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Genealogías de la mirada

Entrevista

16 Nov 2020

Agustín Sánchez Vidal, catedrático de Historia del Cine de la Universidad de Zaragoza

“Las imágenes que nos acometen mientras dormimos operan de un modo similar al mecanismo del proyector cinematográfico”

Esther Peñas / Madrid

Genealogías de la mirada (Cátedra). Bajo este título, que opera como una fascinante e inmensa cúpula celeste, se despliega un hondo ensayo sobre los modos de mirar del hombre, la manera en la que genera imágenes y el diálogo con ellas a su vez propicia modificaciones en la manera de estar en el mundo. Porque las imágenes, al igual que las palabras, no son inocentes, ni vírgenes. 

¿Existe algún lenguaje, una letra, un símbolo, algo que no sea referencial, de uno u otro modo?

Es dudoso que exista. Además, tanto daría, porque al entrar en el dominio de lo humano experimentaría esa mutación. Somos una especie simbólica y eso se lo debemos al lenguaje, a cuyas asombrosas cualidades nos hemos habituado de tal forma que apenas les prestamos atención. Como decía Vladimir Nabokov en Pálido fuego, estamos absurdamente acostumbrados al milagro de que unos pocos signos de tinta sobre el papel puedan suscitar todo tipo de pensamientos, mundos nuevos con gente viva, que habla, llora, ríe. Y no apreciamos el trabajo del tiempo, el proceso de elaboración del idioma, desde los hombres que vivían en los árboles hasta Homero, desde los cavernícolas hasta Cervantes o James Joyce. 
Semejante cualidad convierte al lenguaje en un formidable instrumento que nos concede una inmensa capacidad de maniobra. Lo que trato de mostrar en mi libro es que eso reza tanto para las palabras como para las imágenes. Es decir, que estas últimas también están codificadas, que no son transparentes, y que “leerlas” supone asumir todo ese largo proceso de troquelamiento que las ha convertido en un ecosistema tremendamente sofisticado, que nos envuelve y asimilamos por impregnación.

¿Desde que el hombre lo es, ha habido siempre una hegemonía de lo visual (que ocupa, usted lo apunta, el 70% del conjunto sensorial de nuestro cerebro?

Así es. Pero es que, además, nuestra mirada se ha ido culturizando cada vez más. Y a nosotros nos ha correspondido vivir en una época en la que las imágenes están en condiciones de sobrepasar a las palabras u otros medios como instrumento de comunicación: todo el mundo lleva un teléfono móvil con el que capta imágenes sin parar o las consume. Estamos inundados de imágenes, envueltos en una cacofonía de ellas. 
Y eso implica incurrir, de buen grado o por la fuerza, en una torrentera llena de aluviones, del mismo modo que quien utiliza cualquier idioma se vale de palabras con vida, historia y voluntad propia, capaces de sobrepasar los conocimientos o propósitos de sus mediadores.

¿Con cuál de las artes se lleva peor la imagen?

Creo que se lleva bien con todas. Es que las imágenes no son sólo un dispositivo externo, son un modo interno de categorizar la realidad o hacernos cargo de ella. No en vano llamamos “imaginación” a uno de nuestros procesos psíquicos más creativos.

Dedica buena parte del ensayo al tiempo. ¿Cuál de los tres tipos de tiempo (Kairós, el interno; Aión, el circular y Cronos, el cronológico) pesa más en las imágenes?

Depende del tipo de imágenes, del sistema de representación utilizado e incluso del modo de captación, codificación y transmisión. Pero hay algo más en relación con el tiempo, y es su estandarización, debido a los relojes mecánicos, que empezaron a implantarse en Europa entre 1275 y 1325, desplazando a los relojes cósmicos o telúricos de sol, arena, agua o fuego. Y eso supuso que allí donde antes había una percepción orgánica, cíclica y psicológica, fuese sustituida por una noción lineal, progresiva, secuencial, homogénea. 
    
El reloj, ¿cuánto tiene de malvado y cuánto de aliado?

Por una parte, el reloj mecánico se convirtió en una de las razones de la rápida supremacía de la cultura europea, porque le proporcionó no sólo un instrumento tecnológico sino también una visión mucho más compleja de la realidad. Pero, por otro, sentó las bases para una sociedad mecanizada, cada vez más controlada y alejada de la naturaleza. Para entendernos por el atajo, lo que mostró Friz Lang en su película Metrópolis o Chaplin en Tiempos modernos. O, dicho en nuestro lenguaje actual, nos hizo pasar de un régimen de continuidad y analogía y a otro cuántico y digital. Y cuando llegó el cambio de fecha entre el 31 de diciembre del año 1999 y el 1 de enero de 2000 los terrores del milenio no adquirieron la forma de dragones o la Bestia del Apocalipsis, sino del llamado efecto 2000, para prevenir el cual se gastó en todo el mundo la friolera de 214.634 millones de euros. Dicho efecto se achacó a los ordenadores, aunque debería concretarse que el problema procedía de sus cronómetros. Tuvo que llegar ese problemático cambio de fecha y hora para que fuésemos mínimamente conscientes de hasta qué punto nuestra civilización se desploma desde su misma base al anular los relojes. Porque sujetan todo el planeta con una retícula virtual sin la cual nos sumiríamos en el caos.

¿Está de acuerdo con esto que dijo Borges –a quien usted cita en el ensayo- de que “es posible que una imagen valga más que mil palabras pero una metáfora vale más que mil imágenes”?

Claro. No en vano las metáforas se consideran “imágenes poéticas”. Compendian ambos universos, el verbal y el visual, que además vienen a corresponderse con nuestros dos mundos internos, los dos hemisferios cerebrales (un ejemplo nada desdeñable de metáfora, por cierto). Pero es que, además, las metáforas son las células madre del idioma, y también su sistema de nutrición y drenado. Sin ellas las lenguas estarían muertas, no podrían evolucionar. 

De todas las imágenes excéntricas que recoge, ¿cuál es su favorita y por qué?

He dudado entre una obra arquitectónica como el Teatro Olímpico de Vicenza de Palladio y Scamozzi o el cuadro Los embajadores de Holbein, pero como hay que elegir una, me quedo con esta. No sólo por su maestría en la ejecución o porque se trate de la más famosa anamorfosis de todos los tiempos, sino porque el resto del cuadro está sometido a una estricta perspectiva canónica. Y eso resalta aún más la excepcionalidad de un pequeño fragmento, que es justamente el que lo convierte en algo singular, porque se trata de una calavera. Además, sus dos protagonistas aparecen sobre un fondo de objetos cuidadosamente elegidos y dispuestos. Y ahí puede sorprenderse todo un entramado de artes y ciencias que aúnan el tratamiento del espacio (por la geometría o la cartografía), del tiempo (por la música) y el patrocinio de los astros al modo de platónicos y pitagóricos. Es toda una cosmogonía lo que se nos muestra, y su relación con los humanos, que somos un microcosmos.

Panoramas, hologramas, anamorfosis, panópticos, cineorama, cámaras oscuras, imágenes en 3D… ¿está todo inventado ya?

Casi todo. Pero esa no es razón para no reinventarlo con cada relevo generacional, que tiene todo el derecho del mundo a hacer sus propios (re)descubrimientos e innovaciones.

El poeta y sacerdote Gerard Manley Hopkins escribió que “Si miras una cosa con suficiente intensidad, te devuelve la mirada”. ¿Qué le parece esta observación?

Magnífica. Por eso mi libro no se titula Genealogías de las imágenes, sino Genealogías de la mirada. Antonio Machado lo dijo muy bien: “El ojo que ves / no es / ojo / porque tú lo veas, / Es ojo / porque te ve”. 
 
¿Son más fascinantes las imágenes que nos asaltan en el sueño (como pensaban Aragon, Nerval, tantos otros) que las que suceden en vigilia?

Es que el sueño es uno de los grandes misterios de la evolución. Roger Caillois hablaba de la incertidumbre que viene de ese tercio oscuro de nuestras vidas, el nocturno. Lo que yo exploro es el modo en que facilitó la llegada del cine, un invento que parece conectar con ese registro mental. Louis Aragon llamaba a los cines "burdeles de los sueños" y Paul Eluard quiso publicar una colección de sus ensoñaciones nocturnas con el título de Cine perfecto. Porque las imágenes que nos acometen mientras dormimos operan de un modo similar al mecanismo del proyector cinematográfico en las salas oscuras, creando un trance hipnótico que desencadena lo más profundo del psiquismo humano.

¿Es, el inconsciente, el descubrimiento que más ha modificado nuestra manera de mirar (nos)?

Otras teorías, como las de Darwin, me parecen más importantes y científicas que las de Freud a la hora de cambiar nuestra mirada sobre el mundo. Pero es verdad que este último ha gozado de gran predicamento entre artistas e intelectuales. O bien ha reforzado otras prácticas que se desarrollaron en paralelo. Por ejemplo, conviene recordar que el cine y el psicoanálisis nacen prácticamente a la vez, en 1895. Ese año los hermanos Lumière presentan el Cinematógrafo, mientras Freud y Breuer publican sus Estudios sobre la histeria. Y quizá por eso han hecho tan buenas migas, porque son productos maduros de sociedades que reclamaban otro modo de mirar, tanto dentro como fuera de nosotros mismos.