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Diego Luis Sanromán

Entrevista

18 Ago 2023

Diego Luis Sanromán, escritor

«El sueño es una fuente de material literario de primer orden»

Esther Peñas /

«En la plaza mayor de un pueblo están celebrando algo así como una corrida de toros. Pero consiste en lo siguiente: una muchacha martiriza al toro, que se muestra incapaz de defenderse, y le corta la piel a largas tiras, le arranca la lengua y le hiere en los ojos». Este es uno de los pasajes que encontramos en 88 sueños, el libro que publicó el poeta Juan Eduardo Cirlot en 1988. Treinta y cinco años después, un ramillete de escritores homenajea al catalán con la edición de 8 x II Sueños (Ediciones Fantasmas). Junto al prólogo de Julio Monteverde, Raúl Herrero, Rodrigo Martín, Ana Gorría, José Óscar López, Ángel Zapata, Iván Humanes, Fernando López y el coordinador onírico, Diego Luis Sanromán, con quien conversamos, nos comparten algunas de sus vivencias por dentro de los párpados.

¿Cómo surge la idea de hacer un homenaje a los 88 sueños de Cirlot?

De forma azarosa, por pura casualidad, como suele ocurrir con los proyectos más locos y más estimulantes. Hace más o menos un año, releyendo el librito de Cirlot, caí en la cuenta de que se acercaban un par de efemérides: la de la publicación de los sueños en su edición definitiva y la de la muerte del propio Cirlot. Acaba de cumplirse el cincuentenario de ambos acontecimientos, con unos seis meses de diferencia: 88 sueños se publicó en 1972, y su autor murió en mayo del año siguiente. Se me ocurrió que podría ser una buena excusa para volver a juntar a un puñado de escritores que ya participamos, allá por 2015, en otro proyecto colectivo: Extraño Oeste, un libro de relatos western completamente delirante y lisérgico. Me lo pasé tan bien entonces que quería repetir, y sabía que el amor por la obra de Cirlot también era algo que compartíamos quienes participamos en aquel otro libro.

De los distintos libros sobre sueños, ¿qué tiene el del catalán que lo hace distinto?

Bueno, Cirlot mismo ya es una rara avis de la literatura en lengua castellana, ¿no? Una literatura en la que, por cierto, desde Quevedo hasta nuestros días, no abundan los libros de ensoñaciones. Otras tradiciones literarias parece que se han interesado más por las abismáticas posibilidades que ofrece el mundo de lo onírico, aquí no tanto. Pienso en la francesa, por ejemplo, que es quizá con la que estoy más familiarizado: los libros de Leiris y Perec, por no citar más que dos, son unas obras bellísimas. Me vienen también a la cabeza Kafka o Benjamin, en el caso de la literatura en alemán, o el maestro Burroughs, en inglés. En cuanto a las peculiaridades de 88 sueños, casi prefiero ceder la palabra a Julio Monteverde, que lo expresa en la introducción mucho mejor de lo que yo podría hacerlo: «En este libro no hay nada superfluo, y solo encontramos la inagotable presencia del símbolo que se retuerce sobre sí como las serpientes del caduceo y se manifiesta en unos sueños en los que la imagen cae en vertical sobre la página produciendo un corte limpio en la sensibilidad del lector. No hay narración o es reducida a su mínima expresión, pero las imágenes, correspondencias y analogías, que ya resultan imposibles de diferenciar como poéticas u oníricas, nos deslumbran en cada línea». Preciso y precioso, ¿verdad?

¿Cuál fue el criterio para escoger a los participantes?

Cercanía, afinidad, admiración. Pero, sobre todo, es lo que te decía al responder a la primera pregunta: ya estuvimos implicados en otro proyecto colectivo hace algunos años, del que —creo— todos salimos muy satisfechos. Se trataba de una buena oportunidad para volver a estar juntos, aunque solo fuera entre las cubiertas de un libro. De los  ocho autores que participamos en Extraño Oeste repetimos seis; hay tres incorporaciones nuevas e impagables: la del ya citado Julio Monteverde, que pone las palabras iniciales, y las de Ángel Zapata y Ana Gorría, que ya en 2015 desempeñó el papel de una especie de Calamity Jane paratextual. Un papel, he de añadir, en modo alguno secundario.

¿Qué porta el sueño al que lo tiene?

Cubierta del libroPoluciones nocturnas, terror… Por lo general, los sueños suponen vivencias muy intensas, muy cargadas emocionalmente… Para Freud, como es sabido, eran el afloramiento oblicuo de deseos innombrados… Pero la respuesta más trivial y que a uno le viene a los labios de forma espontánea es: un conocimiento más profundo de su propia psique. Y también de aquello que decía Paul Éluard y que tanto se ha citado (creo que hasta se convirtió en un eslogan publicitario para un anuncio de perfumes o algo así): la certeza de que hay otros mundos, pero están en este. Aunque creo que, en este aspecto, Cirlot no terminaría de estar de acuerdo con Éluard: él verdaderamente creía en el sueño como una suerte de viaje astral, que nos pone en contacto con una realidad que, desde luego, no es de este mundo. No sé… Desde mi muy particular y menguado punto de vista, el sueño es una fuente de material literario de primer orden. Un poco, como según creo, le pasaba a Burroughs, y, desde luego, como le pasaba a Cirlot. Para mí también es esencial. 

¿Cómo conviven vigilia y sueño?

Como el caminante y su sombra. Queda por saber cuál es cuál.

¿Qué peso tiene lo onírico en nuestra vida?

Si por «nuestra vida» hay que entender la media estadística de nuestros contemporáneos, me temo que su peso es más bien escaso. El significado de la palabra «sueño» casi ha quedado reducido a su acepción de «aspiración», y por lo general de «aspiración inalcanzable». Es el rollo aquel de «I had a dream…», ¿no? 

¿Hasta qué punto conviene interpretar los sueños?

Nada lo impide, nada lo exige. Tal vez entre el sueño y la onirocrítica exista una relación análoga a la que existe entre —digamos— una obra literaria y una crítica digna de tal nombre. Hay que tener claro que en ninguno de los dos casos la interpretación supone una donación unívoca, cerrada y definitiva de significado. Ni una ni otra dicen la Verdad —en singular y con mayúscula— sobre el sueño o el texto. En cualquier caso, los prolongan, los estiran sin clausurarlos, amplían las posibilidades de sentido… Por lo que atañe al libro, he de señalar que no existía ninguna intención, latente o patente, de interpretar los textos de cada soñador, ni tampoco de entregarlos a la voracidad interpretativa del lector. De hecho, una versión alternativa, que finalmente se quedó en la «sala de montaje», presentaba los sueños mezclados sin ton ni son y sin referencia al autor. Era un modo, pues, de «desautorizarlos», de entregarlos a la lectura en su pureza exenta, para evitar así la tentativa de relacionarlos con la personalidad y las particularidades de quien los había soñado. No obstante, el mismo efecto puede conseguirse si, en lugar de hacer una lectura lineal del libro, el lector va pegando brincos por aquí y por allá sin reparar en quién está detrás de lo escrito.  

¿Por qué el fotograma de La noche del cazador para la cubierta?

En la elección de la imagen de cubierta también hay mucho de azaroso. He estado echando un vistazo a la carpeta donde guardo los archivos de preparación del libro y he visto que estuve considerando algunas otras posibilidades: un fotograma de El espejo, de Tarkovsky; un retrato de Gerda Taro durmiendo, fotografiada por Robert Capa; un lienzo de Mary L. Macomber… Y la más obvia: una fotografía modificada del joven Cirlot, que, con buen criterio, los editores han conservado para el colofón del libro. Me parece que fue Elena Pedrosa —una de las dos piernas sobre las que se asienta Ediciones Fantasma; la otra es José A. Miranda— la que finalmente se decidió por ese fotograma de La noche del cazador, pero no estoy seguro… En cualquier caso, me parece una magnífica elección porque es una imagen muy evocadora. Connota esas ideas de verticalidad, de inmersión, de medio fluido, difuminado, que es el ambiente propio de los sueños. También tiene esa ambigüedad de la que la dota la descontextualización: a mí me hace pensar en un mundo que trasciende la oposición vivo/muerto… Y, por otro lado, la película de Laughton tal vez sea uno de los casos más logrados de trasposición del mundo de los sueños al medio cinematográfico… El cine, esta vez sí, como «fábrica de los sueños»… O de las pesadillas.