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Josu Arteaga, sosteniendo su libro

Entrevista

1 Mar 2024

Josu Arteaga, músico, periodista y escritor

«La mar es insumisa, misteriosa, inabarcable y nos trasciende por su enormidad»

Esther Peñas / Madrid

Jose Arteaga (Arrasate-Ergüin, 1971) se expresa a través de la música, con La banda del abuelo, la poesía y en distintas cabeceras digitales, de prensa escrita y radio. Licenciado en periodismo, en un inconformista convencido y un heterodoxo contumaz. Ahora nos sorprende con su segunda novela, Memorias de la mar ciega (Desacorde Ediciones), una historia que vuelve a transcurrir en Oláriz, el pequeño pueblo de navarra, mítico e imaginario, donde ya ambientase su primera narración, Historia universal de los hombres gato

En Memorias de la mar ciega, en vez de gatos encontramos peces. ¿Qué podemos aprender conviviendo con ambas especies? 

Se aprende mucho, observándoles un poco. A mí me han dado la oportunidad de contar una misma historia, o no, desde prismas diferentes o no. En Historia universal de los hombres gato desde la locura, creo, y en Memorias de la mar ciega, quizás desde la cordura. 

Dijo Baudelaire que dios hizo a los gatos para que el hombre pudiera acariciar a un tigre. A veces, la gata que ha amamantado a su cría le espanta con un bufido cuando ya ha crecido lo suficiente, para decirle que su tiempo como cría ya ha acabado y debe sobrevivir sola.

Pasa lo mismo en la mar con las medusas, esas flores del mar, que te atraen con su cadencia y su danza, pero que te rechazan con su latigazo eléctrico. Las carabelas portuguesas arribando a la playa son un espectáculo maravilloso, que te invita a contemplarlas y evitarlas. 

La historia recoge un mundo rural que el sistema está dinamitando a marchas forzadas. ¿Es imposible plantarle cara, zafarse de sus fauces? 

De momento, es la conurbación la que ha fagocitado lo rural. Nunca antes tanta gente en el mundo había abandonado la tierra para intentar forjar un proyecto de vida en las urbes y sus periferias. Si hacemos caso a William I. Robinson vamos hacia «zonas verdes» donde los privilegiados vivirán rodeados de muros, cámaras de seguridad y policía, que les mantengan alejados de la masa pobre que aspirará a una oportunidad de un trabajo escaso y mal retribuido y que sobrevivirá en cinturones de miseria. 

No sabemos si estas grandes urbes serán sostenibles en un posible escenario de escasez, cambio climático y desigualdades brutales, pero no son pocos los que dicen que «el futuro hoy, es ir hacia atrás», decrecer, buscar la soberanía energética y alimentaria, recuperar saberes olvidados y hacerlo a través de la cooperación. Estamos a las puertas de escenarios desconocidos, que puede ser tan apasionantes como terribles, dependiendo de que el daño ya causado a nuestros ecosistemas sea o no reversible.

Los de Olariz llevan tiempo esperando escuchar el canto de su bertsolari. ¿Cómo saber en qué momento hay que guardar silencio? 

En Memorias de la mar ciega he contado una mentira para contar una verdad y lo he hecho callando más que hablando, porque el silencio cuando no es impuesto, cuando es voluntario y buscado, es algo mágico, deseable, hermoso y el oxígeno necesario para lo que luego se dirá, si es que no hay más remedio que decirlo. Entiendo el silencio como una de las mayores muestras de fuerza, aunque uno no siempre sepa ser fuerte. Además, ¿qué decir, cuando todo está dicho?

Con tanta verborrea, con tan estímulo visual, ¿el silencio es un acto de resistencia?

El silencio asusta, se evita, hay que llenarlo todo de ruido para alejarlo, porque lo tememos. Yo creo que es el humus necesario para forjar el pensamiento que nos pueda llevar a la acción. El silencio es preparatorio, es entrenamiento y es uno de los ingredientes de la libertad, junto a la soledad deseada. Alguien dijo alguna vez que somos esclavos de nuestras palabras, pero dueños de nuestros silencios. 

Prefiero ser dueño a esclavo, y quizás por eso he tardado casi quince años en volver a hablar desde aquella Historia universal... hasta estas Memorias... Después de todo esto, seguramente, toca volver a ser dueño de mi silencio otra vez, pero esta vez ya para siempre.

El miedo «mata más que la dentellada misma». ¿Cómo librarse de él, del miedo?

Decía Tolstói en Guerra y paz que el ejército que primero siente el miedo es el que pierde la batalla. El miedo paraliza y da ventaja al enemigo, pero no hay que librarse de él porque nos permite activar la guardia, y que la respuesta ante la agresión no se bloquee. 

El miedo es lo que construyó anteayer la muralla china, ayer el muro de Berlín y hoy los de México, Ceuta-Melilla e Israel. Muros contra la otredad, construidos por nuestro miedo a perder privilegios. Miedo que no afronta el problema real, sino que lo esconde, lo evita, lo separa y lo aleja momentáneamente, aunque sea sólo cuestión de tiempo, que los que reclaman una tierra, un espacio en el mundo y una vida digna, los acaben saltando.

«Hubo un tiempo en que Jo-Josecho (tartamudo, rehalero y más fiel que los perros que criaba) era alguien». ¿En qué momento comenzamos a corrompernos? 

La servidumbre voluntaria existe desde las primeras sociedades. Si naces en el lado fácil de la piel blanca, los derechos, la educación, los bienes heredados de abuelos y padres y las tres comidas al día, puedes permitirte el lujo de ser íntegro. Por el contrario, la piel oscura, la pobreza, el hambre, el trabajo duro, el analfabetismo y la falta de futuro, hace que millones de personas caigan en el servilismo, la esclavitud y/o en la vileza. 

Se trata de sobrevivir y para ello vale absolutamente todo. La culpa, el pecado y la expiación son conceptos judeo-cristianos. La vida es otra cosa y trasciende a plantillas de libros, por muy sagrados o revolucionarios que se presupongan.

¿Lo que vale para la tierra vale para el mar o hay maneras, códigos, diferentes?

La mar es imprevisible, ancha y extraña. Hemos llamado a los animales que la habitan por lo que nos es familiar en la Tierra: pez Luna, pez espada, pez manta, pez martillo… pero sigue siendo ese «espacio teológico donde el hombre es abandonado a su suerte», que dejó escrito Rafael Chirbes. Conocí a un arrantzale en Mutriku que me dijo que en la mar no hay dos días iguales. La tierra es lo seguro, lo permanente, lo mapeado. La mar es insumisa, misteriosa, inabarcable y nos trasciende por su enormidad.

¿Hay que evitar cazar con peces gordos? ¿Qué peligro entraña hacerlo? 

En las monterías de los poderosos, unos son armeros y otros disparan, unos son rehaleros y otros se sirven de los perros y avientan los bichos, para ponerlos ante las miras de los que pagan por ello. No es lo mismo disparar que cuidar de la escopeta del que luego dispara. 

Hace poco vi una película, El tigre blanco, donde el protagonista decía que las infinitas castas hindúes se reducen a dos: los que tienen el vientre orondo y los que tiene la tripa vacía. O estás en un lado o estás en el otro. No hay componendas intermedias y conviene tener siempre claro quién eres, cuál es tu lugar y quienes son los tuyos.

Pienso en el capítulo ‘Moisés y el mar rojo’. ¿Qué se pierde si se desatiende lo sagrado? 

En la lucha de Olariz «contra el llano y la mar», saben que hay factores que no se pueden comprender ni desde la política, ni desde la ciencia, ni desde la lógica, pero que no por inexplicables deben dejar de aprovecharse para reforzar la lucha, en confluencia con otros ingredientes más tangibles. 

Yo veo lo sagrado en lo mundano: una semilla, el vientre de una mujer, un árbol… El materialismo, la ciencia, la tecnología, la religión o la inteligencia artificial, no pueden hacer sombra a una humilde semilla, guardada de generación en generación desde el neolítico.

Las «guerras que no salen en los libros», ¿Son más cruentas, más duraderas que las que sí quedan recogidas?

Dice el protagonista de Memorias de la mar ciega que «un erizo es un erizo, con reuma y sin reuma, en la tierra y en la mar, cuando es bola y cuando no, pero que la paz es una guerra que duerme». Las guerras duermen y por eso parecen paz, pero llega la hora en que la siesta acaba y todas, mundiales o civiles, largas o blitzkrieg, lejanas o cercanas, de baja o alta intensidad, absolutamente todas, han demostrado que son de mal despertar y cuando parece que acaban, de sus rescoldos viejos surgen otras nuevas, también de igual mal despertar. 

El genocidio que sufre hoy Palestina es el mismo de hace setenta años, y tanta siembra de sangre y odio, nos garantiza más mies de lo mismo, cuando vuelva a despertar de aquí a no mucho, en el caso de que algún día concilie el sueño.  

«Aquí gobierna el partido de antes y el de ahura, que es el mismo de siempre con nombre distinto». ¿Por qué el obrero de hoy ha perdido su orgullo de clase y quiere parecerse y codearse con quien le exprime?

Warren Buffet dijo que la lucha de clases seguía vigente y que la estaban ganando ellos, los ricos. A veces los extractores de plusvalía le pasan la mano por el lomo a uno de los «extraídos», y le invitan a un modesto convite para decirle que no es un proletario, sino que es clase media, y muchos se creen el cuento de la meritocracia, y trabajan fuerte, y se endeudan, y votan, y juegan a la lotería, y aprenden de memoria frases de libros de auto ayuda, e instalan una alarma antirrobo es su bajo de 35 metros.

Luego resulta que ya no son los okupas sino el banco quien les quita la casa, que la calefacción es mejor no ponerla, que las mascotas de otros comen bistecs, mientras sus hijos van a la escuela sin desayunar, que toca esperar en la cola del hambre, a pesar de que trabajan de 7 de la mañana a 8 de la tarde y que los les han cerrado el centro médico del barrio, no son las feministas, ni las mujeres trans, si no esos a los que votaron.

¿Conviene preguntar si se intuye que la respuesta que se recibirá será mentira? 

Supongo que lo preguntas porque el protagonista, en determinado momento, interroga a su sobrino por su papel en la lucha y este le responde: «Tío, si no quiere que le mienta, no pregunte». En este caso hay un pacto entre iguales, uno no pregunta y el otro no miente, pero el hecho de preguntar revela, casi siempre, una posición de superioridad de aquel que pregunta frente al que «debe» responder. 

Las preguntas las hace el jefe, el policía, el padre y el profesor y las han de responder los empleados, los detenidos, los hijos y los alumnos. O preguntamos todos o no hay por qué responder a nadie. Dependiendo de la pregunta, de quién la formula y de su posición de fuerza, la mentira puede ser necesaria, autodefensa, vital incluso. Preguntar es fácil. Responder es todo menos fácil.

«A lo primero la mentira se hunde, pero luego flota». ¿Debemos de estar todos a punto de ascender como globos estáticos, de las mentiras que consumimos?

Decía Goebbels que una mentira repetida mil veces acaba siendo verdad, pero yo creo que no es cierto. Una mentira repetida mil veces no deja de ser mentira y además, cansa. Puede pasar por verdad una temporada, y ante una audiencia concreta o incluso mayoritaria, pero ninguna mentira resiste el paso del tiempo. La opinión pública traga con verdades oficiales acuñadas por los sacerdotes del poder y aventadas por sus voceros a sueldo, hasta que un día deja de hacerlo y se impone la verdad. 

Hace mucho tiempo que estudiamos a Jürgen Habermas en la facultad de Periodismo, pero su deseo de una opinión pública crítica y reflexiva choca con la terca realidad de que, lejos de ser autónoma, se alimenta, es dirigida y se le da forma siempre, con las mentiras repetidas mil veces desde los poderes, ya sean políticos y/o de los mercados. 
Luego, tras la repetición ad nauseam y el empacho de «mantras» oficiales, un día la burbuja explota y nos deja esa resaca que deja