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Ignacio Padilla

8 Ene 2009

"El monstruo siempre emerge del héroe"

Esther Peñas / Madrid

De entre los cuentistas, Ignacio Padilla Abre nueva ventana (México, 1968) es uno de los grandes. En 1996 firmó el 'Manifiesto del crack Abre nueva ventana', junto a otro nombres como Jorge Volpi o Eloy Urro, para oponerse al llamado 'postboom latinoamericano'. Ahora recala en Madrid para presentar su última e inquietante obra: 'El androide y las quimeras' (Páginas de espuma Abre nueva ventana).

El cuento, el relato, disfruta en estos tiempos de una deliciosa época dorada en la que confluye el virtuosismo de los autores, la embriaguez de los lectores, el interés y aquiescencia de la crítica y las ediciones cuidadas de ciertas editoriales. De entre los cuentistas, Ignacio Padilla Abre nueva ventana (México, 1968) es uno de los grandes. De director editorial de 'Playboy' pasó a convertirse en uno de los escritores con más talento del momento, espigando premios por doquier. En 1996 firmó el 'Manifiesto del crack Abre nueva ventana', junto a otro nombres como Jorge Volpi o Eloy Urro, para oponerse al llamado 'postboom latinoamericano'. Ahora recala en Madrid para presentar su última e inquietante obra: 'El androide y las quimeras' (Páginas de espuma Abre nueva ventana).

Androides y quimeras, el título compagina lo moderno y lo clásico. Su alma, ¿de qué está más cerca, de lo uno o de lo otro?

De ambos, porque tanto lo ultramoderno como lo antiguo se juntan en lo clásico, y lo clásico es hoy. Por eso los mitos griegos, los monstruos, las sirenas, son perfectamente compatibles con la ciencia ficción; lo clásico es el no tiempo, y la literatura tiene esa ventaja, que puede transcurrir en un tiempo alternativo o en uno por encima de todos los tiempos.

¿Qué tiene de fascinante el monstruo, lo extraño, lo abyecto, que siempre funciona?

El monstruo, épicamente, en sentido clásico, es el gran obstáculo que el héroe o la heroína tiene que vencer en su descenso a los infiernos para rescatar el tesoro que hay en el centro de la laberinto (sea la princesa, el oro, la sabiduría, la inmortalidad, etc). Lo curioso es que el monstruo siempre emerge del héroe, todo monstruo tiene una parte heroica; por eso es que toda la literatura está hecha de la lucha del héroe contra el monstruo, que es él mismo.

Uno de los elementos recurrentes en estos cuentos es la obsesión: la de la niña con los fósiles, la de Edison por hacer hablar a las muñecas... ¿Cuál es la suya?

Todo escritor y todo lector tienen una importante dosis de neurosis; el acto de escribir -que incluye al lector como reescritor- es maniático. En una ocasión escuché que "los neuróticos construimos castillos en el aire, y los psicóticos viven en ellos". Todo autor-escritor-lector mantiene una relación neurótica, siempre con un pie en la tierra, claro, de otro modo te quijotizas y te lleva el demonio.

Otra constante en el libro es todo aquello que tiene que ver con lo humano sin llegar a serlo: androides, muñecas que hablan, autómatas...

Es la idea de lo siniestro. Freud dice que lo siniestro es "la incertidumbre intelectual que nos provoca la presencia de algo donde no debería estar". La muñeca es lo siniestro por excelencia, es el monstruo, porque pretende reproducir lo más bello e inocente, que es una niña, y es un objeto. Eso provoca, como los payasos, una desazón brutal, tanto en niños como en adultos. Asimismo, el ser humano tiene una profunda carga siniestra porque está hecho de extremos, es divino y es demoníaco, es terreno y espiritual, es angélico y carnal... sí, somos siniestros. Por fortuna, porque eso permite que exista la literatura, y que se alimente de un "terror tranquilo", que dice Borges.

El hombre no sale muy bien parado en estas historias...

Me he asombrado de la virulencia enorme que se ejerce entre los personajes de estos cuentos; la mayoría surge a partir de la objetivización del otro: esclavizar a un grupo de mujeres para que graben una voz, la mujer esclava del autómata, la niña que se esclaviza a los fósiles, el hombre que no se sabe si es hombre o mujer, esclavizado a la convención social... Es la agresión que vivimos hoy en día, el cuerpo, la persona como objeto.

El cine actual de terror utiliza recursos efectistas (sustos, sonidos, planos con trucos, monstruos, asesinos), sin embargo la suya es la literatura del terror asentado en lo cotidiano, es decir, del hombre respetable que encierra lo abominable.

Es el ángulo del horror, como se titula un libro de relatos maravilloso de Cristina Fernández Cubas. Quiero decir que el horror depende de la perspectiva desde la que miremos lo cotidiano: una mujer tranquila, apacible, sentada en un banco del parque, puede ser aterradora. Cambiamos el punto de mira, y las cosas graciosas, entrañables, pueden tornarse macabras. Lo aterrador no es lo que pasa, sino lo que uno imagina que pasa.

De todos los personajes que deambulan en el libro, ¿cuál le ha conquistado con mayor vehemencia?

Hay muchos, ten en cuenta que es un libro de mujeres vistas por un hombre. Son personajes a los que quiero mucho, aunque no lo parezca.

El cuento de "Las tres Alicias", especula con la posibilidad de una tercera entrega de Lewis Carroll sobre este personaje. ¿Cómo se la imagina?

Cargada de rencor, la imagino como el dibujo encontrado de Carroll, que sugiere que habría habido una tercera entrega de Alicia, la anti-Alicia. El libro que hubiese querido escribir Carroll en su demencia senil contra las hermanas Liddell sería un enrome reproche por haber crecido; es difícil pensar que Carroll hubiese aceptado que sus niñas, sus ninfetas, se convirtieran en mujercitas. Eso le generó un enfado contra Dios, contra las niñas, contra la naturaleza, y el único arma sería una tercera entrega en la que Alicia fuera una vieja y donde sí le cortaran la cabeza.

En 'Viaje al centro de una chistera' escribe que "hacer desaparecer un tigre no tiene mérito si no hubiera quién meditase a dónde fue a parar ese tigre". ¿Lo mismo ocurre entre el escritor y el lector?

Lo mágico... en las siempre insuficientes definiciones del realismo mágico se suele decir que hay frijoles saltarines porque tienen un animalito dentro, pero la magia está en descubrir cómo llegó el animalito allí; depende de nuevo del ángulo, en este caso de la magia. Cualquiera escribe un cuento pero ¿dónde está lo que no dijiste.

¿Qué sentimiento le gustaría que quedase como poso en el lector una vez acabado el libro?

Una profunda inquietud, pero una cierta avidez surgida de una insatisfacción positiva. El cuento tiene que dejar ambigüedades para que el lector sea un creador permanente, quiero que haya planteado las suficientes preguntas pero casi ninguna respuesta.

¿Es el relato el hijo pequeño de la novela o un género a su altura?

Escribo novela cuando quiero descansar del cuento, que para mí es el género mayor, y no el pequeño. La novela son cuentos que crecieron demasiado.

Doce años después del manifiesto del crack, ¿sigue considerándolo válido?

Lo sigo viendo como un acontecimiento feliz, porque es una historia de amistad, al margen de la calidad literaria, que también contempla. Ayudó catalizar un cambio profundo en la literatura, cuyos frutos vemos hoy; sin el hartazgo generalizado del los escritores en español de la falsificación del exotismo latinoamericano, sin la prevaricación de las grandes lecciones de los maestro como García Márquez, y sin el cansancio que eso produzco no hubiera habido una renovación literaria, y el crack ayudó a que se produjera. El crack fue (es) un juego con dimensiones pantagruélicas...

Cuando uno se convierte en una referencia, ¿se escribe más cómodo o más constreñido?

Te compromete mucho, lo que no significa que haya quienes se relajen demasiado. La industria es sumamente voraz, y el escritor no puede mantenerse al margen. Es cierto que hay quienes dejan de escribir para vivir como escritores y eso quita mucho tiempo, verse como escritor en un mundo de simulacros es agotador... algunos ceden a la tentación de renunciar a la escritura para convertirse en personajes de sí mismos, pero creo que duran poco en un mercado tan voraz. Por fortuna, también hay escritores, como mi caso, enfermos de literatura.

Un adjetivo que le defina tanto como escritor y persona.

Maniático... felizmente neurótico.