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del Pliego

Entrevista

30 Ene 2024

Benito del Pliego, poeta

«Lo más personal, lo más original e íntimo, se articula en torno a algo irrevocablemente colectivo, el lenguaje»

Esther Peñas / Madrid

Poesía que emana de las manchas de café fijadas en un filtro. Como si de un test de Rorschach lírico se tratase. De mirar y permitir que brote el diálogo entre quien mira y lo mirado. El encuentro poético. El diálogo de sentido de dos lenguajes que se traducen, se mudan, se corrigen, se ensanchan. Esta es la propuesta de Benito del Pliego con Posos de lectura (Varasek).

«El que insiste en mirar/ encuentra la fórmula». ¿Cómo ha de mirarse para que suceda el hallazgo?

Con deseo, con necesidad; o sea, mirar buscando respuestas; o sea, leer lo que nos llega a la luz de algún lenguaje. Eso abrirá o hará sentidos. Una vez que se establece un vínculo significativo, el proceso seguirá rodando por su cuenta. Quizás no se trate de hacer nada, la lectura sucede, nos sucede. Estamos totalmente predispuestos a ponerla en marcha. Posos de lectura tiene la particularidad de leer —y de invitar a que se lea— algo para lo que todavía no existe código. Se propone crearlo al mismo tiempo que comienza a aplicarse. De algún modo el libro «escenifica» cómo leemos, cómo dotamos de sentido lo que nos rodea, lo que vivimos, lo que somos. Ya había intentado algo así —aunque no exactamente— en dos libros anteriores: Índice (Varasek, 2011) y Fábula (Aristas Martínez, 2013), ambos hechos en colaboración con el artista Pedro Núñez. De algún modo estos tres poemarios asumen ciertas estrategias adivinatorias, oraculares, que incitan a preguntar para obtener respuestas.

¿Qué posos deja la poesía?

La poesía no se mueve en una sola dirección. No sé si hay poesía, así, en singular, ni siquiera cuando pienso en mis propias preferencias, pero, salvando este asunto y para ceñirnos al poso que hay detrás de todos los Posos de lectura, la poesía es esperanza de respuesta, la poesía es la promesa de un advenimiento, la promesa del encuentro con eso que nos dice y que no acaba de decirse ni es completamente nuestro. La poesía es eso que siempre se manifiesta como un resto, como un algo más que sigue apareciendo de forma inesperada… Por ejemplo, en lo que se puede ver si se insiste en mirar las manchas que deja el café en el filtro con el que se ha preparado. 

¿Cualquier objeto es susceptible de albergar lo poético?

Contesto con otra pregunta: ¿no es lo poético siempre relacional? Me parece que lo poético no está en ningún sitio en concreto, sino que más bien va y viene, pone en contacto; quizás surge de cómo nos relacionamos con las cosas, qué les hacemos decir, qué les escuchamos decir. En ese otro libro, Fábula, se proponía eso: dejar hablar y escuchar a los seres. En ese sentido, sí, cualquier cosa puede dar cabida a lo poético. Incluso se podría decir que eso poético que retienen los seres y las cosas es lo que les da significado, lugar y fundamento.

Si «la luz/ abre espacio/ a la luz», ¿qué territorio, qué espacio abre lo poético?

Siguiendo con la lógica que proyectan los versos que citas, lo poético abriría espacio… a lo poético. Mi escritura, en este y otros libros, actúa por arrastre, y a veces afirma cosas que solo en esa deriva tienen sentido o podría asumir… Pero más allá de la intención que pudiese tener ese pasaje, creo que, como hemos leído en Antonio Gamoneda, la poesía genera entusiasmo, placer, por encima y más allá de los asuntos que trate. Y puede que, además, sin más detalles, la poesía nos abra: facilita salidas, transformaciones y los contactos.

¿En qué consiste el «reto de lo que quedará»?

Quizás ese reto consista en entender que solo queda lo que no nos pertenece, lo que no somos del todo, lo ajeno. Mi escritura vuelve una y otra vez al asunto de la disolución, la desintegración, la desaparición, especialmente la desaparición del yo, del individuo. Pero, paradójicamente, este movimiento, para mí profundamente liberador, fundamenta su presencia en la palabra. Me resulta fascinante que lo más personal, lo más original e íntimo, se articule en torno a algo irrevocablemente colectivo, como es el lenguaje. De alguna manera la poesía deja para los demás lo que nunca fue nuestro. 

Encontrar la belleza, ¿es cuestión de atención?

Pues no lo tengo muy claro. Si la belleza tuviera que ver con el sentido, del que estábamos hablando, quizás sí. Si fuese un código cuya lectura estamos gestando o leyendo, quizás sí. Pero no sé si eso es exactamente la belleza. Por otro lado, la desatención también podría ser un buen método de búsqueda, ¿no? Para atender algo hay que desatender otros asuntos. Tal vez el encuentro con lo bello tiene que ver con cierta sensibilidad o inclinación, con el entusiasmo que provoca cierto encuentro, cierta resonancia, cierto tipo de respuesta. No lo tengo muy claro. La belleza no es exactamente lo que mueve mi escritura...

¿Cuánto de lúdico, de juego, tiene el quehacer poético?

Mucho… ¿Todo? Aunque digamos lo más solemne, lo más triste, lo impredecible… la poesía parece tener siempre algo de juego de palabras. Eso sí, es un juego cuyo interés aumenta cuando, se ría o se llore con él, se apuesta todo lo que se tiene.
 
¿Todas las propuestas de sentido son válidas?

Las propuestas de sentido valen tanto como quien lo propone esté dispuesto a asignar y a respaldar. El sentido de una propuesta no es universal, lo que creo que es universal es nuestra necesidad de aportar sentidos, de hacer propuestas.

¿El verso ha de ser siempre disidente?

La poesía puede ser muchas cosas contradictorias. Encuentro poesía que pide aquiescencia: pienso por ejemplo en la que despliega mitos, teogonías, funda o inventa orígenes… pero el cuestionamiento de lo ya establecido es una de las fuentes fundamentales para lo poético. La distancia entre la respuesta que se esperaba y la que el poema finalmente propone es proporcionalmente a su capacidad creativa. Disentir puede crear, transforma...

¿Conviene acercarse a las manchas antes que a los detergentes?

Los detergentes limpian, fijan y dan esplendor, pero igual ocultan más que cuentan. Ahí están las Manchas nombradas de José Miguel Ullán, o esa constelación de manchas de vida y deseo que puntúan la obra de Mario Merlino… «Todavía quedan residuos» escribió para cerrar su «¿autobiografía?». Pienso en detergentes y solo recuerdo algunos anuncios.

¿Qué ha sido de esa serie de cápsulas, las conserva?

Sí, sí. El libro solo recogía sus fotografías, pero esos pequeños objetos me parecen muy atractivos… quizás algún día podemos mostrarlas y dar a ver su materialidad. Me interesan como objetos (que es un asunto poético, sin duda brossiano, que interesa en poesía). Esos filtros, que hice pero que no son propiamente obra mía, me parecen sorprendentes. Su tamaño mínimo y su fragilidad me recuerda la de las palabras. Veo en esos círculos una gran tensión entre su pequeño tamaño, su fragilidad, y su capacidad para sugerir. En lecturas públicas y talleres he entregado a los, a las participantes piezas hechas del mismo modo que los que se reproducen en el libro, hay quien de inmediato los protege porque, como me pasó a mí, le asignan un valor, ven lo que tienen de único. Pero solo hay prepararse un café utilizando la cafetera adecuada, Aeropress se llama… Por cierto, sale un cafecito estupendo.