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Pachita, en una de sus operaciones psíquicas

Los raros

25 Mar 2022

Fue una de las figuras más enigmáticas de Latinoamérica

Pachita, la médium que operaba con las manos

Esther Peñas / Madrid

Se llamaba Bárbara Guerrero (Parral, Chihuahua, 1900- Ciudad de México, 1979), aunque todo el mundo la conocía por Pachita. Algunos la llamaban La Santa. Por sus cirugías psíquicas. Inexplicables. Fantasmagóricas. Misteriosas. Esotéricas. Son muchos los que quedaron fascinados por sus artes, por los rituales oscilantes entre la teatralidad de los Autos Sacramentales y la performance al más puro estilo de Marina Abramović. Pachita.

Desde pequeña se le atribuyeron cualidades propias de los druidas y curanderos, de los chamanes. Curaba, decía, administrando pócimas de hierbas. Los enfermos acudían a ella con fe conventual. Y de ella salían sanados. Esos decían. Cientos lo afirmaban. 
 
Con el tiempo, Pachita ejecutó un salto mortal en su técnica y de los herbajes pasó a empuñar un cuchillo de cocina cuyo mango cubría con cinta aislante. Era su particular bisturí. Con él abría el cuerpo del paciente, sin anestesia alguna, y removía los órganos instintivamente, poseída por el espíritu de Cuauhtémoc, al que los conquistadores españoles renombraron como Guatemuz, el último emperador de los aztecas, primo de Moctezuma. Si el caso lo requería, Pachita extraía un órgano vital y colocaba otro en su lugar. Unos decían que era capaz de crear órganos de la nada en la penumbra del insólito –y casero– quirófano; otros, que empleaba vísceras de animales. 
 
Tal fue su predicamento, que el jesuita español Salvador Freixedo, experto en cuestiones paranormales, viajó hasta México para asistir a una de sus intervenciones. Dio por bueno lo que sus ojos vieron: «(…) yo estaba mirando la mano en alto de Pachita cuando, repentinamente, vi aparecer entre sus dedos un pedazo de carne rojiza. Ella ni lo miró; sencillamente, lo tiró en el hueco que había abierto en el enfermo en la parte inferior de la espalda. No se tomó la molestia de colocarlo. Yo sentí el clac de la carne al caer dentro del cuerpo. Inmediatamente después, se cruzó de brazos (señal de que había terminado) y dijo: “Otro”».  Pachita. 
 
Hay otros testimonios que reconocen sus incomprensibles técnicas, como la del escritor chileno Alejandro Jodorowsky: «De pie, a su lado, la vi hundir casi por completo el dedo en el ojo de un ciego… La veía cambiar el corazón de un paciente, al que parecía abrir el pecho con las manos, haciendo correr la sangre… Pachita me obligaba a meter la mano en la herida, yo palpaba la carne desgarrada y retiraba los dedos ensangrentados. De un tarro de vidrio que tenía cerca, le pasaba un corazón llegado de no se sabía dónde (…) y ella lo implantaba en el cuerpo del enfermo de forma mágica: nada más colocarlo en el pecho, el corazón desaparecía bruscamente, como aspirado por el cuerpo del paciente». Pachita.
 
Pachita, la médium que operaba con las manosEl propio Jodorowsky se puso en sus manos por un dolor insoportable proveniente «de una víscera granate». «Me mostró un pedazo de materia que parecía moverse como un sapo, lo hizo envolver en papel negro, me colocó el hígado en su sitio (…) y desapareció el dolor. Si fue prestidigitación, la ilusión era perfecta». 
 
La convalecencia dependía de la idiosincrasia del paciente: a los nativos les prescribía hierbas; a los extranjeros, medicinas; si eran católicos, rezos. A los más alternativos, actos de psicomagia como conectarse a la madre tierra, abrazar cortezas de árboles, meter los pies en los ríos. 
 
Pachita fue la gran sacerdotisa de esta técnica, cirugía psíquica, originaria de Filipinas, auspiciada por la Unión Espiritista Cristiana, fundada en 1905 por Juan Alvear, respetando las directrices de la doctrina establecida por el francés Alan Kardec (1804-1869). 
 
Baste un dato para hacernos una idea de lo popular de la práctica. El actor Peter Sellers padecía del corazón, y su cardiólogo le recomendó colocarse un bypass. Sin embargo, el protagonista de El guateque decidió someterse a un cirujano psíquico, y murió poco después, con 54 años. 
 
El médium y sanador Tony Agpaoa (Filipinas, 1939-1982) fue perfeccionando el efectismo de la práctica, animando a curiosos a presenciarla, y Stephen Turoff realizó una de estas intervenciones mientras la cadena privada de televisión Telecinco la retransmitía a más de un millón de espectadores. Fue en 1993. 
 
Para desconcierto patrio e internacional, uno de los más populares científicos mexicanos en su momento, experto en los procesos electrofisiológicos del cerebro, Jacobo Grinberg, quiso presenciar una intervención de Pachita con el propósito de explicar la charada. Pero creyó. «Esa mujer extraordinaria modificó mi percepción de la realidad y me puso en contacto directo con un mundo lleno de magia y poder. Fui testigo de una serie de acontecimientos asombrosos y me obligué a escribir acerca de ellos con la mayor exactitud posible. (…) Pachita era capaz de realizar verdaderos milagros modificando el espacio-tiempo y la materia, al grado de poder materializar objetos, realizar trasplantes de órganos, diagnosticar enfermedades y curar a los enfermos que por cientos acudían a pedirle ayuda».
 
Sus libros a partir de ese encuentro desplegaron un prontuario de argumentos extra sensoriales, metafísicos y científicos con los que trataba de explicar lo inexplicable. El 8 de diciembre de 1994, Jacobo Grinberg desapareció. Hasta día de hoy, nada se sabe de él. 
 
De Pachita resta decir que es un personaje raro. Raro a la manera que explicó Rubén Darío: “El común de los lectores acostumbrados a los azucarados jarabes de los poetitas sentimentales o solamente de gusto austero y que no aprecian sino la leche y el vino vigoroso de los autores clásicos vale más que no acerquen los labios a las ánforas curiosamente arabescas y gemadas de los cantos ya amorosos ya místicos ya desesperados de este poeta ya que en ellos está contenidos un violento licor que quema y disgusta a quien no está hecho a las fuertes drogas de cierta refinada y excepcional literatura modernísima. Se trata, pues, de un raro”.

 

(Publicado en 'cermi.es' 475)