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Objetivo de una cámara de fotos. En el fondo un mural de imágenes.

23 Ene 2009

Niños frágiles

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Hay cierto anuncio en la televisión que me indigesta desde la primera vez que lo vi. El anuncio, pagado por una entidad bancaria, muestra a un grupo de rock formado por niños con síndrome de Down que al ritmo del famoso «We will rock you» cantan: «Me lo voy a currar, voy para adelante, me estoy preparando para hacerlo genial, yo puedo hacerlo igual que los demás? voy a demostrarte que no tengo rival».

Ese frenesí por normalizar e integrar a los más débiles arranca de teorías sociopsicológicas que tienden a despreciar la realidad y el conocimiento científico en beneficio de planteamientos tan llenos de idealismo como de demagogia.

Hace poco más de un año que leí un cómic titulado «María y yo», firmado por Miguel Gallardo; el famoso dibujante Gallardo, que, junto a Juan Mediavilla, revolucionó la historieta nacional en los años ochenta con personajes como Makoki, alojado en la revista «El Víbora». Pues resulta que Miguel Gallardo tuvo una hija -María- que fue diagnosticada de «trastorno del espectro autista». Aquel simple, pequeño y sencillo tebeo me impresionó. Se notaba que era fruto íntimo del sufrimiento humano y de alguien que intentaba expresar su dolor y su amor de la manera que mejor sabía hacerlo: dibujando.

Hace un par de meses que el escritor Marius Serra publicó un libro titulado «Quieto». En él Serra cuenta lo que cambió su vida y la de su familia desde que a su segundo hijo, El Llullu, le diagnosticaron una «parálisis cerebral». Serra reconoce que pasó unos años terribles sin saber cómo afrontar el envite que la vida le legaba en suerte, un hijo que apenas puede moverse. Ahora, dice encontrarse más tranquilo y con las ideas más claras y que ello le ha permitido poner por escrito su experiencia.

Serra y Gallardo. María y El Llullu. Dos dramas llenos de cariño. Dos libros que tienen elementos comunes. El humor que preside la mirada de los padres sobre sus hijos discapacitados. El humor que relaja situaciones tan tristes como tensas. Otra característica común: el realismo con que narran las historias. No esconden lo terrible. Y ambos padres coinciden en que no quieren que sus hijos sean normalizados e integrados. Juran que nunca más, que nada han conseguido intentando borrar unas diferencias tan palpables y que no están dispuestos a convertirse en entrenadores de atletas. Piensan que lo mejor para sus hijos ha llegado cuando ellos mismos han asumido las diferencias y en virtud de ellas han podido pedir que se les facilite las cosas.

Los casos de Serra y Gallardo me parecen muy ilustrativos de las dificultades por las que pasan muchas familias con hijos discapacitados. Como me cuenta un amigo que trabaja enseñando Ética: «Las personas somos iguales en dignidad y derechos aunque seamos diferentes en capacidades». Puede que este aserto sea lo que han descubierto Gallardo y Serra. Bueno, eso y que no hay mejor manera de luchar contra las injusticias de la naturaleza humana que conocerla.