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Gracia Mosteo

Entrevista

29 Dic 2021

José Luis Gracia Mosteo, escritor y ensayista

«El poeta verdadero siempre ha sido un analfabeto social»

Esther Peñas / Madrid

Interviniendo el título con el que Philip K. Dick firmó su libro más famoso (y en cuyo texto se basa el guion de Blade Runner), el poeta y ensayista José Luis Gracia Mosteo (Calatorao, Zaragoza, 1957) ha analizado un generoso ramillete de poetas a los que distribuye en seis categorías: Los últimos clásicos, los posmodernos, los raros, los nuevos realistas, los extraviados y los instapoetas, haciendo un recorrido de las últimas décadas del devenir de la poesía española en la que el saldo general es decadente si este adjetivo no conservase algo de la dignidad de las ruinas. Rectifiquemos, es decepcionante, cuando no doloroso. Desde Luis Alberto de Cuenca («un conservador civilizado como Borges», un «hombre que sabe cantar con brillantez») a Luis García Montero (cuya poesía «muestra la confusión de la lírica entre los dos milenios y el rumbo errático en el que anda»), pasando por Manuel Vilas («Alguien tendría que decirle a este autoproclamado rey Vilas que va desnudo»), Marta Agudo, Julio Llamazares o Antonio Beneyto, entre las decenas que son convocados. El resultado, un texto valiente, vehemente y con tanta retranca que parece que se dispara al pasar cada página, ¿Sueñan los poetas con versos eléctricos? La estrafalaria evolución de la poesía del XX al XXI (éride ediciones).

Pienso en Tontología, elaborada por Gerardo Diego, esa antología de poemas prescindibles, pésimos. ¿A los poetas, en general, les falta sentido del humor? 

Hay de todo, pero predominan los involuntariamente humorísticos. En esta época de igualdad y corrección política, se ha olvidado que la poesía es excelencia. Igual que hay domingueros que se compran una bici de mil euros y un equipo de 500, hay gente que quiere ser poeta y se gasta mil quinientos en autoeditarse. Después, piden reconocimiento, algo así como si usted y yo nos hacemos albañiles, construimos una pared que se cae y pedimos respeto. 

Llama la atención que la mayor inclusión femenina se produzca en el capítulo de los pseudopoetas, en lo que usted denomina instapoetas, y ninguna en el apartado de «últimos clásicos», donde podrían haber aparecido, por ejemplo, Julia Uceda, Rossetti, Clara Janés, Atencia… ¿Cuál ha sido el criterio de selección de estos treinta poetas?

En ¿Sueñan los poetas con versos eléctricos? hay poetas femeninas largamente glosadas como Luisa Miñana y Marta Agudo, mientras que las instapoetas no son estudiadas más que en conjunto, como el resto. En cuanto a los últimos clásicos, busqué los más canónicos, y esos suelen ser hombres, algo que debe cambiar pues hay mujeres poetas brillantes. Los tiempos están cambiando, dijo Dylan. Ya era hora. 

Hay quien defiende a los instapoetas argumentando que sus lectores comienzan por ellos y luego llegan a la buena poesía, ¿usted es un hombre de fe a este respecto?

Soy un escéptico, pues decir eso es como decir que quien se engancha a la música de El Fary, llegará a Camarón; o quien oye a las Spice Girls, acabará escuchando a Mozart. La pachanga atonta la sensibilidad. La instapoesía solo conduce a la instatontería.

¿Por qué tienen tanto predicamento los discípulos de Paolo Coelho, como usted los denomina?

Paulo Coelho es un telepredicador que ha elegido los libros en lugar de la televisión; un oportunista que vende reflexiones macarrónicas; un vendedor de motos literarias que ha hecho fortuna. Eso vende mucho. Siempre hay poetas que intentan cambiar el utilitario por el BMW. 

¿La invectiva no tendría que hacerse a las editoriales en vez de a los malos poetas?

Las editoriales son empresas que buscan el pelotazo mirando los followers de cada uno, no la calidad. Eso ha ocasionado los niveles más bajos de la poesía de la historia. Ahora cualquier presentador de televisión o torero se puede marcar (no digo escribir)  un libro y vender más que Bécquer. Joaquín Sabina, por ejemplo, vendió cien mil ejemplares de su poemario, aunque es letrista y no poeta, un músico genial pero un mero rimero.

La poesía ¿también se ha convertido en mercancía (era de las pocas cosas inútiles que quedaban) o es una moda?

¿Quién le hubiera dicho a la cultísima Roma que iba a ver como todo se destruía con la llegada de la Edad Media? ¿Quién, al acartonado Franquismo, que iba a ver cómo triunfaba la belleza y la libertad? El devenir es impredecible. En todo caso, me temo que durante años vamos a ver cómo se churreriza todo. Éramos pocos y parió la poesía basura. Dios nos pille confesados. 

¿No siempre ha sido así, no siempre ha habido un puñado de poetas mediocres que triunfan, pienso, por ejemplo, en Pemán, o a día de hoy la calidad de los peores también ha decaído?

Hoy es peor, pues antiguamente los autores malos solo escribían ripios, mientras que ahora son además tramposos, pues hacen literatura de urgencia, ya que la actualidad viene en oleadas por las redes, por lo que se escriben poemas a un volcán, la víctima de una violación o una perrita perdida, que a menudo pasan al papel. Neruda dedicó dos horas en escribir su poema a unos calcetines. Ahora, lo hacen en dos minutos: apenas sale noticia, aparece el poema, que tiene de poesía lo que un huevo de castaña.

Usted lo dice: «qué difícil es ser sencillo». ¿Qué cualidades ha de tener un poema para ser un buen poema?

Naturalidad, inteligencia, hondura y sintonía con la época, o sea, lo contrario de las pajas mentales, devaneos intelectuales y versos de abuelito al nieto que se escriben. Hoy hay improvisación, tópicos y prisa por conseguir los «quince minutos de fama» que prometió Warhol.

Respecto de lo poema en prosa, ¿qué aportan que los poemas distribuidos espacialmente al modo clásico no tienen?

El poema en prosa es un funambulismo entre la rebeldía y la incompetencia. Algunos poetas no quieren someterse al corsé del verso, de la métrica ni del versículo, de modo que escriben poemas en prosa. Algunos logran atrapar a Erato con su cazamariposas, pero la mayoría se da el batacazo. Así salen sus poemas: llenos de tiritas. 

«La realidad tiene un cuerpo de palabra». La cuestión es: ¿se pueden reparar palabras que han sido vaciadas de significado (libertad, democracia, privacidad)..?

Es una buena pregunta que me temo que tiene una respuesta negativa. La realidad es una construcción social, histórica y religiosa. El mismo hecho (un atentado, una ablación, una venganza) es percibido de forma diferente en Europa y Oriente, en África y América. Quien domina la lengua y las palabras, que son los decodificadores de la realidad, domina su interpretación. La realidad, permítame la paradoja, es algo irreal. Yo, por ejemplo, me veo guapo y sexy, pero usted diría que soy calvo y gordito. 

¿Hasta qué punto el poeta es «un exiliado de sí mismo»?

El poeta verdadero siempre ha sido un analfabeto social, alguien que renuncia a la lógica bastarda y a este mundo egoísta, apartándose de la grosera realidad y de su yo práctico. Antonio Machado lo definía como alguien que maldecía su destino, pero si hoy viviera, diría que es un coleccionista de likes, pendiente del bolsillo de su chaqueta. ¿Poeta? ¿Chaqueta?  Ya me he contagiado.

Dígame a su juicio un par de grandes poetas que no haya citado en el libro.

Eloy Sánchez Rosillo y Blanca Andreu serían los primeros, pero hay muchos más, como Julia Uceda y Antonio Colinas. 

¿Cuál es el último poema que le ha conmovido?

Palabras de un esposo inconsolable, de Jules Laforgue. Me emociona cada vez que lo leo. Comienza así: «Mi mujer ha muerto. No creo en el alma. / Su alma no es nada para mí, no la conozco. / Lo que he conocido es ese hermoso cuerpo femenino / que tuve debajo de mí, que abrazaron mis dos brazos». Lo leo una vez a la semana para darme un chute de belleza. Es radical y nuevo, aunque su autor murió en 1887.