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Lech

Entrevista

12 Dic 2022

Iury Lech, escritor

«La delectación o repulsión por las aberraciones ha sido siempre un rasgo de la dualidad del ser humano»

Esther Peñas /

La divina probabilidad de los recuerdos extintos (Jekyll&Jill) es un artefacto fascinante intrincado, barroco, cósmico. Una deriva incierta desde la primera línea, que incita al lector a preguntarse, una vez más, quiénes somos, hasta qué punto una máscara no deja de ser parte (o total) de la identidad. ¿Podemos cambiar el pasado? ¿A qué precio? ¿De qué modo la experiencia puede ser remedada por la falta última de cada cual? De estas cuestiones y otras no de menor hondura nos habla el escritor hijo de la diáspora ucraniana Iury Lech.

¿Qué es lo mejor y lo más dramático de ser mortales?

Esta sería una pregunta dominante de la condición humana, la que sin darnos cuenta exteriorizamos desde nuestro inconsciente ante las colisiones existenciales originadas por la pugna entre el deseo y la realidad. Cuando mortalidad y eternidad dejen de ser estereotipos sobre los que gravitar nuestros dilemas, esperanzas y desasosiegos para convertirse en un continuo de lo infinito, el tránsito por la vida quizás se vuelva más significante y menos doloso.

¿Qué disposición de ánimo se requiere para «contemplarse en la mirada del otro»?

En el concepto de alteridad podemos encontrar la definición de la mirada del mundo desde el punto de vista del otro, pero siempre que sepamos superar la incertidumbre de no saber en dónde localizar el punto neurálgico del observante observado.

La teoría llamada «interpretación de Copenhague» dice que un sistema cuántico permanece en superposición hasta que interactúa con el mundo externo o es observado por él, e incorpora «el principio de incertidumbre o indeterminación de Heisenberg», que establece que no se puede conocer simultáneamente con absoluta precisión la posición y el momento de digamos un átomo, de una molécula o de una fracción de algo, que eso es lo que en realidad somos, una fracción del universo, por lo que la retroalimentación  de ser percibidos y a la vez estar mirando al otro entronca con la paradoja del alter ego y con el enigma de nuestra propia corporeidad y la capacidad de percibir la materialidad de lo que nos rodea.

Le devuelvo una pregunta del narrador: ¿cuándo una criatura se convierte en un monstruo?

Aplicando la misma retórica, formulo otro interrogante en torno a si puede la humanidad vivir sin monstruos, ya que, en ausencia de lo inhumano, ¿cómo podríamos entonces situar y reconocer nuestra «normalidad»?.

¿Cuándo un monstruo fascina y uno no puede por menos que ponerse de su lado y cuándo conviene huir de él?

La delectación o repulsión por las aberraciones ha sido siempre un rasgo de la dualidad del ser humano, por eso fascinan y a la vez repelen, un estado vivencial ahora más que nunca amplificado y explotado por los medios audiovisuales que estimulan un artificial miedo/amor hacia lo irracional y lo incomprendido.

¿Cuánto de monstruoso tiene la literatura?  

La teratología, que es la disciplina científica que estudia a las criaturas anormales, es decir, a aquellos que no responden al patrón común de la especie o tribu, y que la tradición literaria ha utilizado profusamente, cuando no creado, desde la Biblia, pasando por Frankenstein, hasta las criaturas extraterrestres como una alegoría para referirse a otras cuestiones para las que no se encuentra solución o explicación, cuando no plasmar lo que el pensamiento ambiciona sin querer reconocerlo, es posible que, de manifestarse algo monstruoso en la literatura, estaría vinculado a su capacidad de transformar a quien lee.  

Los pérfidos como Inversus, ¿qué nos enseñan?

Inversus, que ya aparece en la trilogía Diuturno Inmolado, puede retratarse en las siguientes citas de Wolef: «Inversus era lo que comúnmente se conocía como usurpador de sabidurías ajenas, un elemental archivador de información predigerida que había soñado con la gloria de los elegidos y tan sólo obtenido la falsificación impresa de su propia imagen» ; «Creo que Inversus es más que un simple escollo en el camino. Es la finalidad de esta prueba indisoluble que no permite una vuelta atrás, aunque su capacidad hipnótica pueda servirme para adentrarme aún más en el laberinto de la rememoración»; 

A Wolef, la mera idea de tener pendientes lecturas le mantiene vivo. ¿De qué sana la literatura?

Wolef es un quimera, una invención, un transhumano que trata de escenificar su propia cicatrización emocional a través de la palabra escrita.

¿Cuáles son «las alegrías del fracaso»?

Son las que anidan en aquellas supuestas oportunidades que, contra toda lógica, rechazamos sin saber por qué, en una decisión que nos instala en el sosiego de haber abandonado el campo de batalla sin antes de haber derramado la propia sangre y la de otros inocentes.

¿Cómo reconocemos esas «experiencias inspiradoras que nos permiten forjar nuestro destino»?

En eso consiste el juego de la vida. En sobrevivir en entornos extremos, mentales, sociales o geográficos, para afiligranar nuestros propios recursos hápticos para comprender el mundo en el que nos ha tocado resistir y perseverar en los objetivos que nos hemos marcado desde que iniciamos el proceso de individuación con el autoconocimiento de «yo soy yo».

Siempre se ha achacado (como se refleja en la novela) que si hubieran sido más literatos los filósofos hubieran tenido mayor calado. ¿Cuánto de hondura filosófica tienen los escritores, en general?

No se trata de que los escritores posean mayor capacidad de profundizar, dado que de un filósofo se espera que sea capaz de desglosar sin esfuerzo una metafísica en su discurso intelectual. La reflexión que se hace en la novela es metafórica, acerca de la conveniencia de aguzar la belleza léxica y estilística en el mundo filosófico, lo cual algunos jóvenes pensadores de corrientes como el aceleracionismo, como Eugene Thacker, ya la aplican en sus escritos, y con ello se acercan a las expresiones de las nuevas generaciones. Lo que si queda por ver es cómo muchos escritores  devienen en artífices de una literatura más ontológica y menos industrial.

La humanidad, ¿«está abocada a un destino sin sentido biológico»?

Me gusta pensar en que los humanos están destinados a ser fugitivos de la evolución, dado que el futuro estará supeditado a la profunda mutación de la humanidad. Un día le escuché decir a Wolef que el envejecimiento es una tierra de nadie evolutiva, que él era un desertor de la evolución que había escapado al convencionalismo de la selección natural.

¿Cómo evitar «sentirse un extraño en todas partes»?

No se puede soslayar, es un extrañamiento con el cual uno se inicia en el mundo y que le acompaña hasta los confines de la propia acción diferenciadora, como un confinamiento en esa alteridad de la que hablaba al comienzo y en la que uno consigue sentirse legitimado, o en aparente equilibrio, a fuerza de rescatar de su natural escepticismo fragmentos de supervivencia en otros mundos imaginados.