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Strindberg

Los raros

19 Ene 2023

El autor, uno de los más importantes del XX, conoció la locura

Strinberg o las delicias del asesinato psicológico

Esther Peñas / Madrid

“Una mañana, pasado el Año Nuevo y los interminables días de fiesta, me vuelvo a encontrar solo. Es como si hubiera pasado un huracán, todos se han dispersado, desaparecido, naufragado. Mi amigo médico ha ingresado como enfermo, en el hospital. En efecto, minado por la bebida, habiendo acabado en la miseria, destrozado por el insomnio, ha terminado delirando. Es desconsolador; y ahora, en vez de ir al café, voy al hospital para disfrutar de una hora de conversación y de compañía. En el café me quedo bebiendo solo, porque tres de nuestros compañeros han hecho voto de abstinencia. El poeta se ha ido. El joven esteta, hijo del profesor de moral, ha sido enviado al extranjero, para evitarle la mala influencia del corruptor de la juventud (¡que no es otro que yo!)”. El fragmento corresponde a una de las novelas más pesadillescamente hermosas, sostenida por un brío enloquecido en el que las palabras se conjuran como en un aquelarre desesperado. Inferno, de August Strindberg (Estocolmo, 1849-1912).

En continuo desacato a las tres unidades aristotélicas —acción, tiempo, espacio—; introduciendo mecanismos narrativos en el teatro; procurando una relación íntima entre el actor y el espectador (antecesora del derribe definitivo de esa cuarta pared), haciendo que los actores cumplan en escena funciones adjudicadas al narrador, o atacando de manera furibunda a la burguesía, Strindberg, además de haber renovado el teatro europeo, crea un universo poético en el que su esquizofrenia (o a pesar de ella) lo instala en una belleza convulsa, en la que la violencia plasmada en mentes que se baten constantemente hasta que una humilla o sojuzga a la otra, y donde los personajes son vicarios de un deterioro o degeneración de una conciencia fragmentada.

Strindberg conoció la gloria en vida. El reconocimiento. La fama mundial. Más de cincuenta mil almas acudieron a su sepelio. Obtuvo grandes sumas de dinero y gastó mucho más, por lo que la penuria fue la compañía femenina más fiel que tuvo.

Fruto de la relación corrompida entre un noble y su sirvienta (en continuo ejercicio de poder de él hacia ella), cuidado entre la severidad paterna y la religiosidad materna, su infancia transcurrió en una disociación continua, que derivó en esquizofrenia que acentuaba su enorme sensibilidad y su inteligencia. Transitó por todos los estilos (simbolismo, fantástico, drama histórico, naturalismo, poético onírico…) y cultivó todos los géneros (epistolar, tragedia, drama, novela, teatro, relato, poesía). Setenta volúmenes recogen su obra, que incluye fotografías, pinturas, y anotaciones alquímicas, interés que le acompañó gran parte de su vida.

Strindberg estudio, sin concluir ninguna de las disciplinas, medicina, letras y arte dramático. A los 20 años, en 1870, su obra A Roma le reportó un contundente éxito, al punto que el rey Carlos XII (el mismo al que después atacará con vehemencia en un artículo de prensa) le concede una beca para continuar estudiando. De carácter inflamable, colérico, tuvo que exiliarse de Suecia durante seis años.

Se casó tres veces, y tuvo hijos de cada matrimonio. El primero con Siri von Essen, que trató de incapacitarle y recluirlo de por vida en un sanatorio (intento fracasado gracias al apoyo internacional de numerosos artistas, entre los que se encontraban sus amigos Paul Gauguin, Edvard Much o Friedrich Nietzsche); el segundo con la periodista austriaca Frida Uhl (comienza a escribir Inferno el día en que ella lo abandona) y, por último, la jovencísima actriz Harriet Bosse. Sufrió los celos como zarzas en el estómago, truenos en la boca, ortigas en los ojos. De ahí que le quedase un resquemor misógino que se trasluce en sus obras.

De sus escritos próximos al naturalismo y al compromiso social y político (El padre o La señorita Julia —inmenso drama de lo que él denomina “crimen psicológico”, es decir, esas mentes enfrentadas que anticipa el teatro de crueldad—) pasa a puestas en escenas decididamente experimentales, como La más fuerte (un soberbio monólogo con dos personajes sobre el escenario), obras de corte simbolista (La sonata de los espectros) hasta llegar a un sendero católico en el que la culpa preside. Impregnado de uno u otro estilo, su teatro retrata personajes que no actúan, sino que hablan todo el tiempo, como si un ángel exterminador les impidiera proceder.

De sus novelas, tres títulos indispensables: El alegato de un loco, que configura ese narrador-protagonista suyo tan característico, un narrador confinado en un yo que constriñe; Camino de Damasco, en la que los dos personajes se van desenvolviendo hasta mostrarnos que —tal vez— uno de ellos es subsidiario de la mente del otro, de manera que se nos estaría presentando los diferentes estratos de un posible yo, e Infermo, donde se despliega con una riqueza pasmosa los tormentos existenciales del propio Strindberg: “Todo cuanto sé —¡y es tan poco!— deriva del Yo como punto central. El cultivo de ese Yo, no su culto, se impone, pues, como el fin supremo y último de la existencia”.

Murió de cáncer de estómago. Pidió ser enterrado con un ejemplar de su libro Crímenes y crímenes (que aborda la fugacidad de la gloria, la lujuria y la soberbia) y que, en una cruz negra de madera, escrita en letras doradas, se leyera el emblema: “O crux ave Spes única” (¡Salve, oh Cruz, única esperanza).

De Strindberg resta decir que es un personaje raro. Raro a la manera que explicó Rubén Darío: “El común de los lectores acostumbrados a los azucarados jarabes de los poetitas sentimentales o solamente de gusto austero y que no aprecian sino la leche y el vino vigoroso de los autores clásicos vale más que no acerquen los labios a las ánforas curiosamente arabescas y pomposamente gemadas de los cantos ya amorosos, ya místicos, ya desesperados de este poeta, ya que en ellos está contenido un violento licor que quema y disgusta a quien no está hecho a las fuertes drogas de cierta refinada y excepcional literatura modernísima”.

 

(PIeza publicada en cermi.es)

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