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Cubierta del libro

Entrevista

8 Jul 2020

Raquel Presumido, ensayista

“Cualquier escritora, por el hecho de serlo, pone en evidencia al sistema patriarcal”

Esther Peñas / Madrid

Anónimas (Antipersona) es un tanteo discursivo sobre las dificultades de un puñado mujeres que escribieron, bien como secretarias, traductoras, bien como autoras –las menos-, bien como esposas-esclavas-ayudantes de algunos de los hombres más destacados de la literatura (Vera Slónim en el caso de Nobokov, Anna Snítkina en el de Dostoievski…) A la redacción, Raquel Presumido (Oviedo, 1992).

¿Por qué amedrenta tanto una mujer inteligente (pienso en esa frase que usted rescata de La Regenta, “¿Y quién se casa con una literata?”)? 

Creo que la mejor respuesta a esta cuestión la da la escritora Laura Freixas: “Por miedo a que les salga la criada respondona”. La cultura y la educación es la llave de la libertad.

¿La desgracia va pareja a la intelectualidad en la mujer? 

No creo que sea algo exclusivo de la mujer. La intelectualidad trae problemas en este mundo tan anti-intelectual. Los modelos a seguir ahora son vallas publicitarias con una cuenta de Instagram. Nadie quiere ser intelectual, sino rico y guapo. Es entendible. Es así. Por otra parte, creo que uno es más feliz cuanto menos sabe. El conocimiento genera duda y la duda ansiedad. Si ya es difícil la vida del intelectual imagínese la de la intelectual.

¿De qué manera se distingue a una mujer respecto de un hombre a la hora de contar historias? 

Es difícil establecer unas características maniqueas y decir a ciegas “esto está escrito por una mujer” o “esto está escrito por un hombre”. Uno escribe en función de lo que lee. Si la ficción que se te ha dicho que está hecha para ti es romántica y relacional tenderás a remedarlo. Si se te ha animado a leer bélico, igual. Aunque no creo que sea una cuestión solo de géneros sino de espacios públicos frente a privados.

Una mujer escritora, ¿siempre y en cualquier caso pone en evidencia al sistema patriarcal? 

Sí, una mujer escritora, aunque escriba prosa o ensayo con tintes machistas, pone en evidencia al sistema patriarcal, aunque reniegue de ello. 

A día de hoy, ¿la clase sigue siendo un asunto decisivo en la creación artística? 

Siempre lo ha sido, no podemos decir que este sea el momento histórico donde la clase sea más limitante porque sería mentir, pero por supuesto. El dinero compra tiempo y para escribir se necesita, entre otras cosas, tiempo. Las mujeres suelen ser las personas que menos tiempo han tenido por dedicarse a trabajos donde no sonaba un silbato que te indicaba cuándo acababa tu jornada laboral.

¿Hasta qué punto podría decirse que Zenobia Campubrí, Anna Snítkina, Vara Slónim y Sofía Behrs son autoras o titulares de la obra de sus maridos? 

Cada caso es diferente. Todas fueron facilitadoras del trabajo de sus maridos hasta límites que rozan la dependencia casi física. Todas rescataron del fuego manuscritos, hicieron labores mecánicas necesarias para la publicación de sus obras e incluso corrigieron y reescribieron parte de ellas. Autoras como tal no, pero hay evidencias de que Guerra y Paz está basada en una novela que escribió Sofía Behrs antes de casarse, Natasha, y que Tolstoi leyó antes de que se quemara.

¿La figura de la secretaria a día de hoy sigue cargada de connotaciones machistas? 

Partiendo de que es una profesión eminentemente feminizada sí, y además tremendamente sexualizada. Los chistes de secretarias se hacen solos, y siempre tienen que ver con el aspecto de la misma. En el libro pongo ejemplos antiguos pero son extrapolables al día de hoy.

La escritura confesional, territorio por excelencia –e imposición, a fuerza ahorcan- de la mujer, ¿qué características presenta en cuanto a género literario que lo distingue de un simple diario? 

Literatura confesional han hecho a lo largo de la historia tanto hombres como mujeres, pero siempre se le ha colocado la etiqueta a éstas con la intención de menospreciar su obra. Hay una diferencia clara entre género autobiográfico y diario, y es la intención de quien lo escribe. Un diario se puede escribir por muchas razones, una narración con base autobiográfica (que me atrevo a decir que es toda la literatura que se ha escrito) se escribe para un lector y un intento de conectar con el otro. El diario se escribe para reflexionar, registrar o conectar con uno mismo.

Que la autoficción, tan utilizada por algunas mujeres, como Leduc, sea síntoma de falta de imaginación, como señala en su último ensayo Vicente Luis Mora (no hablando de la mujer sino de la literatura en general) ¿hasta qué punto es verdad? 

Es que yo creo que en el momento en el que te pones a escribir haces autoficción, aunque estés escribiendo fantasía. La imaginación necesita de recuerdos y referencias para funcionar y la labor del escritor es manipular todo el material como un niño lo hace con la plastilina. Todo este debate gira en torno al fino límite entre ficción y realidad, algo interesantísimo pero tremendamente abstracto. Por otra parte, creo que desde el punto de vista editorial se está explotando porque funciona y a la gente el redundante “basado en hechos reales” le despierta el alma de voyeur. La autoficción a veces es solo (y nada menos que) ficción vendida con estrategias de marketing prestadas del reality show.

Aunque cada una de ellas es un fascinante territorio, ¿podría decirse que las mujeres que usted convoca en el ensayo participan de algunas características compartidas? 

Aparte de su género, que cada una actúa a su manera y siguiendo los cánones de su época y lugar de nacimiento, comparten la osadía, que no es poco, de contarse a sí mismas en un mundo donde nadie las quiere escuchar.