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Maqueira

Entrevista

26 Jul 2019

Enzo Maqueira, escritor

“Tomar conciencia de que uno vive un momento feliz implica salirse de la sensación de felicidad”

Esther Peñas / Madrid

Electrónica (Interzona) es una historia en la que el amor se pone a prueba por la diferencia de edad, que no es solo cronológica, sino vital, intelectual, sensitiva. ¿Qué se pone en juego cuando acontece el amor? ¿Es, la obsesión por otro un tipo de amor o más bien su ausencia? De estas cuestiones y algunas otras de orden político –las clases medias, las clases universitarias- nos habla Enzo Maqueira (Buenos Aires, 1977).

El amor obsesivo, ¿es exactamente amor?

No exactamente, pero se le parece bastante. Sobre todo a cierta edad, uno tiende a creer que el amor obsesivo es amor, o que el enamoramiento lo es. El amor real, creo (en esto no hay certezas), es más parecido a la amistad y el compañerismo, con una buena cantidad de pasión. Lo otro es una proyección idealizada de nuestras necesidades, y muchas veces el vínculo o la persona elegida como sujeto de deseo no cumple las expectativas generadas.

¿Cuánto tiene el amor de pesadillesco?

El amor real no tiene nada de eso o no debería tenerlo. Si hay sufrimiento, si duele, si nos desgarra, no parece ser amor. Lo único pesadillesco debería ser la certeza del adiós. Eso sí me parece digno de una pesadilla: saber que el amor verdadero tarde o temprano termina, que esas personas que se sintieron unidas para siempre, en algún momento, por elección o porque el tiempo se termina para alguno de ellos, van a verse obligadas a la separación. 

Cuando nos enamoramos de alguien más joven, ¿cuánto de enamoramiento hacia un estado –la juventud perdida- se da en el proceso?

Mucho, y es lo que trabajo en Electrónica, que cuenta la historia de un amor perdido que, en realidad, significa una juventud perdida. Nos enamoramos de esa juventud, pero también nos esperanzamos con la posibilidad de recuperarla a través de ese amor. El problema es que por más cerca que estemos de la juventud, por más que llevemos esa juventud a la cama, ya no somos quienes éramos entonces, y descubrir esa metamorfosis supone dolores muy hondos.

¿Por qué ha escogido una segunda persona para narrar esta historia?

Soy muy racional con las elecciones que tomo en un texto, pero en este caso fue algo más intuitivo. Había terminado de escribir la novela en tercera persona, pero la última oración me salió en segunda. Fue automático, casi que vino desde otra parte y no desde mi cabeza. Entonces empecé a jugar con esa segunda persona, la intercalé a lo largo de la tercera original, y fue quedando esa mezcla de segunda y tercera persona, ese ir y venir, que adquirió sentido cuando irrumpió, probablemente detrás de aquella voz que me había dictado la última oración al oído, un personaje que hasta entonces no estaba en la novela. La segunda persona apareció, pero detrás de ella vino un personaje que se fue abriendo paso y me obligó a cambiar la trama y a encontrarle un sentido a su irrupción. Nunca supe si fue el subconsciente, una presencia del más allá o qué, pero entiendo esa segunda persona como algo que surgió totalmente alejado de mi voluntad. Después de cinco años de escritura, la narración había adquirido vida propia y me llevó de narices a la segunda persona.

¿De qué depende que una relación en la que la diferencia de edad sea acusada funcione?

Creo que es necesario que cada uno de los involucrados esté atravesando momentos similares, o por lo menos búsquedas similares o compatibles. Puede haber diferencia de veinte años, pero si hay una búsqueda similar en cuanto a las necesidades, objetivos en la vida, creencias, etc., quizás funcione. En otros casos, si la diferencia de edad también se traduce en diferencia de pensamiento, de fuerza vital, de intereses, creo que es mejor que la relación se mantenga dentro de los límites de asexualidad y no pretenda convertirse en algo más.

“Cada chongo que pasa por tu cama es una aplicación nueva para el celular que tenés en tu cabeza”. ¿Las nuevas tecnologías han banalizado el amor?

Todo se banalizó en los últimos tiempos. No sólo el amor. Y no sé si las nuevas tecnologías son las únicas culpables. Por supuesto, tienen un grado de responsabilidad, pero esto viene de mucho antes. De la televisión, la publicidad, el mal periodismo... Las nuevas tecnologías, las redes sociales, etc., probablemente hayan construido su imperio de mediocridad sobre las bases que construyeron los medios masivos de comunicación. Por otro lado, no me parece mal que el amor se haya vuelto banal. Quizás era necesario desacralizarlo, así como se desacralizaron tantas otras instituciones. Es interesante romper con ese mito porque nos plantea un horizonte nuevo a explorar. ¿Cómo serán las sociedades del futuro ahora que sabemos que el amor no es para siempre, que puede ser múltiple, que puede estar separado del sexo?  
Que los gustos de una generación pasen de moda, ¿la convierte en inútil?

Más bien todo lo contrario. Cuando una generación es parte de la moda, del “aquí y ahora”, del calor del momento, por lo general comete grandes errores. El primero: suponer que su generación está llamada a salvar el mundo. Es importante no ser la moda, hacerse a un lado, alejarse un poco, para tener la perspectiva suficiente para entender el mundo que recibimos y el que queremos dejar. Una generación es útil cuando cuenta con las herramientas aprendidas del pasado y la fuerza suficiente para modificar el presente. Una generación que se encuentra en su apogeo no tiene pasado, le falta aprendizaje. La juventud es una gran fuerza, pero es caótica, necesita de la madurez para florecer; y madurar es haber pasado de moda. 

Una adolescencia tardía, ¿tiene más efectos secundarios negativos que vivirla a su tiempo?

Supongo que depende de cada caso. Tuve una adolescencia tardía y no siento que haya tenido efectos secundarios nocivos. Al contrario. Hay personas que son incapaces de fijarse límites cuando tienen quince años o cuando tienen treinta. La adolescencia, tardía o no, es siempre un periodo riesgoso, y se trata más de saber atravesarla (y de tener la contención suficiente para hacerlo, por ejemplo, una buena red de amigos) que de cuándo se atraviesa.

¿El amor garantiza la felicidad?

No, pero bien entendido, sano, sin confundirlo con obsesión, puede garantizar una buena cantidad de buenos momentos. Se supone que eso debería alcanzar para sentir algo parecido a la felicidad. El problema es que cuando somos conscientes de la felicidad inmediatamente se nos empieza a escurrir entre los dedos. Tomar conciencia de que uno vive un momento feliz implica salirse de la sensación de felicidad. Y, además, luego vienen los pensamientos del tipo: “¿qué pasará cuando muera?, ¿a dónde irá a parar toda esta felicidad”. Y así comienza la hecatombe. 

¿Qué nos enseñan los excesos? ¿Cuándo es necesario incurrir en ellos?

Los excesos nos enfrentan ante versiones de nosotros mismos que desconocemos. Nos hacen atravesar el umbral de lo cotidiano, nos enfrentan con lo desconocido. No enseñan, sino que preparan el terreno para que aprendamos algo. No sólo los excesos; cualquier sustancia, persona, acción, que aparezca en nuestra vida por primera vez, aunque sea en su justa medida, nos descoloca y exige nuevas respuestas. Sin duda, esas situaciones más allá de los límites nos hacen crecer. Repito una frase de William Blake que aparece en Electrónica: “El camino del exceso conduce al palacio de la sabiduría”.

¿Lee literatura española? ¿Qué autores le interesan?

Soy un gran admirador de la literatura clásica en general, y particularmente de algunos autores españoles, como León Felipe, que me impactan de un modo muy profundo. Hace poco estuve en Madrid, en El Retiro, y en un momento me puse a recitar los versos de su “Autorretrato”: “¡Qué lástima que yo no pueda cantar a la usanza/ de este tiempo lo mismo que los poetas que hoy cantan! / ¡Qué lástima/ que yo no pueda entonar con una voz engolada esas brillantes romanzas/ a las glorias de la patria!”.  Terminé muy conmovido, llorando. Hay algo profundo en su poesía, algo que atraviesa los años, la muerte, los países, y que resuena en mis venas. Es lo mismo que me pasa con España en general: la sensación de que habla de mí, de mis antepasados, pero también de mi presente, la emoción de sentirme parte aunque sea un extranjero. Serán, nomás, los antepasados, o serán que las pasiones humanas nos hacen ciudadanos del mismo mundo.