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Noelia Illán, firmando este mes en la Feria del LIbro de Murcia

Entrevista

27 Oct 2023

Noelia Illán Conesa, poeta

«Las heridas son como insignias de una guerra ganada»

Esther Peñas / Madrid

¿Dónde se regresa? ¿De qué modo se retorna después de que el viaje haya hecho de uno otro uno que permanece fiel al que partió y que, sin embargo, es distinto? Uno vuelve y acaso lo haga para no estar nunca más allí donde pisa. Torno súbito (Balduque) es un poemario que sirve de vaso comunicante entre el mundo clásico y el postmoderno porque, por más que nos empeñemos en creer que la cultura clásica es una época clausurada, somos en esencia lo que aquellos hombres y mujeres, siquiera en una versión devaluada. Conversamos con su autora, Noelia Illán Conesa (Cartagena, 1983), y su belleza feroz.

«Oigo los hierros de la Ilíada». ¿Qué contiene este verso que sirve de pórtico al poemario y que está tatuado en su brazo con la caligrafía de su autor, José María Álvarez?

El verso procede del poema Jorge Manrique (O doctrinal de los caballeros) de mi querido José María Álvarez. En ese verso no sólo está el principio de la Literatura occidental, con Homero y la historia de la guerra de Troya, sino todo lo que vino después; y me refiero tanto a lo que supone la obra de Homero, como a ese mundo clásico que sigue vigente y que existe en nosotros. Ese verso (aunque contiene un error, porque en esa época no se usaba el hierro para hacer armas, sino el bronce) para mí es como decir, de alguna manera, que sigo estando «allí», que no «olvido»: ni todo lo que nos cuenta Homero (que es el origen de nuestro mundo tal y como lo conocemos) ni toda la literatura posterior, que le debe tanto a la Ilíada (y a la Odisea). También es una especie de mantra, como un lema personal: los oigo de verdad, yo sigo allí. 

¿Dónde buscar a la Musa en nuestra sociedad postmoderna y descreída?

Fuera de esa sociedad postmoderna y descreída. Quizá ya exista un abismo infranqueable entre ese mundo del que hablo y el mundo de hoy, descafeinado y efervescente, en el peor sentido de la palabra. Quizá sólo podamos mirar hacia dentro.

¿De qué «no escapa Nadie nunca»?

De uno mismo. Estamos solos, literalmente: no hay nadie fuera, sólo estás tú contigo. Y a veces eso resulta durísimo. Por eso hay que llevarse bien con uno mismo, ser fiel y honesto, porque, además, el peor juez que existe también está en nosotros. ¡Y es muy cruel, el cabrón! 

¿Acaso Ítaka sigue siendo la gran metáfora de la vida no superada por ninguna otra?

Ítaka para mí es como una especie de paraíso, quizá más terrenal que el cielo cristiano, pero algo similar. Es donde uno ansía llegar, su hogar en el sentido amplio de la palabra, su refugio. «Éste es mi reino», decía Marco Antonio de Cleopatra. Tu Ítaka puede ser un lugar, pero también una persona o un momento pasado o un estado. Como decía Kavafis, son varias las Ítakas, y en el mismo viaje está la aventura, no sólo en la meta. Sólo en ese viaje habrás comprendido qué es.

¿De qué nos hablan las cicatrices?

Son heridas. Pero la herida no siempre es dolorosa; puede haber cierto placer en el dolor. Una herida es como una huella del camino: que exista, ya de por sí subraya la certeza del camino. Quedarse quieto es muy cómodo, pero entonces no pasa nada. Las heridas son como insignias de una guerra ganada.

¿Cómo «se es la bestia»?

Sacando de ti tu lado más visceral, telúrico. Apartando de ti lo que se espera, lo lógico, lo trillado y meditado. El instinto es una forma maravillosa de conocimiento. Está en nosotros, aunque últimamente se pretenda desterrar de nuestra naturaleza. Creo en ese lado más animal del ser humano, y conocerlo es ahondar en nuestra propia naturaleza de una manera íntima y auténtica.

Cubierta del libro¿En qué se reconoce «la dicha del héroe»?

El haber cumplido con el Destino, el Fatum. Los héroes clásicos siempre tienen una meta en la vida marcada por el hado, una especie de misión que ha de llevarse a cabo. En este sentido, con Torno subito quise explorar otras posibilidades (en el caso de Ulises, otros finales a su historia). Tenemos claro que el héroe tiene que sortear miles de pruebas para alcanzar su destino, que es llegar a Ítaka y recuperar su, digamos, honor. Pero la cuestión es si es lo que él quiere o hay más opciones. ¿Está todo escrito?

¿«Siempre somos los mismos»?

Siempre. Lo olvidamos, nos enmascaramos, nos disfrazamos. Pero siempre somos los mismos. Si echamos la vista atrás, la cobertura pudo cambiar, pero la esencia es la misma.

El poemario plantea una manera de estar en el mundo que tiene que ver más con la dignidad que con el triunfo y la fama que proporcionan nuestros días. ¿Qué deberíamos aprender de los clásicos?

Muchas cosas pueden extraerse de los clásicos, no sólo de Homero (aunque ahí está todo en esencia), sino también de la tragedia o de la poesía lírica, o incluso más concretamente de la elegía latina. Somos clásicos de cabo a rabo; nuestro pensamiento es clásico y está en nosotros como la sangre de nuestras venas. Puede que el lenguaje a ciertas edades resulte incómodo, pero si le metemos el diente y sabemos leer bien, llegaremos a esa conclusión. Lo clásico no es antiguo o arcaico: lo clásico es intemporal. Eterno. Algo así como los vaqueros en la moda: siempre se llevan.

¿Cuándo conviene asirse a la «posibilidad de una isla»?

Cuando el mar está embravecido, cuando la corriente es tan severa que te arrastra mar adentro, cuando el barco está a punto de hundirse…, ahí el quid no está en arribar a un continente —a una tierra segura y amplia—, sino que una isla, por pequeña que sea, es la salida. 

El lenguaje, el tono, la construcción de estos poemas resultan un puente entre lo antiguo y lo moderno, como si todo fuera un continuum.  ¿Qué hemos perdido y ganado de entonces a hoy?

Yo, aunque parezca pesimista en ciertos comentarios, soy una humanista. Soy una devota del hombre. Creo en nosotros. Creo en la inteligencia humana, en el sentido común, en la razón. Hemos dejado de lado muchas cosas que nos hacían mejores, pero en el fondo no creo que todo esté perdido. Por eso sigo luchando: sigo remando.

Los turistas ¿han suplantado a los viajeros?

En el sentido estricto de la palabra, sin duda. Si uno viaja lo comprobará. Donde antes uno encontraba una mirada curiosa, una boca abierta a la fascinación, o incluso un silencio conmovedor de alguien extasiado ante una obra de arte, ahora vemos móviles que lanzan fotografías vacuas, gente como si de una manada se tratara pisando un mosaico, o carteles interactivos que desvirtúan lo que hay en un sitio sagrado. No hay viajeros, o quedamos pocos. Los turistas, en los viajes y en la vida, han ganado terreno. Interesa más la foto de postureo que lo que realmente te llevas de ese lugar. Y yo me niego a que todo eso me invada, aunque cada vez resulte más incómodo viajar.

Sabemos lo que hizo Ulises pero Noelia, ¿hubiera escogido «entrar o darse la vuelta»?

Seguramente darme la vuelta. Lo establecido no me va mucho, porque rara vez suele haber consenso entre el sentido común y lo marcado. Pero cuando llegue a Ítaka y me vea en esa encrucijada, te mandaré un mensaje y te diré la respuesta. Hasta que uno no se ve ante el Cíclope, no sabe qué es lo que va a hacer. Quizá, de ser Ulises, me habría mudado a su cueva y me habría hecho ganadera… ¡Y tenía buen vino! Por eso insisto en que, quizá, lo que parece más sabio en estos momentos es seguir tu propia intuición, y a veces ésta te dice que busques cuanto antes la salida de emergencia. En cualquier caso, no conformarse.