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Cubierta del libro

Entrevista

3 Oct 2022

Félix Ruiz de la Puerta, ensayista

«Los jardines japoneses son espacios diseñados para desencadenar ‘rituales de tránsito’»

Esther Peñas / Madrid

Los jardines son espacio en los que el tiempo se aquieta y el deleite (voluptuoso o no) se permea en quien contempla. Privados, públicos, históricos, aromáticos, tropicales ingleses, franceses, españoles… los distintos tipos de jardines son numerosos, pero hay uno de entre todos ellos que se reconoce rápidamente por su mesura y su recogimiento, el japonés. 

Félix Ruiz de la Puerta (Toledo, 1948), profesor de la Escuela de Arquitectura de Madrid, ha escrito un delicado y bellísimo ensayo sobre este tipo de recintos, desde sus orígenes a su simbología actual, El jardín japonés. Una mirada fenomenológica (Ediciones asimétricas). 
 

¿Cómo reconocería un principiante un jardín japonés?

Por regla general, cuando abordamos algo nuevo, algo con lo que nunca nos hemos enfrentado o entramos en algún lugar ajardinado, entonces debemos estar alerta y atento a lo que brota en nuestro interior. Si, en un primer instante, empezamos a sentirnos invadidos por un silencio embriagador y un estatismo que está fuera de lo habitual, podemos afirmar que estamos en un lugar singular. Si nuestras sensaciones siguen cambiando y el silencio — el espacio — se llena de colores, formas y sigue estando ausente el ruido, y algo en nuestro interior nos impulsa al movimiento sin alejarnos del estatismo inicial, entonces el jardín es algo más de lo que vemos; por lo tanto, podemos decir al neófito que está inmerso en un jardín japonés. Aunque la realidad de lo vivido se le haga inabarcable, la mirada en el movimiento descubrirá la poética del lugar. 

Esta situación no es exclusiva de Japón. Claude Monet plasmó esta visión en el jardín japonés que construyó en Giverny. En Giverny, Monet pierde interés por el objeto visible y se afana en plasmar lo que encuentra entre él y el tema de la pintura. Los colores no están en las plantas sino en el aire. El jardín es un flujo de colores que van y vienen.    
    
De alguna manera, la modernidad, en Occidente, comienza cuando el hombre se disocia de la naturaleza, cuando deja de sentir la unidad. ¿Qué perdimos en ese momento?

Se nos dice que perdimos la Arcadia o el Edén. Pero, en realidad, nunca estuvimos dominados por el sentimiento de unidad con la Naturaleza. Es cierto que, en épocas remotas y en lugares donde el medio era apacible, se mantenía un cierto lazo de unión con lo que nos rodeaba, pero cualquier contrariedad nos arrastraba a la inevitable desconexión con la deseada armonía con la Naturaleza. A lo largo del siglo XX, ha habido muchos intentos, por parte de grupos intelectuales, místicos o contraculturales de crear Paraíso para despertar a una vida de armonía. Todos han fracasado, y sirva como ejemplo las comunas hippies que tuvieron su auge en la década de los setenta del siglo pasado. ¿Por qué?, porque no podemos cambiar nuestra Historia. Porque, como explico en uno de mis libros, «el proceso evolutivo del hombre está marcado por la muerte del otro». 

Estar desposeídos del Paraíso no es una fatalidad, más bien todo lo contrario. Fuera del Paraíso se encuentra la libertad y la posibilidad de la conciencia, herramientas que, bien encauzadas, permiten el desarrollo del orden y la armonía con en el mundo natural.   
    
¿Qué lugar simbólico ocupa el jardín en la cultura oriental?

Simboliza el cosmos como ámbito donde las fuerzas de la naturaleza están continuamente activas. Dicho con terminología oriental: es el lugar donde el yin, el lado oscuro de la montaña, está en movimiento hacia el yang, su lado sombreado, y viceversa. Los jardines japoneses son espacios diseñados para desencadenar ‘rituales de tránsito’, y nunca pueden ser vías de escape de la vulgaridad cotidiana. ¿A dónde conducen?, al encuentro con uno mismo y a descubrir el lugar del contemplador del jardín en el mundo. Cada jardín, dependiendo de sus características, requiere un tránsito acorde con su diseño. Además, el jardín japonés es una puerta más de entrada a lo sagrado. Lo sagrado nunca entendido como un gesto reverencial ni formando parte de una liturgia. El jardín es un eslabón de una cadena de gestos culturales que pretende integrar al individuo en la Naturaleza, cosa que sucede cuando el visitante de un jardín empieza a experimentar la disolución de su identidad, eso que en Occidente hemos llamado el Yo y, por cierto, no sabemos muy bien cuál es su significado.  
 
¿Es posible dejar de estar en la naturaleza para ser parte de ella?

Ni debemos estar ni ser nunca un objeto más de la Naturaleza. Somos como los meses y los días viajeros de la eternidad. Así se sentía el poeta Matsuo Bashoo en su viaje por la vida. El lugar que debemos ocupar en la Naturaleza y cómo hacerlo, el poeta lo expresa con simpleza y claridad en su libro Las Sendas de Oku, cuando dice: «Remendé mis pantalones rotos, cambié las     cintas a mi sombrero de paja y unté moka quemada en mis piernas, para fortalecerlas. La idea de la luna en la isla de Matsushima llenaba todas mis horas».    

En su análisis sobre el shakkei, nos dice que «es una ilusión óptica». Para apreciar la belleza, ¿qué disposición de ánimo ha de tener?

El shakkei se puede encuadrar como ilusión óptica pero con visos de realidad. Consiste en incorporar al jardín un elemento del paisaje que puede encontrarse a varios kilómetros de distancia. El shakkei nunca es un encuadre, nunca es una ventana abierta al paisaje. Es el resultado de un movimiento del plano del fondo del paisaje al plano que envuelve al jardín. 

Es una técnica de diseño que se utiliza en los templos budistas y zen de Japón. Decora y resalta la belleza del jardín, pero también sirve como elemento de meditación. Por lo tanto, sabiendo  que es una cuestión óptica, el shakkei es el punto de partida para apreciar la belleza del jardín prescindiendo de los sentidos.
        
¿Dónde reside la belleza del jardín japonés?

La belleza siempre se encuentra en el mundo interior del observador. Esto es, en la posibilidad de desencadenar en él un descubrir, un proceso fenomenológico que le desvincule de su mundo personal y le implique con el objeto observado. La belleza de un jardín japonés radica en la dinámica de luces, colores y sombras por la que transita a lo largo del día. Los constructores de jardines intentan desvelar una dimensión desconocida de la belleza, lo que llaman yugen, profundo o misterioso. 
    
¿Qué vínculo se establece entre la mujer y el paisaje?

En el periodo Heian (784-1185), surgió en la corte un grupo de mujeres ilustradas que marcaron el inicio cultural y literario de Japón. A pesar de la importancia que tuvieron, siempre fueron consideradas como objetos decorativos tanto en los jardines, como cuando aparecían en las pinturas de paisajes. Si el paisaje llevaba a la ensoñación es porque se ensoñaba a la mujer. Y para que la ensoñación rozara el paroxismo se la representaba leyendo poesía en los jardines, caminado o contemplado los cerezos en flor. La mujer es un objeto de belleza y de placer como puede serlo el paisaje. La mujer en la corte de los nobles guerreros o la mujer en el paisaje es siempre una mujer soñada: soñada en la oscuridad o soñada en el bullicio. 
    
Da la impresión, leyendo el libro, de que los jardines occidentales se «legitiman» por sí mismos, mientras que los japoneses no se entienden si su contexto…
Los jardines occidentales tienen diversas motivaciones: se construyen por motivos paisajistas; por cuestiones geométricas; por imprimir un cierto romanticismo o, como en la mayoría de los casos, para plasmar el impulso poético del diseñador.

En cambio, los jardines japoneses son diseños que pretenden desvelar la cosmovisión japonesa. En la misma dirección que lo hace el ikebana o arreglo floral; la ceremonia del té; el teatro Nô; la pintura; la poesía haiku, etc. 

¿Qué dialéctica puede entablarse entre jardín y estado de ánimo de quien lo contempla o lo transita?

En Japón, las artes buscan acceder a lo sublime, desvelar la belleza, romper con las dualidades o alejarse de lo cotidiano. Por lo tanto, el estado de ánimo del contemplador poco importa, o más bien debe quedar oculto en el proceso de contemplación o de paseo por un jardín. La dialéctica pertinente es la que lleva al observador de la acción de ver a la acción de mirar.  

Para acceder a imágenes que dormitan en nuestra mente o descubrir los ritmos que flotan en un jardín hay que empezar por cambiar la manera tradicional de abordarlos. En un jardín japonés no se trata de llegar y ver, sino de encontrar y mirar. Cuando llegamos y vemos, solo pasamos por el jardín. Cuando encontramos y miramos estamos en el jardín. Miramos cuando la imagen óptica se metamorfosea en descubrimiento, en intemporalidad. 

¿Qué simboliza el puente en el paisaje?

El puente simboliza el paso de un mundo a otro; el cambio de la vida terrenal a la vida celestial, es decir, es la puerta de entrada al mundo de los dioses. En la mayoría de los templos, están pintados de rojo para ahuyentar a los malos espíritus. Por regla general, no faltan los arces en los jardines de los templos japoneses. En primavera exhiben un suave verde y en otoño se tiñen de rojo evocando la idea de cambio en la Naturaleza. Entonces, el rojo del puente se funde con los tonos otoñales de los arces participando del cambio al que está sujeta la Naturaleza. 

Desde un punto de vista fenomenológico, el significado es otro. Lo primero que llama la atención del visitante es la curvatura de los puentes. La curvatura está justificada por el concepto de espacio y tiempo que los japoneses nombran con un solo vocablo ma. En el tránsito por el puente el visitante toma conciencia de que el espacio y el tiempo forman una unidad, es decir, son inseparables. Cada lugar tiene su tiempo, porque la curvatura hace que la percepción del jardín en cada instante sea distinta. Cada posición en el puente, gracias a la curvatura, desvela una imagen nueva del paisaje. Gracias al ma la visión del jardín es como una secuencia de fotogramas. Siempre el movimiento; siempre el cambio. 
      
El que un jardín tenga o no elementos vivos (agua incluida), ¿de qué depende?

Los elementos con los que se construyen los jardines dependen del objetivo. Los tipos de jardines son muy variados. En la época clásica, las reglas constructivas eran muy rígidas y cada tipo de jardín tenía que utilizar los elementos que lo identificasen. Hoy día, las cosas han cambiado, y la incorporación de los elementos con los que se diseñan los jardines no está sujetos a reglas definidas. Ahora, la creatividad del maestro jardinero es lo que prima.    
 
De las posibilidades que nos brinda los distintos jardines japoneses, ¿con cuál se quedaría Ruiz de la Puerta y por qué?

Es una pregunta difícil de responder porque un occidental se mueve por aquello que exalta sus emociones. En la búsqueda de la belleza perseguimos aquellas escenas que nos lleven a un paroxismo místico. Si un jardín es bello, el otro es desbordante y el siguiente es arrebatador, y así se puede continuar… Para mí, los jardines con los que el deleite no tiene fin son aquellos donde la visión de lo real se funde con la ilusión; donde la belleza está más allá de lo inmediato, como en el Jardín de Grava, de N. Sekkei. El jardín de Sekkei es simple: una superficie cuadrada de grava blanca y un cerezo en una de sus esquinas. No hay nada más, pero al abrir la puerta de cristal que da paso al jardín, el tronco del cerezo desaparece y solo las flores del cerezo quedan flotando en el jardín, que como copos de nieve blanquearán la superficie de grava. ¿Puede encontrarse en la sórdida cotidianidad una estampa tan sublime?