los poemas de Wisława Szymborska, donde brilla una ironía inteligente y traviesa.