Compartir en redes sociales

Fuentes

Entrevista

10 Jun 2021

Luis Miguel Fuentes, columnista

«El columnismo es esencialmente autoerótico»

Esther Peñas (Imagen: archivo personal) / Madrid

Nacido en Sanlúcar de Barrameda, en 1970, el periodista Luis Miguel Fuentes aguza la ironía y la retranca, las sazona con cierta impertinencia. Se agradece que no sea plañidero ni integre la clá. Escribe en exclusiva para El Independiente, una columna titulada «El golpe». También ha publicado una novela de corte romántico. Pero sin excesos. Como llueve en las despedidas (Seleer). 

¿Cómo se escoge el tema sobre el que hablar, además de por la actualidad?
 
La actualidad manda siempre, pero de ahí uno puede buscar lo que más le apetece o le inspira. A veces se te ocurre una buena frase o percha sobre algo y eso ya decide el tema. Se suele decir que lo saludable es escribir tres o cuatro artículos de actualidad y luego otro de lo que te dé la gana, pero El Independiente es un caso especial. Entre semana sólo escribimos opinión Casimiro García Abadillo, Victoria Prego y yo, así que normalmente nos repartimos los temas del día. Digamos que no puedo permitirme el lujo de dedicarle una columna a la primavera o a las castañeras o a Murnau. Todos los días toca actualidad, así que hay que tirar de imaginación y de oficio.
 
Para una buena columna de opinión, ¿es más importante qué decir o cómo decirlo?
 
Decía Umbral, más o menos, que para hacer un artículo hay que sacrificar y usar, a la vez, estas tres cosas: noticia, idea y lirismo. Tiene que haber noticia sin que sea una nota de agencia, tiene que haber idea sin que sea un ensayo (que eso es un «coñazo», aclaraba), y tiene que haber lirismo sin ser un poema al mayo florido, que es una cursilería. Como recordaba Umbral, hay gente que no sabe hacer artículos y le sale un cuentito, o un ensayo académico, o un pregón. Yo intento ser equilibrado, aunque en mis artículos la literatura siempre pesa mucho. Pero es mi estilo, si me contratan es por eso. Yo no soy ni un politólogo ni un erudito.
 
Con los tiempos tan prestos con los que se maneja el periodismo, ¿es posible escribir al dictado de la realidad y tomar la suficiente distancia para ver los hechos con la perspectiva suficiente?
 
Éste es un oficio de velocista. Y si no sabes ir rápido, no vales. El que se tira una semana para escribir su articulito y, además, lo mismo termina citando El gatopardo, no es columnista, es un diletante. En realidad, la actualidad no es tan sorprendente, y menos en política. Casi todo ha pasado antes, así que lo que vas a escribir suele estar ya más que pensado. El peligro está en repetirse, no en que la novedad te descoloque. Lo del virus sí ha sido un reto, como para todos. Pero hasta en el fin del mundo los tiempos del periodismo son los que son. Y si tienes que escribir de lunes a viernes, la perspectiva es la de ese día, porque mañana ya estarás con otro asunto o con el mismo asunto que se ha dado la vuelta. El columnista sólo puede hacer instantáneas sucesivas y limitadas, a veces incluso contradictorias. Ir más allá ya es de otro oficio.
 
Para que una opinión sea tomada en cuenta, ¿qué se requiere?
 
Diría que convencer, seducir o molestar. A veces, las tres cosas a la vez. Eso sí, hay que recalcar que no es una buena medida la cantidad de gente que te hace caso, teniendo en cuenta cómo el personal se deja llevar por opiniones y personajes totalmente idiotas.
 
¿El ejercicio del periodismo se ha entorpecido, se ha enfangado en los últimos años con la sistemática sentimentalización del discurso a la que estamos asistiendo?
 
El periodismo tiene bastantes males y vicios, pero creo que los peores son los que le ha contagiado la política: el partidismo, el infantilismo y la irracionalidad. La sentimentalización es una consecuencia de ese infantilismo irracional. Un periodista por supuesto puede tener ideología, convicciones, preferencias, y conmoverse, e irritarse, pero si deja de lado la razón, la verdad y la crítica, estará condenado a ser un monigote o un esbirro. No es la norma, pero no se puede negar que hay periodistas militantes o arrimados, porque los vemos. En algunas sociedades muy cerradas políticamente, incluso hay auténticos periodistas orgánicos, institucionales, que son como ministros sin cartera o viejas magistraturas.
 
¿Recuerda sobre qué asunto es sobre el que más veces ha escrito?
 
Política, por supuesto. Todo es política ahora. El dinero, la cultura, el deporte y hasta el sexo son política. Y nos llega una pandemia histórica y sigue siendo política. Si uno no escribe de política, termina convertido en periodista de campanarios y mesones.
 
¿Pesa mucho el público al que uno se dirige?
 
Umbral creo que diría que lo importante es lo que piense tu jefe, el «señorito» lo llamaba él. No, en serio: un columnista sin lectores no es nadie, pero uno no puede estar pensando en el lector aprobador o reprendedor como una especie de figura paterna. Ya Camba escribió sobre «el peligro de volverse idiota» con estas cosas: «¿Le gustará este tema al señor de Guadalajara?»... Además, el público de un columnista de batín como yo es sobre todo él mismo, su ego. Y no es malo, pienso que es una garantía contra injerencias y tentaciones: ningún halago ni prebenda ni amenaza puede superar la satisfacción de gustarse uno mismo.  El jefe se supone que ya te contrata porque también le gusta lo que haces, así que al final estás solo, mirándote en la columna como en el espejo. El columnismo es esencialmente autoerótico.
 
¿Cómo evitar ser «excesivamente crítico», como se le ha acusado de ser?
 
No creo que haya que evitarlo. La alabanza sirve de poco o de nada, no se cambian las cosas con aplausos. La crítica siempre es más útil. Lo importante es repartir para todos, porque todos se lo merecen. Además, forma parte de mi estilo. He estado demasiado tiempo afilando mi guasa y mi mala leche para renunciar a ella. 
 
¿Se nota el cambio de poder en Andalucía en general y en Sanlúcar, en particular?
 
Pues no sé qué decir, estoy bastante desconectado de Andalucía. Vivo en Madrid desde 2018, a Sanlúcar voy de vacaciones y, claro, intento no llevarme las gafas de política. Sanlúcar, además, parece eterno, o me lo parece a mí, como todo lo de la infancia. Sí pienso que el cambio era necesario, que el PSOE había lastrado el progreso de Andalucía y ya era sólo un gran monstruo que lo ocupaba y lo consumía todo.
 
Lo sucedáneo, ¿también ha devaluado el amor o sigue lloviendo en las despedidas?
 
Desde luego no creo que el amor auténtico sea el calentón o encoñamiento con la pantalla del móvil erotizada. Pero tampoco es eso de morirse o matarse o desesperarse por amor, el amor romántico sublimado. Todo eso tan trágico y obsesivo resulta un poco ridículo ya. Yo, quizá por mi edad, estoy más cerca de lo que Giddens llamaba «amor confluente», una especie de racionalización negociada de los deseos, y que civiliza al amor. Esto, a pesar de que mi novela Como llueve en las despedidas aprovechaba muchos recursos del amor romántico, pero son trucos de escritor.
 
¿Cómo tomar una decisión y no desgarrarse, cómo aferrarse al hecho de que decidir es ya lo correcto?
 
Estamos condenados a decidir, en eso consiste la libertad. No hacemos otra cosa en la vida que decidir y, por tanto, desgarrarnos en cada decisión. No es que sea correcto, es que es inevitable.
 
¿Habrá una segunda novela?

 
Hay, de momento, unos 20 folios de una segunda novela, que ahora están un poco dormidos o huérfanos. Supongo que la pandemia me ha apartado de ella, porque la idea era hacer una novela inquietante, incluso enfermiza, que todo esto del virus hace menos apetecible de escribir. Si la primera novela pretendía ser una reflexión sobre el amor y la pérdida, ésta intenta ser una reflexión sobre el bien y el mal. Así que hay situaciones y personajes bastante desasosegantes y perturbadores. Pero me dicen que estremece y engancha por igual. La retomaré pronto.

(Entrevista publicada en 'cermi.es' 439)