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Rodríguez del Barrio (en el centro) durante la presentación de su libro

Entrevista

24 Ene 2022

Javier Rodríguez del Barrio, poeta

«Incluso en las circunstancias más terribles, ponemos cuidado para crear algún tipo de belleza»

Esther Peñas / Madrid

Su primer poemario, Manía de la duda (de la colección Monosabio) es el primer diván de Javier Rodríguez del Barrio (Madrid, 1974), jalonado en ventanas pero que, al contrario de las propuestas por Martín Gaite, enmarcaciones del mundo, escotillas para contemplarlo, en el madrileño funciona como camino de ensimismamiento. Poblado de imágenes de una sutil belleza (más tendente a las ondas concéntricas por movimiento de nenúfar que al caudaloso fulgor retórico), el libro recala en la música de lo cotidiano, el paso del tiempo como óxido maldito y en el amor que languidece tanto como en el que se brida. 

Además de la referencia a Pessoa, ¿sobre qué cuestión tiene el poeta la manía de dudar?

La duda como espacio para la reflexión. No como incertidumbre sino como pregunta sin búsqueda de certezas. Quizá sobre el amor, prioritariamente, pero también sobre el lenguaje o más bien por la motivación de la escritura.

¿Cuándo conviene mantener abierta la duda y cuándo hay que dejar que la certeza lo embriague todo?

La certeza como acto de voluntad; que la duda no detenga el hacer. El aprendizaje desde la escritura para saberse.

¿Qué nos permiten ver las ventanas?

La idea de la ventana como tiempo para callar y pensarse, importando poco lo observado. El silencio de mirarse hacia adentro desde la parcialidad de los recuerdos.

¿Qué nos aporta conocer «el minuto cero» de los hechos?

Lo que sucede antes del óxido del paso del tiempo. La intención de cómo lo imaginamos, la pureza a salvo del desgaste. Quizá como recurso para mantener la llama. Esta manía también de proyectar continuamente, incluso hacia el pasado.

El tiempo del poema, ¿es «aquel tiempo en el que se confundían/ las plantas de interior con las de afuera»?

Otro ejemplo de duda. Sin saber qué somos: si cuando estamos solos –digamos, interior– o cómo nos comportamos en el hacia afuera. El poema en sí mismo no tiene un solo tiempo. Está el que sucede en la escritura, el de la evocación primera, el del lector. Las líneas paralelas para conservar la independencia de cada silencio.

¿Cuál es la «ficción que alberga cada escritura»?

Incapaces de desprendernos de la subjetividad, ¿en qué medida hay algo de impostura al otorgar una impronta literaria? Nadie escribe únicamente para sí o al menos para sí en ese ahora. También pensamos en un futuro que nos dote de un brillo. Me interesa mucho ahondar en esa motivación, incluso en situaciones tan adversas en las que la belleza o el cuidado debería estar en un plano casi invisible.

«Y pido». ¿Qué pide el poeta? ¿A quién habla?

Pido ayuda para reconocerme, también al propio poema. E interpelo al lector creyendo que también tiene su duda y puede decirla de otra forma, desprenderla de tanta épica.

¿Cuándo es conveniente acercarse a los límites? ¿Qué se aprende de ellos? ¿Es posible, traspasarlos?

El límite como espacio de radicalidad o proximidad hacia lo más animal. Cuando nada importa más que la propia vida. ¿Qué haría ahí entonces? ¿Es ese espacio un tiempo donde no cabe lo estético? Incluso en las circunstancias más terribles, ponemos cuidado para crear algún tipo de belleza.

¿Por qué «abandonar la idea de entender el mundo»?

Esa idea remite a Aute y a su qué terriblemente absurdo es estar vivo. Resulta inevitable la inercia de cuestionarnos a través de las eternas preguntas; de hallar una explicación, pero próxima a nuestra mirada ya contaminada. Quizá sea más la búsqueda de confirmaciones que de hallazgos nuevos. 

«He amado a demasiadas mujeres/-no hablo de sexo- /como para no reconocer en cada una de ellas/ el rayo fugaz de las anteriores». ¿El amor es una sutil obsesión?

Podemos quitar lo de sutil. El misterio de amar y de ser amado. ¿Es más voluntad o necesidad de ser en el otro? ¿Amamos a quien podemos? Y la importancia del deseo dentro de la idea de amor romántico.

«Vivo y escribo de forma póstuma». ¿se escribe más con la memoria, con cierta melancolía, o del lado del deseo, que cabalga hacia lo que se ansía pero aún no se tiene?

Efectivamente, es un espacio indeterminado que se debate entre la mirada nostálgica hacia el pasado y la proyectada hacia el futuro. El presente te obliga a tomar decisiones para modificarlo a diferencia del pasado o futuro que permite amoldar a tu antojo.

¿Cuál es «la dosis mínima de pesadumbre»?

Como referencia latente ante lo efímero de todo. Bauman y su vida líquida y la desaparición de los parasiempre
 

El poeta presentará en Madrid su libro, el 10 de febrero, en el Café Libertad 8, junto al también poeta Manuel López Azorín.