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Bermúdez de Castro

Entrevista

13 Abr 2021

José Mª Bermúdez de Castro, biólogo

«En la evolución humana no todas las piezas encajan perfectamente»

Esther Peñas / Madrid

Como codirector de las excavaciones de la sierra de Atapuerca recibió el Premio Príncipe de Asturias de Investigación Científica y Técnica en 1997. José María Bermúdez de Castro (Madrid, 1952), es profesor de la Universidad Complutense, investigador del CSIC, miembro del Consejo Permanente de la Asociación Internacional Para el Estudio de la Paleontología Humana de la UNESCO y el primer director del Centro Nacional de Investigación sobre la Evolución Humana, entre otras credenciales. Su último libro, De dioses y mendigos (Espasa), nos conduce a un paseo frondoso hacia atrás, hasta llegar allí donde el origen de la especie humana.

Ya que el título del libro viene de un verso de Hölderin («El hombre es un dios cuando sueña y un mendigo cuando piensa»), ¿qué tiene de poético la evolución humana?

Puesto que la poesía es una capacidad literaria propia de los seres humanos, nuestra propia evolución en un gran poema.

¿Tan incompatibles resulta la ciencia y la religión? Hay mucho de fe en tanto que hipótesis de trabajo, sugerencias, conjeturas, en la narración de la evolución de la especie.

En la ciencia en general (y, por supuesto, en el ámbito de la evolución humana) se han propuesto algunas conjeturas y especulaciones. Pero no es lo habitual. En ciencia se deben proponer hipótesis susceptibles de ser contrastadas. Si las evidencias encontradas son incompatibles con alguna hipótesis concreta, de inmediato se rechaza. Las hipótesis siguen en pie mientras no se encuentren evidencias en su contra. Pero una hipótesis nunca se considera una verdad. 

Bien es cierto que la inmensa mayoría de los seres humanos nos educamos en algún tipo de religión, por lo que nuestras neuronas se conectan para creer en una serie de dogmas. Es por ello por lo que solemos defender nuestras hipótesis casi como si fueran verdades. Quienes practicamos la ciencia de manera profesional debemos hacer un esfuerzo para intentar separar la fe de la ciencia. Cada una de ellas transcurre por caminos paralelos. 

Ese escotoma, ese punto ciego en el devenir como especie que une los primates y el hombre, ¿podrá explicarse algún día?

Siempre hay que tener esperanza de encontrar nuevos yacimientos en África que aporten luz a esta cuestión. En la época en la que separaron las dos filogenias (la de los chimpancés y la nuestra) los bosques cubrían la mayor parte de ese continente. En ese ambiente, la materia orgánica se recicla con gran rapidez y es muy raro que se conserven los restos esqueléticos y dentales de nuestro ancestro común y de las primeras especies que siguieron. Este mismo problema impide que se conozca la evolución de los chimpancés, porque apenas hay yacimientos para saber cómo han cambiado desde hace siete millones de años. Siguen viviendo en el mismo ambiente desde que divergieron de la filogenia a la que pertenecemos.

¿Por qué es mejor hablar de arbustos genealógicos en vez de árboles? 

Bueno, la imagen de un árbol o un arbusto es simplemente una manera de intentar representar en nuestra mente una filogenia. Pero en las dos imágenes subyace una idea muy clara. En un árbol existe un tronco, que sigue la dirección principal del crecimiento del individuo vegetal. Es como si todo siguiera un camino predeterminado y la copa del árbol señalara ese camino. Las ramas se quedan atrás, aunque puedan permanecer verdes por un tiempo.

En un arbusto todo es más azaroso. No hay un tronco principal, sino muchas posibilidades para el crecimiento. La evolución puede tomar un camino un otro, en función de una selección natural multifactorial.

Tanto en nuestra evolución como en la de cualquier otro organismo intervienen innumerables factores y la filogenia podía haber seguido muchos caminos. ¿Es posible, pues, que en lugar de nosotros hubieran quedado los neandertales? Por supuesto. ¿Es posible que en lo que ahora denominamos siglo XXI hubiera dos o más especies de nuestra filogenia en el planeta? Por supuesto. No somos tan especiales. Es necesario recordar, por ejemplo, que los neandertales se conformaron al mismo tiempo que nosotros, tras nuestra divergencia en el arbusto de la vida. Su tecnología estaba tan avanzada como la nuestra cuando desaparecieron.

Es curioso (o no) que habiéndose originado la especie en África, sea de los territorios menos desarrollados del mundo…

Esta pregunta casi queda respondida con la anterior. Las cosas han ido por donde han ido. Pero yo también me pregunto si el progreso tecnológico (el desarrollo cultural), una característica de la mayoría de los países del hemisferio norte, nos hace más felices. 

¿Hasta qué punto el sistema capitalista ha entorpecido el análisis de yacimientos arqueológicos que nos hubiera aportado nuevas luces (lo digo porque a veces las presiones económicas para no interrumpir la construcción de centros comerciales, etc.)?

Por descontado, si el sistema capitalista tiene como único objetivo generar más riqueza, sin ningún otro tipo de valores, es evidente que el estudio del pasado y de las lecciones que podemos obtener de su investigación quedan fuera de toda consideración. Por fortuna, pienso que no todas las personas fuertemente implicadas en este sistema son insensibles a estos y otros temas. 

Hay que considerar también que muchos estados carecen de recursos para realizar excavaciones y estudios arqueológicos/paleontológicos, o tienen sistemas de gobierno incompatibles con este tipo de investigaciones. 

Resulta curioso que viniendo del mono, así, sin metáfora alguna, a algunos les preocupe tanto la pureza de sangre…

Es curioso que, a pesar de los años transcurridos desde que Charles Darwin publicara sus conclusiones en el siglo XIX todavía se utilice la expresión: "venir del mono". Ciertamente, somos primates. Una especie más de un grupo de mamíferos. La preocupación a la que se refiere esta pregunta proviene de la habilidad que tenemos para preguntarnos por nosotros mismos. Muchas especies de primates son (somos) territoriales y empleamos la violencia para alejar de nuestro territorio a los miembros de nuestra propia especie que deseen los recursos de los que disponemos. Pero si a ese comportamiento le añadimos reflexiones sobre nuestro aspecto externo el cóctel está servido. Nadie puede ver los genes a simple vista (el genotipo). Lo que podemos observar es el aspecto externo (el fenotipo). Si juzgamos por el aspecto externo tenemos una razón muy poderosa y subjetiva para incrementar nuestro sentido territorial.

¿Qué nos aportan los hallazgos de Kenia de 2001?

Supongo que la pregunta se refiere al cráneo bautizado como Toumai, cuya antigüedad se cifra en unos siete millones de años, y que fue clasificado como Sahelanthropus tchadensis por quienes lo hallaron. Se trata de un hallazgo muy debatido. Muchos especialistas dudan sobre su pertenencia a la filogenia humana. Los datos que aporta este hallazgo son insuficientes para certificar que Toumai es un ancestro de la filogenia humana. Me temo que hay que seguir buscando. 

¿Por qué el Homo naledi es una verdadera anomalía en la secuencia de la evolución?

Homo naledi es una especie de aspecto muy «arcaico» que encajaría bien hace unos dos millones de años. No es que todas las piezas de la evolución humana tengan que encajar perfectamente. Siempre hay aspectos que cuesta trabajo comprender y que solo se entienden con el paso del tiempo. El problema de Homo naledi es que habría tenido que coexistir con nuestra especie en África. El yacimiento está ubicado en un lugar donde no era posible aislarse del resto de las especies (¿un paraíso perdido?). La isla de Flores, donde se encontraron restos de la especie Homo floresiensis, sí fue uno de esos paraísos perdidos, separado de otros territorios donde sucedían otras cosas. Eso puede explicar el aspecto de los humanos encontrados en esta isla. Pero esta explicación no sirve para Homo naledi.

Por otro lado, quienes hemos tenido la oportunidad de trabajar en yacimientos ubicados en el interior de cuevas conocemos la dificultad que implica obtener dataciones de esos lugares. El método empleado puede ser muy fiable. Y los expertos que obtienen las dataciones son científicos con una gran reputación. Pero los yacimientos son traicioneros y no siempre es sencillo conocer la verdadera historia de la formación del yacimiento. Lo digo por experiencia. Es por ello que es prudente esperar a que el yacimiento de la cueva de Rising Star se conozca mejor.

¿Qué separa y qué une con nosotros a Homo habilis, Homo erectus y Homo sapiens?

De estas dos especies nos separan muchos miles de años. Estamos unidos a ellas por una relación filogenética. Es como si una persona del siglo XXI fuera capaz de conseguir averiguar toda su genealogía y encontrara a todos sus ancestros. El estudio de su genealogía sería inabordable, por la enorme cantidad de individuos que, de algún modo o de otro, estarían relacionadas con ella. Podría encontrar un determinado ancestro, con su nombre y la época en la que vivió. Pero sería incapaz de decir a ciencia cierta qué relación de parentesco le unía a ese ancestro.

Lo mismo podemos decir de Homo habilis y Homo erectus. Con estas dos especies y con otras tenemos mucho en común. Procedemos de un mismo ancestro y hemos ido heredando a través del tiempo muchas de sus características. Algunas se han perdido y hemos conseguido otras. Es por ello que no somos iguales a ellas. 

De las herramientas que manejaban nuestros «antepasados», ¿cuál de ellas fue crucial?

Hemos manejado miles de tipos de herramientas a través de nuestra evolución. Casi sería mejor responder que «lo crucial» fue empezar a transformar la materia prima. Ése fue el paso realmente trascendental en el devenir de la humanidad.

¿Nuestra humanidad se ubica en el cerebro, más que en el corazón?

Los términos «humano», «humanidad», «inhumano», etc., los hemos ideado nosotros, para definirnos a nosotros mismos y diferenciarnos de los demás seres vivos. Esos términos surgieron del trabajo que desarrollan nuestras neuronas, y no del trabajo de las células musculares del corazón. Visto de esa manera, es evidente que el término está en el cerebro. Ahora bien, hay que preguntarse por el concepto, más que por la palabra. Hemos desarrollado conceptos gracias a la interacción entre el medio y un órgano potencialmente muy complejo como es el cerebro. Así que este órgano nos ha conducido a construir una realidad, a  reflexionar sobre lo que pensamos que somos y a ponerle nombre.

En la época del transhumanismo… ¿el hombre está dejando de ser como tal una especie para transformarse en otra?

¿Estamos ya en la era del transhumanismo? De momento, que yo sepa, ese término es define una corriente filosófica proactiva, con una serie de aspiraciones para el futuro. Pero de momento seguimos siendo Homo sapiens, tal y como nos nombró Carlos Linneo en 1758. Eso sí: algunos pueblos han conseguido una progresión cultural impresionante desde mediados del siglo XVIII. Pero esos pueblos están formados por individuos similares a los que conforman las tribus todavía no contactadas por la «civilización».

Es importante recordar que los nombres de las especies los hemos ideado nosotros con la idea de diferenciar los seres vivos (o pretéritos) que consideramos distintos entre sí. Pero eso no quiere decir que sean diferentes. Lo son desde nuestro pobre punto de vista.