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Cerviño

Entrevista

24 Ene 2024

Ángel Cerviño, poeta

«Un poema es una cápsula fuera del tiempo, un universo de pura verbalidad, abierto a todas las posibilidades de significación»

Esther Peñas / Madrid

Entre la metaliteratura, el alcázar de la lingüística embarazada de dones y una teatralidad que discurre por los meandros de la ironía como de la gravedad incorporada de los asuntos que nos traspasan en lo común, Ángel Cerviño (Sarria, 1956) construye un poemario, Poco Lázaro, cercano a la melancolía de El Escorial, con esas mismas piedras hechas prosa de porosidad lírica, en el que eje de la muerte está al servicio de todo un despliegue de pases pernocta.

Además de todos los «ensayos» descritos en el prólogo de la propia muerte (Lorca, Gómez de la Serna, los suyos propios), también Carlos V ensayó su sepelio. ¿Qué prende esta morbosidad mortuoria?

El «asunto» de la muerte resulta inevitable. Nombrarla, convertirla en algo externo, y recluirla en un escenario para poder contemplarla desde fuera, debe de ser una de las maneras de hacerla más digerible. Un truco para ser capaces de asumirla: convertirla en representación.

Que «en la morgue no haya lectores de poesía moderna», ¿es una decepción, una ironía, una justicia poética?

La frase es una cita de Saul Bellow que me enamoró desde el momento en que me tropecé con ella, hace ya varios años. Llega a este libro desde una de las secciones de mi anterior publicación, La explotación industrial del gusano de la seda, allí en una sección titulada “Recuerdos de mi autopsia”, se establecía la morgue como escenario teatral y lugar de encuentro. Muchos ecos de aquellos textos resuenan en este Lázaro, y la cita encontró de forma natural su acomodo.

En este contexto mortuorio, la frase tiene algo de recapitulación final, y supongo que sigue recalcando cierto desasosiego, ¿realmente a quién le importan todos estos largos discursos?, ¿a quién le importa el resultado de esta actividad absurda a la que hemos dedicado media vida?

En la medida en que Lázaro es también el yo lírico que produce el libro, esa constatación confirma la soledad del escritor. 

¿Por qué «los falsos dioses son los más crueles»?

Porque su crueldad no es sino una proyección de la nuestra (somos sus inventores), un reflejo de nuestros peores impulsos.

La muerte postmoderna ¿es más aséptica, menos muerte, menos trascendente?

La muerte ha sufrido un proceso de ocultación, ha desaparecido de todo nuestro ámbito vital. La idea es vivir como si no existiera, hacer como que no va con nosotros.

Todos los procesos simbólicos y rituales relacionados con la muerte se han traspasado a un entramado de empresas cuyo primer cometido, ciertamente urgente, es sacarnos al muerto de delante, bien sea de la casa, o de la habitación del hospital …y devolvérnoslo en una coqueta urna, que no desentonará con la decoración del salón.

«¿Es tiempo dilapidado todo aquel que no empleamos en contemplar las sonrosadas nubes que pasan»?

Supongo que lo que aquí se plantea es una vindicación de la meditación, de la atención extrema, y de algo así como la vida contemplativa. Y, claro, la frase es también un eco de las conocidas palabras de Baudelaire: 
«-¿Pues qué es lo que amas, extraordinario extranjero? 
-¡Amo las nubes..., las nubes que pasan... allá lejos... las maravillosas nubes!»

¿Con qué fantasmas convive Ángel Cerviño? ¿Y la poesía, en general?

Ángel Cerviño convive con el fantasma de sí mismo, pero como muy bien apuntaba el demonio bíblico que se negaba a ser expulsado del endemoniado de Gerasa, «mi nombre es Legión, porque somos muchos».

Eso explicaría la multiplicación de voces dentro del libro, y dentro de cada poema. Así, cada una de las voces convocadas al texto deberá exorcizar al fantasma que le haya sido asignado.

En cuanto a los fantasmas de la poesía, creo es un tema demasiado amplio y demasiado complejo para abordarlo en este formato de entrevista, sólo podría decir que el espectro omnipresente que atormenta a la poesía es el de su inutilidad: saber que es esencial y que no sirve para nada. Esa paradoja irresoluble es su mayor tormento.

¿Conviene que los apetitos carezcan de utilidad?

Un deseo sin finalidad y sin objeto sería el deseo supremo: el deseo de desear.

¿Qué sucede, qué transcurre entre el sueño y la vigilia?

La duermevela. Y ese es también el espacio intermedio en que se mueve Lázaro, a tientas entre la vida y la muerte.
Todos somos Lázaro cada mañana al despertarnos de la pre-muerte del sueño. La duermevela es el estado vital de Lázaro.

¿Qué se requiere para que un instante «sea pleno de gracia»?

Deberían serlo todos y cada uno. Pero nuestra capacidad de atención es limitada y nadie podría soportarlo; a lo sumo podemos permitirnos pequeños destellos de iluminación. 

En una primera versión de ese texto aparecía una referencia a una canción de Bob Dylan, de la época cristiana, “Every grain of sand” (cada grano de arena cuenta en el plan del Señor), donde se hablaba de «la furia del momento». En posteriores versiones esa referencia desapareció.

«El hombre que fingía vivir no ha venido». Para que la vida sea digna de tal nombre, ¿cómo ha de ser vivida?

El hombre que fingía vivir es uno de los personajes ausentes de la maravillosa novela (¿anti-novela?) de Macedonio Fernández, Museo de la novela de la Eterna. Aparece en mi texto quizá para resaltar lo incompleto de Lázaro, ese «poco» que lo acompaña desde el título. Si Lázaro estaba poco vivo, tampoco necesitará resucitar tanto.

La vida ha de ser vivida con júbilo y resignación, y es tarea de cada uno de nosotros ajustar las proporciones de esos dos elementos a cada momento de vida.

¿Cuándo se necesita «de veras» abrir un paréntesis?

Esa afirmación viene de una idea fijada en un libro anterior (Exogamia), de la que me siento muy satisfecho: todo poema abre un paréntesis, los mejores se olvidan de cerrarlo.

Creo que todo poema abre un espacio diferente de vida y lenguaje, un cambio de código que nos empuja a dejar atrás muchas convenciones, y abrirnos (entregarnos) a una jungla de posibilidades.

Así un poema sería una cápsula fuera del tiempo, un universo de pura verbalidad, abierto a todas las posibilidades de significación, opciones inagotables de lectura y relectura.

¿Cuánto tiene de oración el poema?

Aquí se juega con el doble sentido de «oración», como rezo y como concepto sintáctico. Evidentemente cada oración (rezo) es también una oración (sintáctica). 

El poema, en tanto que oración laica (la atención, esa «oración natural del alma» que refería Walter Benjamin, citando al teólogo cartesiano Malebranche), es también una oración gramatical, una cláusula que el lenguaje consiente. 

Supongo que eso es lo que se quiere destacar en ese texto: que pese a todas sus intensidades, y su inclinación a lo sublime, poemas y oraciones no son más que constructos lingüísticos que ya dormían, como posibilidad, en el lenguaje.