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Jordi Soler

Entrevista

29 Jun 2021

Jordi Soler, poeta y escritor

«No creo que puedas conocer a una persona si no sabes lo que sueña»

Esther Peñas / Madrid

Hay libros que resultan una presencia próxima a la bondad. La orilla celeste del agua (Siruela). Por ejemplo. Su autor, Jordi Soler (La Portuguesa, Veracruz, 1963) escribe desde ese incendio en el que solo el corazón sobrevive, y nos habla del amor, del canto, de la escucha, de la atención, del jardín. Traza su propia cartografía vital, interpelándonos, animándonos a conversar, a mirar de manera atenta, a templarnos con lo otro, con el otro. Soler escribe como quien sostiene en las manos el oficio del mundo. Qué otra cosa es la literatura sino la vida escribiéndose a sí misma. 

¿Cómo llega uno a la orilla celeste del agua?

Mirándonos al espejo, ese es el camino que propone el libro, darnos cuenta de quién somos en realidad. Yo cuento, como orientación, el momento en el que Quetzalcóatl recibe un espejo, que es un regalo envenenado, porque el reflejo le devuelve el rostro de una persona común, no el de un dios, que es lo que estaba llamado a ser. Quien se cree dios no resiste la normalidad, y aquí ya esta historia de la mitología nahua puede resultarnos familiar. Quetzalcóatl se vuelve loco frente a su reflejo y termina poniéndose su mejor traje para prenderse fuego en la orilla celeste del agua; el gesto puede parecer desmesurado si no se conoce el final de la historia: de la hoguera que produjo su cuerpo salió su corazón lanzado rumbo al cielo y ahí se incrustó en el mapa estelar como Venus, la estrella de la tarde que también es el lucero del alba. Tendríamos que saber esto antes de mirarnos al espejo.

¿Qué tiene que tener un lugar para convertirse en refugio diario?

El refugio tiene que ser personal, quien lo busca sabe exactamente lo que necesita, puede ser un espacio físico o un territorio mental, se puede poner la tranca o, simplemente, cerrar los ojos. A mí me gusta el refugio de los indios navajos, que se sienten a salvo cuando están cerca de alguno de sus referentes, de la corriente de un río, de una encina o del vuelo rasante de un cuervo. No me gusta nada el refugio antiaéreo, esa multitud insana apiñada en un sótano, esa horrenda claustrofobia, dado el caso preferiría esquivar las bombas a la intemperie.

¿A qué se debe el hecho de que hoy «casi nadie tenga el ojo orientado hacia el hallazgo?

A que lo tenemos orientado hacia la pantalla, y ahí todo pasa en dos dimensiones, basta desenchufarse y salir al mundo tridimensional esperando el hallazgo. El poeta André Breton, como cuento en mi libro, se cruzaba París de extremo a extremo, con su amigo Giacometti, y siempre encontraba algo, una imagen, un objeto, un nuevo amor. El hallazgo era más común a principios del siglo XX, el mundo no había sido sustituido por la pantalla.

¿Qué disposición de ánimo hace falta para abandonarse a la maravilloso?

Yo creo que habría que erradicar, del ánimo, cualquier pretensión económica, lo maravilloso está vedado a las personas que buscan siempre una ganancia, sea dineraria o de prestigio social. Para encontrar lo maravilloso hay que estar disponible, hay que echarse a andar sin ninguna expectativa, eso basta para que se active el radar.

Si este libro fuera una de esas cajitas a las que se le da cuerda, ¿qué sonaría al abrirlo?

Ramble On, de Led Zeppelin, sin ninguna duda.

¿Por qué nos es tan difícil respetar «el secreto absoluto del otro»?

Porque el secreto asusta, nunca sabes bien qué tanto pesa lo que una persona oculta. Tenemos tres vidas, decía Gabriel García Márquez, la pública, la privada y la secreta. Me parece que hay que conservar, y respetar, las tres. Con frecuencia tira más lo secreto que lo expuesto, sobre todo en el enamoramiento, saberlo absolutamente todo no es deseable, acabaríamos convertidos en un Funes del corazón. Por desgracia el siglo XXI nos inculca, desde su pantalla omnipresente, que tenemos que saberlo todo, esa es la idea de Google, ¿no?

Las nuevas tecnologías han ayudado a que se sustituya el delicioso desafío de Rimbaud (yo soy otro) por el fractal yo soy siempre yo. ¿En qué momento perdimos la curiosidad?

No creo que la hayamos perdido, lo que sucede es que se ha vuelto concéntrica, ya sólo importa lo que te sucede a ti, y a las personas que aparecen contigo en tu selfie pero, si pasas de lo que te dice Instagram y dejas de mirarte el ombligo, puedes recuperar la curiosidad excéntrica, la que se extiende hacia ese mundo enorme que es mucho más interesante que tus amigos del selfie y que tu ombligo.

¿Cómo se puede disolver uno para poder amar, siguiendo la recomendación bretoniana?

No hay otra forma de amar, si no te disuelves en tu pareja, si no te fundes con ella en el mismo latido, lo que estás haciendo es gimnasia. Al disolvernos en el cuerpo amado regresamos al paraíso, y luego resurgimos con la certeza de que la vida tiene sentido. Se trata de disolverse para después rehacerse, el poeta Octavio Paz lo decía muy bien: “el mundo nace cuando dos se besan”

Jung pensaba que los sueños no nos pertenecen, ¿qué piensa de ellos Soler?

Hay que tomarse en serio los sueños porque son la tercera parte de la vida, ahí suceden cosas, episodios que pueden servirnos para entender algunos rincones de la vigilia. Yo duermo con una libreta en la mesilla en la que apunto a oscuras, sin encender la luz, lo que acabo de soñar. Y a mis hijos, antes de decirles buenos días, les pregunto, ¿qué has soñado? No creo que puedas conocer, de verdad, a una persona, si no sabes lo que sueña.

¿Qué peso han de tener los sueños en la vigila?

Don Juan Matus trazó para Carlos Castaneda la frontera entre la presa y el cazador, ¿qué prefieres ser?, le preguntó y, como no hay quien prefiera ser la presa, le enseñó las técnicas del acecho, que se reducen, grosso modo, a no distraerse y a mirar activamente, que es, justamente, uno de los conceptos que articulan La orilla celeste del agua. De todas formas hay que preguntarse, con cierta frecuencia, ¿seré yo la presa?, hay que preguntárselo, sobre todo, cuando estás seguro de que eres el cazador.

«Solo puede ser cazado el que cae en la rutina». ¿El antídoto contra lo rutinario es..?

A mí esa imagen de Ulises amarrado al mástil, con los oídos descubiertos, dispuesto a resistir el canto de las sirenas, me conmueve profundamente. Hay que tener mucho valor para resistir así de expuesto, con lo fácil que es taparse los oídos y voltear para otro lado. En esos versos de Homero se define, y se adecenta, nuestra especie; hay que arriesgarse y comprometerse, parece decirnos a sus atolondrados lectores del siglo XXI.