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Iñaki Domínguez

Entrevista

14 Ene 2022

Iñaki Domínguez, antropólogo y escritor

«Si pelea y no teme al dolor, es un macarra»

Esther Peñas / Madrid

Hace apenas dos años, su rigurosa investigación sobre la figura del macarra en la capital colocó a este tipo humano de nuevo bajo el foco cenital. Ahora, Iñaki Domínguez (Barcelona, 1981) amplía su radio de actuación y sigue los pasos del macarra por la geografía española. El resultado Macarrismo (Akal), en el que incorpora numerosos testimonios de macarras de pro (y no tanto).

Con las tribus urbanas, modas y matices que hay hoy en día, ¿cómo distinguir sin equívoco a un macarra de los de toda la vida si tú, que eres el experto, requieres a su vez de «olfato»?

Es cierto que hoy, por ejemplo, hay muchos estilistas y modernos disfrazados de macarras y quinquis. Pero bueno, quizás el modo mejor para distinguirlo es el viejo método empírico —que siempre se usó— de ver si a la hora de pelear el sujeto en cuestión «tira p’alante» o no. Es decir, si pelea y no teme al dolor. Ese es un signo inequívoco del macarra intersecular. 

Ser macarra, ¿lo da el barrio en el que se vive, la familia o uno ya tiene alma de? 

Tradicionalmente, el macarra era el tipo de barrio obrero que peleaba y era bien chulito; básicamente, el protagonista del cine llamado quinqui. No obstante, creo que con los años se abre el espectro y podemos incluir a muchos macarras pijos, gente como la mítica Panda del Moco, de la zona del Paseo de la Habana, de Madrid. El barrio ayuda, una familia problemática también, y es cierto que hay gente que nace macarra. 

De las proezas cuya autoría se debe a un macarra, ¿cuáles son sus favoritas?

Son muchas. En ‘Macarrismo’ me fascinan los Breakers (famosa pandilla madrileña de rockers malos de los ochenta), cuyos hermanos pequeños pude entrevistar. Me cuentan al dedillo el trapicheo en la Plaza del Dos de Mayo y su relación competitiva con los iraníes que vendían heroína en la zona de Malasaña. También los Vendetta, un grupo de grafiteros de Barrio del Pilar, de los noventa. Aunque la anécdota que se lleva la palma es la del jefe de la pandilla principal del barrio de Canillas en los setenta, que, siendo proxeneta, escapó de la capital tras cometer un delito grave, se fue a Benidorm y empezó a trabajar para el ayuntamiento dando palizas a guiris problemáticos. Acabó ocupando un alto puesto en la policía local. 

¿Necesita un macarra de una pandilla? ¿Qué importancia tiene, en la creación de la personalidad del macarra el mote?

El macarra no necesita pandilla, aunque las pandillas de verdad eran aglomeraciones de macarras, equipos All Star o selecciones barriales e interbarriales de malotes. Además, las pandillas tuvieron especial peso en los años setenta y primeros ochenta, cuando la territorialidad del barrio definía la identidad del personaje callejero. El mote no es muy importante, aunque algunos sean extraordinariamente vistosos y muy creativos. 

El cine quinqui (Deprisa, Deprisa; Perros callejeros, etc.) apuntalan este fenómeno pero, hoy en día, ¿de qué salud goza el macarrismo?

El macarrismo existe, pero es más sofisticado y deviene en delincuencia profesional. No obstante, el más visible es el de las estrellas de música urbana y moderneo quinqui. Se trata de un macarreo estético, nada más. Digamos que esa gente no es macarra de verdad, no “tira pa’lante”.

¿Hasta qué punto la figura del macarra es la de un antisistema?

En ningún sentido. El macarra delincuente se salta las normas para ascender en la jerarquía del propio sistema, no para derrocarlo. 

¿De qué manera tantos macarras acaban por ser atrapados en la heroína?

Porque la heroína es una droga cuyos efectos son muy placenteros y que engancha mucho, incluso físicamente. Le añades a eso la desinformación de los setenta y ochenta, el paro galopante debido diversas causas y tienes una receta ideal para desencadenar la epidemia del caballo. 

¿Qué es lo que más le fascina y lo que más le incomoda de esta figura?

Me fascina su estética, su vida peligrosa y su relación con el ecosistema urbano. Lo que más repudio es la maldad de la que puede llegar a ser capaz. 

¿Puede hablarse de zonas en España donde aflore más el macarrismo que otras?

Normalmente, el macarrismo es un fenómeno urbano, propio de grandes ciudades industriales. El macarra de los setenta era, generalmente, aquel que había llegado desde entornos urbanos durante el boom económico del tardofranquismo y se había corrompido en la gran ciudad. Madrid, Bilbao y Barcelona eran entornos idóneos. Pero también se daban fenómenos similares en Valencia, Coruña, Sevilla, etc. 

¿Llega el macarra a ser arquetipo?

El macarra viene a ser representado por un arquetipo concreto dependiendo de la época, la década, etc. Pero sí, particularmente en el pasado, era una imagen o modelo que permanecía en la conciencia colectiva. 

¿Por qué espectro político transita el macarra?

Los hay de todo tipo. Ser macarra no implica ser partidario de una ideología política concreta. 

¿Hay diferencias, dentro del macarrismo, entre ellos y ellas?

Sí hay diferencia. Hay y ha habido mujeres macarras, pero, generalmente, los más destacados han sido hombres, por su mayor fuerza física y agresividad. En términos de violencia y agresividad, hombres y mujeres están bastante equiparados (aunque algunos no lo crean), pero cuando hablamos de picos y extremos, las personas más violentas y agresivas son casi todos hombres. Y la agresividad es esencial a la identidad macarra. 
 

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